viernes, 30 de enero de 2009

Censura

El poema que está buscando ha sido censurado por encontrarlo la crítica no apto para los lectores de este blog, si tiene alguna sugerencia o tema para el mismo se le agradece que lo notifique por escrito en esta misma página, y si tiene algún problema con las razones esgrimidas por este comité (formado por yo y mis c******) no me queda más remedio que acudir a la expresión del vulgo que reza "j***** y baile".

jueves, 29 de enero de 2009

Pensamientos

Que insulso resulta
pararse un momento
a pensar, y decir:
no puedo decir lo que siento.

miércoles, 28 de enero de 2009

Orgullo

"Me siento ogulloso de no trabajar...". Bueno, no, no era exactamente así, sé que no trabajo pero este era el comienzo del discurso republicano del rey (no tiene desperdicio, por cierto), no del mío. Así pues, volvamos a intentarlo:
"Me siento orgulloso de que me comparen con un borracho...". Bien, esto ya se va acercando más a lo que quiero comunicar, y pese a que a algunos les pesará, y otros simplemente sabrán que no tengo reparos en admitir mi gusto por el líquido elemento (no, no es el agua), tampoco era mi intención hablar sobre la bebida. Así pues, habrá que hilar un poco más fino:
"Me siento orgulloso de que me comparen con un poeta borracho...". Sutil la diferencia (y por si a algún gracioso se le ocurre, no, no me han comparado conmigo mismo) pero vamos mejorando. Ahora, además de una afición compartida, en la comparación se muestra el motivo de la misma, pero aún queda:
"Me siento orgulloso de que me comparen con un poeta maldito borracho...". Vamos mejorando, el de poeta maldito me parece un bonito galardón para lucir y, dadas la implicaciones que lleva, probablemente en mi caso pudiera de un modo u otro acercarse (entre ellas se encuentra la de beber y la genialidad, se agradecen colaboraciones de cualquier editor que esté leyendo esto con el fin de llegar a lo segundo). Queda pues la identidad del sujeto de la comparación (el que no soy yo) identificado como alguien conocido. Un poco más de leña:
"Me siento orgulloso de que me comparen con un poeta galés maldito y borracho...". Ya queda poco, no sé si alguno habrá llegado a adivinarlo, ni si os dice algo. Esta última pista para mí no tiene ningún significado especial, pero quizá a alguien le sirva, para los que no:
"Me siento orgulloso de que me comparen con Dylan Thomas". El conocido como "El último maldito" (yo llegué más tarde), nacido 87 años antes que yo y cuya muerte tardó tan solo 39 años en consolidarse (Poe, te ganó por un año). Rebuscando un poco (vale, muy poco, tampoco hizo falta más) he encontrado algunas cosillas del mismo que aquí remito:

http://www.dim.uchile.cl/~anmoreir/escritos/thomas.html
http://amediavoz.com/thomas.htm

Para todo lo demás, wikipedia.


Un saludo.


PD: la comparación pertenece al que fuera mi profesor de literatura en 3º y 4º de la ESO.
PD2: Sus últimas palabras fueron "he bebido 18 vasos de Whisky, creo que es todo un record"

La mar, tu cuerpo

Por telón queda el final,
las estrallas y los cielos,
sufren las olas de mar
al robar yo tus besos.
Amargan de soledad
se consuelan en silencio
en que desaparecerás.
Morirá en mi recuerdo
seré ceniza, polvo y sal,
sal será tu anhelo,
que al mar habrás de robar
cuando me esconda en sus pechos.
No quiero una rima más
que encamine los deseos
hacie joyas, o el manar
sin más de fríos versos.
Entre estos quiero hallar
cura sólo a viejos tormentos
formar una rima de pan
y una más para tu cuerpo.
Será esta al final
la que alimiente mis huesos,
haga mover mi voluntad
y culmine el frío duelo
en que hallaba la maldad
la razón para su seno
ocultar así en la mar,
la mar que ahora es mi pecho.
Al fin la sal pasa de ser verdad
a ser mero recuerdo,
transparente la verdad
purga el cruel sello
que la razón, nada más,
separaba del te quiero.
Ahora, tranquilo ya
acabo ya sin lamentos
tu risa, mi caminar,
corren al mutuo encuentro,
no tengo ya que rezar,
mi dios es tu cuerpo.

lunes, 26 de enero de 2009

Regalo insignificante

Para ti van estos versos,
no tengo más que darte
no encuentro otra cosa
que no sea mi... ¿arte?

