martes, 28 de abril de 2015

Quiero pensar que esta es la manera de darme un aire nuevo. Uno que no me asfixie, vicioso, gastado y caduco. De ver las cosas de otro modo. Dejar que surjan las palabras de dentro, dejar de ser yo el que lo ordene, lo coarte y lo subleve todo a lo que debe ser. Liberarme de mis cadenas.

Decir que me encanta acurrucarme en la cama por las mañanas, cuando puedo dar una vuelta más y dormir. Me encanta salir de fiesta, beber, perder el control, recuperarlo y saber que por mucho que al día siguiente esté mal, mereció la pena. Me encanta hacer deporte, sudar, pelear y esforzarme. Dar lo máximo de mí, porque con eso me puedo sentir satisfecho. Me gusta el sol, me gusta tirarme en la hierba cuando hace bueno con alguien al lado. Incluso con una cerveza (bueno, esto no sorprende a nadie). Adoro la comida, me encanta probar casi todo, me encanta comer hasta reventar igual que me encanta una comida tranquila y medida. Me gusta la gente abierta, los abrazos, las sonrisas. Sobre todo las sonrisas. Me gusta escribir, aunque no lo haga tanto como debería, me gusta relacionarme con la gente y me gustaría poder hacerlo más. Me gustaría sentir que me comporto justamente con todos pero probablemente no sea así. Me encanta el olor a hierba mojada, ir de tapas, las sorpresas, lo inesperado. Me encanta jugar a casi todo, quizá a todo, no lo sé (mentira, no soporto el yo nunca y alguna otra bazofia similar). Me gustan las armas, la edad media, el romanticismo, los libros, y el aroma de los libros viejos. Me gusta estrenar cosas, me gusta regalar cosas y viajar...

Me gustan muchas cosas más, que probablemente no recuerde, o no quiera recordar.

Me gustas tú.
No sé si se hacía así, no sé si recuerdo cómo surgían las palabras de mis dedos, de las teclas de mi teclado, ya no tan viejo. No recuerdo si era en tropelía, cómo ahora, pujando por escapar de la prisión en la que las tengo encerradas, de la que las dejo, de cuando en cuando, escapar a mis ruinosos pensamientos, a mis castillos oscuros, a mi imaginación romántica y exacerbada, colmada de excesos y pasiones. O si salían ordenadas, si al traspasar los muros, y postrarse en un formato que, quizás, alguien más llegue a leer, se mostraban más dóciles. Se dejaban querer, posaban coquetas y se ordenaban de forma que tan sólo tenía que hacer cuál niño pequeño: el cuadrado en el cuadrado, el círculo en el círculo.
No importa, de cualquier modo, cómo era. No importa porque no es así, la memoria es frágil y el futuro incierto. Sólo sé cómo es ahora. Sólo sé que ya no se podían quedar más a la sombra de mis miedos. Imagine el castillo más grande, y lo llené de palabras. Cayeron desbordadas por la catarata más profunda, arrojándose por las puertas y ventanas. Llegaron hasta el más hondo abismo y, una vez colmado, inundaron mi mundo.
Me confundieron, me arroparon, me hicieron soñar, dormido y despierto, con mil posibilidades. Quizá, de alguna forma, me estén diciendo que, tanto sueños como palabras, no están hechos para permanecer encerrados. Que si doy forma a su caja, doy llave a su cerradora y no engraso sus bisagras, sólo conseguiré oxidarme yo, mientras que ellas conseguirán salir. Saldrán cuando ya sea tarde. Cuando la mano que guarda la llave ya no sea firme. Los sueños, las palabras, seguirán siendo jóvenes, ahítas del mismo sentido que las llevó a mí en un primer momento. Ahítas y yo vacío, vuoto, sin nada que ofrecerles más que una mente cansada. Pues ya no habrá mano que empuñe espada, ni pluma, ya no habrá más que migajas de una vida que se consumió, oprimida en la pesadumbre.
Así que quizás es mejor así, quizás de vez en cuando hay que tirarse, arrojarse al mar de palabras, verterse en su corriente y derramarse en las fantasías.
¿Y si me alcanzan mis monstruos? Pues no hay, tampoco, historia en la que no se mezca una sombra que me lleva aún más profundo, a enterrar anhelos y entregarme a la seguridad de lo cotidiano, donde lo conocido es seco, pero yermo.
Si me alcanzan, quizá caiga, quizá grite, puede que llore. Desesperaré, me arrepentiré, como sólo puede arrepentirse alguien que ha actuado. Me condenaré a una vida diferente, que es lo que hago cada día que opto por hacer algo, y cada día que opto por no hacer nada. Si caigo, quizá me levante. Si me ahogo, beberé del agua que me ciega, caeré al sueño profundo, donde, como peces de colores, volverán a tentarme sueños más brillantes, que espantarán la decepción de un fracaso.
Pues no es, sino con derrotas, donde se aprende a ganar, y nadie fue realmente grande encerrado en la rutina.




PD: No sé si alguien leerá esto, o algún alguienes. Realmente no pensaba escribir nada parecido a esto, no era lo que tenía en mente. Imagino, sin embargo, que mis pensamientos se sublevan ante la inanición de acciones para tantas vueltas que acaban cogiendo.
Lurking around,
wandering for some affection ,
bargaining one last caress...