martes, 12 de mayo de 2009

El monstruo verde

Ya que la pereza, por ser pereza, dejó tan poco peso, vamos con otro. Hoy toca la envidia, esa amiga tan conocida. La envidia, históricamente hablando (y en ciertas ocasiones no tanto) ha sido la responsable de los fraticidios más ilustres. Podemos irnos muy lejos, a la Biblia. Este libro que, en mi opinión (católicos acérrimos tápense los ojos y vayan con dios) no refleja la voluntad divina, sino que estila una forma de mostrar a la sociedad, recoge perfectamente al pecado capital en Abel y Caín, con la muerte del primero y el castigo del segundo. Me disculparán que, a estas horas de la mañana y sin clase, no tenga ejemplos más recientes, pero ahora mismo se burlan de mí y dan vueltas en mi cabecita, sin dejarse atrapar por mis dormilonas neuronas, así que espero que pongan algo de su parte para superar este pequeño trámite y seguir con el tema principal.
El castigo para la envidia no es, ni mucho menos, mundial y extendido. Siempre hay injusticias (no me queda más que referirme a mi madre, que atendía mis reclamaciones semejantes con un "el mundo no es justo"), y la envidia no es una excepción. Hay crímenes sin castigar, y no todas las manifestaciones de la envidia ven su justo castigo. Digo manifestaciones porque, afortunadamente (al menos para mí), aún no se puede condenar a nadie por pensar, siempre que no diga lo que piensa o lo deje traslucir con sus actos. Tampoco creo que se deba castigar siempre.
La envidia puede llevar a actos negativos (robo, asesinato, chantaje... no hace falta explicar más, ¿o sí?), sin embargo, también tiene sus partes buenas (esfuerzo, dedicación, implicación...). Por chocante o fuera de lo común que nos resulte, lo cierto es que la envidia puede, por querer alcanzar lo que deseamos y esa otra persona tiene, hacer que nos esforcemos más, que demos lo mejor de nosotros mismos para alcanzar esa meta que tanto ansiamos.
En cuanto a cantidad, no obstante, considero que predominan las personas de tipo I, es decir, con tintes negativos. Obviamente no todos son ladrones ni asesinos, pero la envidia se puede dejar traslucir con las palabras, y quizá sea esta la forma más dolorosa de envidia. No hace falta envidiar posesiones, lo peor que se puede ansiar son capacidades, porque, por regla general, son más difíciles de conseguir. Demasiado he visto en los dos últimos años de la participación de la envidia y la competitividad, del mecanismo de "si quisiera, lo habría hecho", y mil historias más que justifican que otro ocupe el lugar que creemos que nos corresponde. Mientras los mecanismos de defensa estén enfocados hacia nosotros mismos, el peligro es relativamente escaso. El problema viene cuando, como es frecuente, enfocamos hacia el destinatario de dicha merced nuestro rencor.
No voy a aburriros más, no vaya a ser que tengáis envidia de cómo escribo (lo cuál dudo bastante, dicho sea de paso). Espero sinceramente que lo único malo verde que podais tener en vosotros sea la lechuga.

Se despide un envidioso relativamente sano.

2 comentarios:

Lurilla dijo...

La lechuga mola, no es mala.

Por otro lado, y algo más serio, siempre he pensado que la envidia no es del todo mala, como tú dices, hace que quieras mejorar ciertos aspectos de ti mismo. Pero, como todo, es bueno siempre y cuando sea en su justa medida.

Yo pienso que nada es excesivamente malo por sí mismo, sólo el modo de utilizarlo (como el egoísmo, el ser un poco pícaro, etc.)

Un saludito. :D

Anónimo dijo...

pus si estoy de acuerdo que la envidia te puede condenar pero tambien salvar **n. tercero** kisses