Ya no encuentro las palabras,
he perdido el aguante
paso apático el día
cuando debería buscarte.

Qué crudo me resulta
no poder callarme,
mas tampoco saber decir
"muero por escucharte".

Por un tú, por un yo, nosotros,
nosotros en cualquier parte,
no importa el donde ni cuando
sólo el poder amarte.

Y si no pudiera ser,
sólo me queda rogarte,
que tenga siempre ocasión
de una sonrisa robarte.

Mi cajón

Amarrado el espíritu
queda pues el cuerpo atado
oprimido por cadenas
que me unen al pasado.

Echo ya la vista atrás,
y miro lo que he dejado
escondido en un cajón
donde aún nadie ha mirado.

Descubro rimas y versos,
jirones que ya olvidados
tomado habían mis sueños,
las esperanzas talado.

Ahora no son más que eso,
tinta en papel ajado
cuyos bordes arrugué
cuando me encontró el enfado.

Los recojo entre mis dedos,
los rescoldos ya quemados,
un día ardieron con fuerza
no sé si hoy dicen algo.

¿Serán estas líneas más?
¿Otro papel arrugado?
Quizá al volver la vista atrás
pero hoy me han cautivado.

domingo, 18 de enero de 2009

Si no te da la puta gana...

Lo que van a leer a continuación está basado en hechos reales, y digo esto por no decir que es simplemente un relato de una pequeña anécdota de ayer, que me llamó poderosamente la atención sobre en dónde y con quién vivimos:

Había salido de casa corriendo porque para no variar llegaba tarde. Tampoco era muy tarde, unos dos o tres minutos, no más, pero lo suficiente para poder perder un autobús, a cuya parada me dirigía (luego vería que el correr había sido inútil, pero esto ya es otra historia). Tras los correspondientes cincuenta metros de carrera que me separaban de la calle de la parada, y en donde pude comprobar que el bus no tenía intención de aparecer al menos antes de que me diera tiempo a llegar, paré un poco y subí caminando tranquilamente, buscando con la vista a la persona que presuntamente debía estar en la parada, aunque aún estaba demasiado lejos. No había dado ni diez pasos cuando escuché a un niño proclamar a voz en grito "¡No existe!" con pleno convencimiento unos metros delante de mí. Lo miré con curiosidad, intentando intuir de donde venía tanto énfasis, cuando llegó la respuesta de la madre de igual intensidad, y que me dejó aún más sorprendido que la aseveración del infante "Bueno tío, si no te da la puta gana de creer en Dios tú mismo". En ese momento yo estaba rebasando ya a ambos, pues caminaban en sentido contrario, y antes de darme tiempo siquiera a soltar una sincera carcajada ante lo absurdo de la situación el niño decidió concederme una risa más y dio la puntilla "Se puede decir eso sin palabrotas mamá".

Sólo me queda decir que le doy un diez al niño, a la madre cada cuál lo suyo.

Rarezas

Sonreí con aquella que era una de las pocas reflexiones del día. Sí, los domingos son días para reflexionar (por eso en gran medida son odiosos, aparte de otro sinfín de razones), pero hasta entonces por el sencillo método de la lectura y algún que otro juego de ordenador se las había apañado muy bien para eludir su responsabilidad, tanto la escolar como la mental, sin embargo, la segunda era más difícil de mantener.
De este modo llegó el recuerdo, y con el recuerdo llegó la reflexión que, sin embargo, esta vez no era demasiado temible. No le obligaba a la abstracción de la muerte y el más allá, lo cuál podía provocar una sensación de vértigo y desánimo bastante notable; tampoco caía en el tema de las relaciones humanas, que tampoco conseguía un efecto mucho mejor en cuánto a su actitud, sino que recaía en las curiosidades acerca de esta especie dominante.
“Hasta entonces había sido así, ahora no lo es porque no queremos”. No plantearé la frase íntegra porque delimitaría demasiado el ámbito aplicable y por tanto sería como señalar con el dedo. Antes de nada, el que fuera así en un principio es algo bastante dudoso y digno de consideraciones, es cierto que la situación era diferente pero no está claro si llega al punto que exhibe el interlocutor antes mentado. Por otro lado, cabe reseñar también el poder que en este caso nos otorgaba para poder volver al estado anterior. No puedo más que dudar de esto ya que, al margen de que tampoco se muestra el ser humano, al menos en este caso, a volver al estado de partida, el tiempo pasa para todo, y a su paso sobrevienen los cambios, algunos irreversibles.
¿Podría considerarse este caso como un autoengaño? ¿Hasta que punto podría ser cierto? ¿Tiene algún sentido cuestionarse las rarezas en vez de vivirlas?
-¿En qué piensas?
-En la muerte.
-¿No eres muy joven para pensar en eso?
-Tranquila, no es en la mía.

