lunes, 5 de enero de 2009

Jota de corazones

La tentación de tirarlo todo, de mostrar de una vez maldita (que no maldita vez, por parejo que pueda sonar) las cartas que nos han tocado. Sí, se pueden ver números y colores en ellas, pueden tirarse unas y recogerse otras, y tras este pequeño intervalo inicial que dura apenas un suspiro, en mi caso personal ese suspiro equivale a unas cuantas miradas al resto de asistentes con apatía y la mitad del primero de los vasos de cerveza que contribuirán con esas cartas a que el día concluya de una forma medianamente amena y que el tedio no me mate un día más. Cogí pues mi mano, aburridos seis, cuatro y ocho, una burlona jota de corazones que me taladraba con una sonrisa pícara, y por último un destacado as de picas que aparecía destacado en mi mano. Miré cómo las cartas volaban en interminable sucesión al montón de descartes y cómo se iba estrechando mi cerco, pues esa vez era el último. Al fin me tocó decidir, y a decir verdad tampoco me lo pensé demasiado, eché a la hoguera con el resto todas las cartas menos el as y espere con paciencia que me dieran otras en su lugar. El ritual de siempre. Esperando este trámite murió la cerveza y tras esta pequeña e insignificante pérdida, ya había cogido el siguiente vaso, descubrí para mí deleite que otros dos ases más orlaban mi mano, acompañados por otras dos cartas cuya mención desmerecería las tres mayores, así que me limitaré a constatar que la preciosa mano me fue justa y suficiente para arrancar de mis contemporáneos unas cuantas quejas y no pocas monedas. Y así, con la cartera más llena pero no por ello más feliz, dio comienzo la segunda de las partidas y el tercero de mis vasos. Sorprendí a mis cartas de una en una, en un vano intento de darle un poco más de emoción a aquél acto tan vanal y absurdo. Un siete, otro, otro más, ¿mi número de la suerte?, un diez, y por último me guiñó un ojo la anterior jota de corazones. De nuevo la decisión se presentaba bastante simple, y esta vez penúltimo, dediqué mi última mirada y trago, que en este caso fueron conjuntos, a mi sucesor, antes de renunciar al diez y a la jota sin grandes pesares, aunque sorprendido por la curiosa casualidad. El cuarto vaso agonizaba ya cuando recibí el cuarto de los cincos y de este modo la partida y la animadversión de mis semejantes volvían a mí de forma inexorable. Suspiré, cerré los ojos enrojecidos por el humo que mis compañeros echaban como chimeneas y tras restregármelos un poco acabé por disponer que la mejor solución sería más cerveza, así que procedí a continuar con el quinto asedio a mi hígado. Las cartas volaron y por tercera vez consecutiva acabé con la jota de corazones, un rey, y el resto un séquito muy poco notable para este. Se fueron todos menos su majestad, pero esta vez la suerte no voló en mi dirección y el rey se quedó solo, de forma que mi república se hundió y a las primeras de cambio abandoné la partida para evitarme sustos mayores. Y llegamos a donde me encuentro, con más vasos de cerveza vacíos, en la mano el primer as de picas, la insinuante jota de corazones y el joker burlón y azaroso, ¿seré acaso capaz esta vez de arriesgar?

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