Estaba yo buscando la imagen de la invocación de algún demonio (algo típico, que todo el mundo suele hacer en sus ratos libres) para subirla al otro blog, cuando encontré la imagen del demonio mayor en la primera página. Ni Lucifer, ni Mephisto, ni siquiera Belcebú, era Arturo Pérez-Reverte. Mi primera reacción fue, obviamente la sorpresa. No me gustan los libros que escribe, pero no creo que eso le convierta en el ser más vil del mundo. Tampoco creo que soltar algún taco y despotricar en sus artículos, que sí me gustan, deba merecer el infierno. Me quedó pues la sorprendente duda, y tras hallar la imagen que buscaba (bueno, no la que buscaba, pero una que me convenció) me puse a mirar. Primero me reí (para relajar, por si acaso lo de Reverte era algo serio) con algunos foros que se habían abierto a consecuencia de mi búsqueda, con gente de todo tipo hablando como entendidos de demonios y ouijas y de sexo con demonios (mi número es el 666, todo demonio que quiera sexo sin compromiso y lo que surja, que llame), es tiempo de citar a Einstein en su gran frase (más importante aún que la teoría de la relatividad): "sólo hay dos cosas infinitas: el universo y la estupidez humana, y del universo no estoy seguro". Fue entonces cuando sufrí la decepción mayúscula. No se trataba de que Reverte hubiera sido poseído por un demonio, fuera el anticristo, un invocador o la segunda versión de Roberto Chikilucuatre (esto último me preocuparía más que el fin del mundo). Tampoco se le recriminaba el inventar el regeton (o como coño se escriba), por lo que tuve que apagar la antorcha y guarda mi lanza de linchar gente. Simplemente se hablaba del Club Dumas, el cuál no he leído ni conozco. Ya puede ser bueno el libro para que toda esta película merezca la pena.
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