martes, 13 de enero de 2009

A ti

Y se me ocurre dibujar mis te quieros en tu espalda, y me trago mi tristeza en aras de una bonita fachada esperando tu sonrisa, tu sincera carcajada, esperando que me des de ese aire que respiras que a ti me ata, esperando tus palabras que me esclavizan a tus faldas, soñando contigo, anhelando mi hada, y no encuentro mi camino en este encrucijada, pues no quiero senda alguna que no lleve hasta tu cama, y mi imaginación se escapa, vuela, salta, corre a sentir a tu vera que ya no hay más faltas...

Cazalla

Mi voy, cazallera como la que más, busca un resquicio para colarse en tus oídos, la melodía de discordancia fluye, la sientes dentro de ti, te hace despertar, querer ser algo más, dejar todo atrás y conseguir que el alma vibre con la vitalidad que habías perdido, aceptar esta mano sincera e ir a donde no haya más que el mar cuando queramos mirar atrás y hacia delante estemos nosotros corriendo libres...

lunes, 12 de enero de 2009

Miedo

Estoy sembrado de cadenas que me atan y me asfixian en este mundo inquino y agreste que me mira con mala cara unos días y me da la espalda en los siguientes, escupo al destino que me ha escogido el camino perdido, sin rumbo, por donde he huido sin poder huir de mí, pues me asusto y mi miedo me amarga las alegrías que cuál flores se enredan en los dedos inocentes que las recojen y que cuál dientes de león al primer soplo se van quedánose en nada y la belleza, prenda enamorada, me elude y me esquiva. Dime pues donde anidan las alegrías, las flores perennes que en mi pecho aniden y llenen por fin esta caja vacía que tras barrotes de hueso pretende guardar un tesoro que no encuentro ni creo vivir, pues vivir no es más que seguir tu propio camino, no cambiar según el sol porque te da miedo tu propia sombra...

domingo, 11 de enero de 2009

Días

Hay días que no se hicieron para ciertas personas, en este caso por no molestar ni meterme en donde no me llaman, me referiré como no podía ser de otra manera a mí mismo y, por si a alguien le cabía alguna duda, uno de esos días es hoy. Vale que se podría decir que mis problemas son bastante "nimios" y "superfluos", y puede que sea así, pero si no recalan en mayor gravedad lo primero es dar gracias por ellos, y lo segundo es que eso los convierte en graves bajo mi espectro. Puede que otros digan que hay gente que lo tiene mucho peor, y que no hay más que mirar a África para comprobarlo, pero ante esto podría remitirme a lo anteriormente dicho, y a cierto artículo que me pasó mi madre, y que como casi siempre resultó, cuanto menos, interesante, aunque la verdad a esa conclusión, sólo que sin los amplios estudios a los que aludía, ya había llegado yo. Este artículo versaba ni más ni menos que sobre la felicidad (sobre la que desde mi punto de vista se fundamentan todos los problemas, ya que si alguien fuera totalmente feliz no habría por qué tener ninguno) y decía que, cumplido un marco de necesidades básicas, la felicidad no varía con el poder económico. Es totalmente lógico pensar que disponiendo de un amplio efectivo nos quitaríamos más quebraderos de cabeza y podríamos tener acceso a un mayor abanico de posibilidades, pero aún así esto ni asegura ni augura que se vaya a sentir la persona mejor consigo misma. Volviendo al tema principal del que me he desviado quizá demasiado y demasiado atrevidamente, iba a decir que parece que hay días que no son para ti, que el mundo está en tu contra o que simplemente el ánimo te abandona lo suficiente cómo para hacerte desear que no te hubieras levantado hoy, sino mañana. Hoy es exactamente un día de esos. No es por una sola cosa que pasara, sino por todo junto. Te levantas de la cama sin ganas de hacer nada, y el que el día avance no sirve para hacerte sentir mejor y despertarte sino todo lo contrario. Prueba de esto es el dolor generalizado que caracteriza el mezclar esfuerzos físicos de dos tipos: por un lado, el deporte que pese a mi gusto por el mismo debido a ciertas circunstancias me destroza bastante, también de forma anímica, y por otro el alcohol, ese pequeño ya conocido que aparte de hacer par el desplazamiento de una serpiente y el mío me quita la conciencia de mí mismo, algo que en ocasiones puede llegar a agradecerse, y me arroja a las manos del destino o el azar, según se quiera ver. Aunque pueda parecer lo contrario si se razona un poco, lo cierto es que no es nada bueno según cómo sean las circunstancias, y el día siguiente no te encuentras especialmente bien. Supongo que las consecuencias de los vicios son merecidas, pero no por ello se llevan mejor ni peor. Algunas veces pienso que no nací para los domingos, al menos no para la mayoría de ellos. Parece además que nunca nada te sonríe, nunca encuentras a la persona con la que quieres hablar o estar y el tiempo pasa insulsa y lentamente, mientras el humor va bajando cada vez que miras el reloj...

