Si la wifi de mi instituto funcionara un poco mejor (si funcionara) estaría escribiendo esto desde el salón de actos, serían las 11.15 de la mañana, y poco más cambiaría. Desgraciadamente no tira, y tuve que estar atendiendo un poco más de la cuenta. Hoy tocó ensayo de la graduación. Ejem, bueno, "ensayo". Realmente de ensayo no tenía nada, nos sentaron a todos y nos dieron un número (como si de la tómbola se tratase, pero no, no podía haber suerte) y nos indicaron que teníamos que levantarnos, recoger el diploma y la cinta y volver a sentarnos. Dificultad extrema. Mi clase, por otro lado es la primera, así que nada, a desfilar abriendo la marcha, tontería de acto pero allá que se irá. Sigo sin creerme que vaya a llevar traje... qué vida más dura, pero bueno, sólo es una vez (aún no descarto pasar a las tantas por el sitio de siempre, pese a lo cantoso que podría quedar). Un recreo perdido inútilmente para sentarme en una sala llena de gente de mi edad (yuhuuu). Es impresionante la forma de perder el tiempo. La clase de filosofía se diluyó en nada, pues como sólo la mitad fuimos, y la mitad de la mitad (yo no) había hecho algo, no había grandes esperanzas. Ya podían haberme dejado irme una hora antes, que se hubiera agradecido bastante más. Pero bueno, se acabó el peloteo, ya no hay que hacer más teatro. Haré y diré lo que me dé la gana, porque el instituto para bien y para mal (más lo 1º que lo 2º) quedó atrás. Puedo escoger a lo que voy a ir y a lo que no, y me temo que a lo sumo será una semana, dos forzando, lo que acabe yendo a todas las clases. Desesperanza supina (y lupina) de madrugar y tener que ir al coñazo que supone.
1 comentario:
Bienvenido a mi mundo, uno fantástico donde los madrugones no existen a no ser que sean de fuerza supermegahiperultramyores.
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