domingo, 18 de julio de 2010

After the storm, behind the calm

Frenético, demoledor, sorprendente y poco convencional. Palos a mi cuerpo por todos y cada uno de los frentes, y mañana más y peor, como no puede ser de otra manera. Seguir tragando sin atragantarse, Zirrosis. Sigo donando pedazos de locura a mis noches, parches de sinrazón a las horas muertas, originalidad al momento presente y un ramillete de egoismo al querer. Recojo el significado de ver amanecer, destilando hasta el dolor de un "toca madrugar". El papel de lija para escribir los versos de tormento ha ido raspando la dura historia hasta quedar menos que un dibujo, más que un bosquejo de sinsabor. Se fríen al sol del desierto la prudencia y el prudente, machacados por la tórrida desesperación de una huida hacia adelante. Del frío trae el instante congelado la memoria, ese punto de vergüenza que diferencia noche y desenfreno, actividad y epilepsia. Y yo, ¿qué queda de mí, exprimido hasta pulpa de sueños?

viernes, 16 de julio de 2010

Vuelvo a traficar

Esta recurrente frase de una canción de Melendi, poso de una etapa oscura, o quizá mucho más clara, de mi vida, no es del todo cierta. En cambio, sí vuelvo a trasnochar. Por decreto, por gusto, porque me apetece ponerme a las letras, compartidas y propias, dejarme por motor un pedazo de música. Porque me debo mis, como poco, dos páginas que sean granito de arena para la novela.


Sin embargo, también vuelvo a traficar. A traficar con sueños e ilusiones.

No suelo escribir por, para o acerca de la gente. Lo he hecho en contadas ocasiones, y por mal llamado amor. La mayoría de mis poemas de amor son huérfanos de madre. Se vuelca un sentimiento que no sé si he tenido ni si tendré. Contadas con los dedos de una mano, y si no recuerdo mal me sobran tres, son las veces que he escrito como dije. Voy a robarme un dedo.

Porque sí, es una princesita, pajarito o personita, a mi gusto y discrección, según mis ganas de molestar. Es bajita (en realidad no tanto, pero no se lo digáis, lo leerá sola) y frágil. Al menos esto último se empeña en repetirme cuando la agredo, de forma cariñosa y suave (no admito correción en este punto). Pero el caso es que, frágil o no, lleva años aquí, a mi lado, y siempre la he visto entera. Siempre escuchando, aunque las más de las veces contando. Esto en realidad es culpa mía, si es que es culpa alguna, no me gusta hablar más allá de lo que considero banal las más de las veces. Aún así, es una de las personas a las que más confesiones le he hecho. También aprecio el hecho de que sea una de las personas que, en la sombra al principio, luego no tanto, me ha leído.
Quiero considerar también que me ha apoyado, a su manera, peculiar en algunos casos, pero apoyado al fin y al cabo. Quiero agradecerle también el ser borde, aunque nunca llegará a mi nivel cuando me harto. Resulta bastante complicado, y me siento honrado de ostentar tal nivel de bordería como para espantar a las moscas. También sus paseos, tonterías, múltiples momentos pasados, las conversaciones acerca de la vida (no lo niegues, te has reído) y un sinfín de momentos que, de momento, acaban en hoy. Las lágrimas y confesiones forman parte de este elenco de pensamientos y recuerdos a agradecer, y, creo, a este bicho le queda poco más que desear que se alargue esta estela de abrazos, canciones que hablan de asesinatos, golpes de ego y sonrisas mal disimuladas.

Gracias, espero que recojas ese corazón aplastado y pisoteado del suelo, que por lo que habrás leído no hace falta. Pátata, y lo sabes.


PD: sí, soy lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor y en aumento, pero también soy genial, y cuando dices "es que es jodidamente listo" le quitas credibilidad a cuando me llamas idiota, así que lo siento.

La lámpara de día

Pues sí, fue frotar el día y salir el genio. Bueno, más que frotar, joder. Como me viene pasando dos veces esta semana, me despierta el 1004 a las 11, privándome de horas de sueño que yo me había encargado de sepultar convenientemente en la noche. Bien, tras esta oportuna llamada que, tras descolgar, fue repentinamente interrumpida, empezó mi día. Unos primeros compases en los que me dediqué a leer y revisar cosas por internet y, en definitiva, a concretar planes para por la tarde y hacer tiempo para ir al centro de salud. Una vez allí, me abre mi madre la puerta, y tras quitarme la venda, con un sonoro "click-click" van cayendo una a una las grapas. Ya soy un poco menos metálico, sólo tengo un tornillo en la muñeca. Vuelve mi vendaje y vuelvo yo a casa. Destilo unos minutos por el inframundo y me hago la comida. Sí, sé que es muy generoso decir que hago la comida cuando en realidad caliento y sirvo, pero si ya soy bastante nulo con dos brazos, con uno iba a ser un espectáculo impresionante. Completado el trámite de alimentarme, ya que mi pereza me había privado del desayuno, me duché y cogí el bus para ir al hospital. De mi presencia allí, diré que fue breve, y es lo mejor.