Enfin, quizá sea también preocupante que ya haya sumado dos claros días así este año, y aún más que uno de ellos no sea domingo, pero también ha tenido días, o más bien momentos de esos días, que no cambiaría por nada del mundo, y por los que supongo sigo como estoy.

martes, 6 de enero de 2009

El noble colgado

Las nubes hacían de techo en el cielo, que amenazaba con descargar su desgarradora carga sobre el pétreo y sólido castillo, cuando salió embutido en su armadura completa, dejando que por detrás destacara una capa de terciopelo negro en señal de luto por su rey. Se paseó en el patio tapándose la cara, eludida casi siempre por el sol, con un pañuelo para evitar la polvareda que se levantaba en el patio gracias a la práctica diaria de sus soldados y que siempre había detestado, pese a que fuera necesario tenerlos ejercitándose. Habiendo pasado ya la primera parte del patio, repleta de muñecos de entrenamiento, dianas, caballos y hombres en poco orden y concierto pudo por fin respirar, aunque prefirió seguir con el pañuelo puesto, pues nunca había gustado del olor de las caballerizas, e hizo bien poco por disimular una mueca de asco cuando el mozo de cuadra le dedicó un sincero saludo, que acabó en una discreta huida hacia sus quehaceres habituales. Dirigió una mirada fulminante a los soldados que estaban de guardia, que se apresuraron a abrir las puertas a su paso, y sin un gracias salió de su mansión en lo alto de la ciudad.
-Recuérdame que despida a alguien a la vuelta, necesitan más disciplina.
-Por su puesto, -respondió servil su consejero- serán amonestados a su llegada.
Realmente, de haber sido por él se habría quedado con el pañuelo puesto todo el tiempo, odiaba el olor de aquél pueblo, de sus calles y de sus asquerosos campesinos, pero como primaba cuidar la estampa, con un gran acto de voluntad reprimió sus sensaciones e implantar un gesto serio en su cara que se podía identificar fácilmente con el desprecio.
Pese a ser la hora de comer, le sorprendió no encontrar ningún campesino por las calles, precisamente aquél día que salía para dejarse ver y que le rindieran la debida pleitesía más que para recoger aquellas botas que había encargado el día anterior al peletero, al que más le valía haber acabado bien su trabajo para cuando recibiera su visita.
Cuando sus grebas seguían resonando metálica y monótonamente en los adoquines que adornaban la calle principal del pueblo, pues no se habían molestado en hacer lo mismo con el resto, llegó a sus oídos de entre aquella muchedumbre de casas que oscilaban entre algo precarias y cayéndose a pedazos en su descripción un sonido bastante ajeno a sí mismo, unas risas. Como si fuera un perro de presa fue tras aquél nuevo sonido, que ni le gustaba ni prevía que esta opinión pudiera variar de forma notable.
Acabó encontrando el origen de aquella repentina diversión tras atravesar la muchedumbre que se agolpaba alrededor de la plaza del pueblo, que lo único que tenía a fin de mostrar su estándar era un espacio circular lo bastante amplio como para que cupieran todos los habitantes y pudieran ver las ejecuciones en una horca situada en uno de los extremos a tal efecto. Cruzó entre la gente como un barco por el agua, pues aunque todos querían estar lo más cerca posible del centro para ver el espectáculo, el terror que inspiraba era tal que los apartaba de su camino de igual forma que si se tratara del mismísimo diablo. Al fin, en el centro de la plaza pudo hallar a un hombre bastante joven, ataviado con unas pobres ropas sucias y raídas y cuya testa estaba adornada por un gorro de múltiples y diversos colores, algunos ya desconocidos, y que coronaba alguno de sus picos con unos cascabeles, la mitad de los cuales ni siquiera sonaba. Pese a su peculiar y hasta grotesco aspecto, hacía reír a la gente con ingeniosos juegos de palabras y numerosas cabriolas. El hombre iba también acompañado de una reproducción más pequeña de su mentado patíbulo en el que tres de los muñecos habían perdido ya la vida, y un cuarto se debatía entre la vida y la muerte. El arlequín, pese a haberle visto no parecía haber tomado en cuenta su presencia y seguía representando su función de la forma habitual.
Enfurecido por su pérdida de atención, Lord Belmut, pues así se llamaba el señor de aquellas tierras, crispó su mano como una garra en el hombro de su consejero, que se cuidó de emitir cualquier queja, y ordenó, en voz lo bastante alta para que los más cercanos, incluido el intérprete, le oyeran:
-Haz que actúe para mí.
El consejero, resignado, aunque aliviado de haberse librado de la presa de su amo, pidió al cómico que cumpliera la labor que se había exigido, algo que este parecía no haber escuchado pues su actuación fluía rauda. Se podía ver en las caras de los demás asistentes el pasmo ante la desafiante actitud esgrimida por el juglar, pero en este no se notaba ningún cambio. El hombrecillo cuyo trabajo se ignoraba repitió su orden, cada vez con más premura y urgencia por la mirada que le estaba dedicando su amo, que prometía que compartiría la suerte de los muñecos de no hacer algo. Al fin impelido por las circunstancias se dirigió hacia el arlequín, y justo cuando estaba a punto de alcanzarle, con un tintineo más este se escurrió dando una voltereta hacia atrás que interrumpió su historia y lo dejó frente al noble, con su maqueta detrás, en la que acabó por recostarse con una sonrisa.
-¿Queréis una actuación? Bien, decidme pues: ¿cuál es el animal que aún naciendo burro y torpe no tira del carro?
El noble, cuya expresión ahora cabalgaba entre la incredulidad, la ira y la rara mueca que ponen los que no están acostumbrados a pensar cuando lo intentan. Ante la patente falta de imaginación de Belmut se vio obligado a contestarse él mismo.
-¡El noble! -respondió con toda la seguridad del mundo, y ante la escasa reacción que obtuvo del Lord añadió- Podéis probar con algún otro si lo deseáis.
La única respuesta que obtuvo fue un intento de ensartarle, ya que si bien lento a la hora de responder con palabras, no le costó nada desenfundar su espada para dirigirla a quién con tanta ligereza le había ofendido. La hoja recorrió rauda el aire hasta acabar atravesando el cuarto muñeco, promocionando de forma rápida su ejecución. El requiebro realizado por el arlequín para evitar su muerte le acercó a una palanca, que accionó rápidamente propiciando que ahora la ahorcada fuera la mano del noble, que incrédulo trataba de librarse de aquél juguete. Mientras este trataba sin éxito de dirimir sus diferencias con aquella soga el juglar sacó una daga de su manga, y antes de que su oponente pudiera reaccionar su filo seccionó la cuerda que le ligaba a su bolsa, aligerando su carga y su capital de forma drástica. El noble se enfureció más pateando el eficaz artilugio mientras el juglar dio por concluida su actuación, metió una pequeña moneda plateada en el sombrero que entregó a un infante y tiró sus raídos ropajes, descubriendo así su impecable y negro atuendo. Una exclamación más, pues ya iban varias, salió de la multitud al descubrir entre ellos al huidizo bufón del rey. Este sacaba con parsimonia su sombrero de la bolsa que antes había visto nacer y morir allí mismo cuchillos, aros y antorchas, se lo calaba y con sus pertenencias al hombro, las ganancias bien guardadas y un laúd en la mano libre se iba por el empedrado camino silbando una alegre tonadilla sin volver siquiera la vista atrás.