Para comenzar la tarde, la alegría de ir en coche. Ya no tendría que meterme en una lata de sardinas que algunos quieren llamar autobús. Con una sola vez que me sienta un judío a la espera del Ciclon B sobra, no necesito más calor, cuerpos pegados y sensación de agobio. Una vez en la semana, tour de libros. Sol, mucho sol. Seis personas de tienda en tienda, mirando. Yo, sin acabar de convencerme de qué comprar y con libros en casa, me acabé yendo de manos vacías. Y tras el devenir de los acontecimientos lógicos, el hambre entra. "Vamos a tomar algo" dice alguien. Yo retomo mi búsqueda de Miguel, a quién le había dicho que iría a la feria, y por fin lo hallo sentado de tertulia, como no podía ser de otra manera. Me presenta a Elía y a Carlos, y una por otra, hablando con ellos, dicen de tomar algo y que vaya. Tampoco soy yo quién para negarme, y ni corto ni perezoso a ello me meto. Una cervecita, conversación que empieza a versar sobre hijos, tema que me pilla demasiado encima, y demasiado lejos, y una llamada. Visita de Avilés en la noria, logro entender por encima del ruido. De nuevo en ruta, me abro paso entre la muchedumbre de forma menos violenta de lo que me gustaría, nótese el estado maltrecho de mi brazo, y llego. Saludos, chanzas y un vamos a tomar algo después de un poco. Yo suelto un "igual encontramos a mis amigos y todo". Mi yo profeta sale a relucir por primera vez, que no última. Dicho y hecho, sin haber encontrado un sitio convincente, pasan por delante de mis narices a lo lejos. Saludos, despedidas, y me voy con ellos. Voy pensando "llamo a Gabi cuando esté en el puesto de camisetas a ver donde anda". Yo profético 2, mundo 0. Gabi está en el puesto de camisetas. De nuevo formalidades, dar la mano, metafóricamente hablando, que solo tengo una, y seguimos. Al poco hablan de retirada, y a ella que vamos. No me apetece otro chigre infame en lo bueno y en lo barato. Bajamos en coche hasta el Le Monde, donde el divertiequipo, formado por Bea, Richi y servidor, consigue la victoria al trivial. Una grimbergen triple después estoy cenando en mi casa y, para completar el cuadro, dicen que soy genial y molo.

Pues, por qué no, quizá sea verdad. En caso contrario, problema del resto.

jueves, 15 de julio de 2010

Trasnochando

"Y ahora este sitio está lleno de noches sin arte, de abrazos vacíos, de mundos aparte...". Casi profético, me recibe después de un cambio más, y ya van unos cuantos, en la música y la estética del blog. La verdad es que me siento más cómodo en este nuevo formato, que investigaré un poco más en futuras visitas, siempre me sentí más cómodo con el negro y los tonos oscuros que así.

Y hoy me han recibido el día como un oso panda, con ojeras no farloperas, al contrario que lo que dijeran Lehendakaris. Trasnochar siempre fue malo, y siempre me gustó. Siento una particular atracción por esas horas de nadie, de quién las quiera coger. Esas horas en que la gente normal duerme, la gente menos normal trabaja, y algunos estamos en vela. El sostenerse hasta que ves más lejos el anochecer que el amanecer. Esa extraña claridad de ideas, esa paz, el saber que nadie, quitando telefónica, te molestará. Un vodka en la mesilla y mecer en arrumacos las palabras. Sí, me gusta trasnochar, no me convencen las mañanas.

Melancolía

Quiero despertar y ver tu mano en la almohada. Ver tu mano en la almohada y sonreírte. Sonreírte y aprehender esa mano. Aprehender esa mano y disfrutar su suave tacto. Disfrutar su suave tacto y besarla. Besarla a ella y besarte a ti. Besarte y perderme en el olor de tu pelo. Perderme en el embriagador olor de tu pelo y abandonarme en la calidez de tu cuerpo. Abandonarme en la calidez de tu cuerpo y oírte decir te quiero. Oírte decir te quiero y no despertar…

Me reciben

Las mismas canciones que traje me sorprenden ahora. Me obligan a cerrar Spotify (buen invento) y dejar que lo que yo dejara como bienvenida me salude. Siento como si pisara mi casa después de bastante tiempo, y ciertamente podría considerarse así. Aspiro el olor a viejo, el mismo tapizado que yo llegara, el mismo rock español del que extrajera las estridentes, para algunos, notas de metal extremo, las mismas entradas que dejara a recibirme...

Todo en su sitio, cogiendo polvo, que cuidadosamente voy limpiando, voy limpiando y recuperando mi identidad, mi lugar. Vuelvo a acoger estas teclas que se habían escapado de este cerco color salmón y domarlas en palabras. Siento el peso del insomnio bien empleado en esta excesivamente cálida noche, la brisa y el brillo de mi lámpara sobre el cristal de la ventana que me impide ver la noche. Siento cómo el vagabundeo me ha hecho, sin quererlo, volver a mi papel. Y es que los pasos siempre siguen las mismas calles, la misma ruta, hacia la misma brisa marina de sal y temple.

Y sólo me queda decir bienvenidos. Bienvenidos a los que habéis entrado aquí antes, a los que os habéis apuntado a la pequeña lista que guardo a la izquierda. A los que hayan entrado y los que no lo hayan hecho, y a los que nunca van a entrar. Volvais o no, lo haga yo o no, gracias y bienvenidos.