Lluna

En la elegante noche
que luce fina y coqueta
el sobrio y triste manto
de estrellas y negra seda.

Frío ónice marmóreo,
escurre fría y severa,
tus rayos, reflejos quedos,
dueña de dichas fronteras.

Discurre con cruel cautela
eludiendo el carro de Apolo
fugaz es para ti el tiempo
para mí un suspiro tan solo.

Te escondes niña traviesa
entre la cortina blanca
que de la tierra brota
mas tu espectro no escapa.

Cuando te busco te apartas,
cuando te pierdo me encuentras,
si suspiro me cantas
estás ahí aunque no te sienta...

lunes, 5 de enero de 2009

Besos ateos

¿Por qué?


Porque no te creo.





PD: No viene a nada ni a nadie.

Jota de corazones

La tentación de tirarlo todo, de mostrar de una vez maldita (que no maldita vez, por parejo que pueda sonar) las cartas que nos han tocado. Sí, se pueden ver números y colores en ellas, pueden tirarse unas y recogerse otras, y tras este pequeño intervalo inicial que dura apenas un suspiro, en mi caso personal ese suspiro equivale a unas cuantas miradas al resto de asistentes con apatía y la mitad del primero de los vasos de cerveza que contribuirán con esas cartas a que el día concluya de una forma medianamente amena y que el tedio no me mate un día más. Cogí pues mi mano, aburridos seis, cuatro y ocho, una burlona jota de corazones que me taladraba con una sonrisa pícara, y por último un destacado as de picas que aparecía destacado en mi mano. Miré cómo las cartas volaban en interminable sucesión al montón de descartes y cómo se iba estrechando mi cerco, pues esa vez era el último. Al fin me tocó decidir, y a decir verdad tampoco me lo pensé demasiado, eché a la hoguera con el resto todas las cartas menos el as y espere con paciencia que me dieran otras en su lugar. El ritual de siempre. Esperando este trámite murió la cerveza y tras esta pequeña e insignificante pérdida, ya había cogido el siguiente vaso, descubrí para mí deleite que otros dos ases más orlaban mi mano, acompañados por otras dos cartas cuya mención desmerecería las tres mayores, así que me limitaré a constatar que la preciosa mano me fue justa y suficiente para arrancar de mis contemporáneos unas cuantas quejas y no pocas monedas. Y así, con la cartera más llena pero no por ello más feliz, dio comienzo la segunda de las partidas y el tercero de mis vasos. Sorprendí a mis cartas de una en una, en un vano intento de darle un poco más de emoción a aquél acto tan vanal y absurdo. Un siete, otro, otro más, ¿mi número de la suerte?, un diez, y por último me guiñó un ojo la anterior jota de corazones. De nuevo la decisión se presentaba bastante simple, y esta vez penúltimo, dediqué mi última mirada y trago, que en este caso fueron conjuntos, a mi sucesor, antes de renunciar al diez y a la jota sin grandes pesares, aunque sorprendido por la curiosa casualidad. El cuarto vaso agonizaba ya cuando recibí el cuarto de los cincos y de este modo la partida y la animadversión de mis semejantes volvían a mí de forma inexorable. Suspiré, cerré los ojos enrojecidos por el humo que mis compañeros echaban como chimeneas y tras restregármelos un poco acabé por disponer que la mejor solución sería más cerveza, así que procedí a continuar con el quinto asedio a mi hígado. Las cartas volaron y por tercera vez consecutiva acabé con la jota de corazones, un rey, y el resto un séquito muy poco notable para este. Se fueron todos menos su majestad, pero esta vez la suerte no voló en mi dirección y el rey se quedó solo, de forma que mi república se hundió y a las primeras de cambio abandoné la partida para evitarme sustos mayores. Y llegamos a donde me encuentro, con más vasos de cerveza vacíos, en la mano el primer as de picas, la insinuante jota de corazones y el joker burlón y azaroso, ¿seré acaso capaz esta vez de arriesgar?