jueves, 7 de mayo de 2009

Cerdos, vacas y humanos

El cerdo es un buen animal. Está rico, come de todo, y no acostumbra a molestar demasiado, por lo que en mi posición de urbanita tengo entendido. De cualquier forma siempre preferí la vaca, hay pocas cosas en el mundo que se puedan comparar a un filete de ternera con patatas (y un solomillo de ternera con foie y patatas es una de ellas, pero estamos cayendo en lo mismo). Todo es cuestión de gustos supongo, pero el mío es este. Según leí esta mañana, repasando apuradamente (cómo no) para el examen de evolución y fisiología humana, escojan qué es peor, para poder desarrollar el cerebro, se redujo el tamaño del tubo digestivo. Puede que alguno se pregunte ¿y para qué, si total no lo usamos? Bueno, es perfectamente comprensible, pero no rijo las leyes de la evolución, así que no tengo mucho que decir al respecto, responsabilidades a otro. Esta reducción no fue, por contra, nada anecdótico, no os vayáis a creer que podíamos decir: ¡qué bien! Tengo las tripas más pequeñas y la cabeza más grande, ¡me siento más proporcionado y puedo tener más pelo! A lo que llevó esto es a tener carne. Ya me imagino a nuestros antepasados "Joder, mira que desarrollar el cerebro... ahora nos toca correr detrás de estos bichejos, con lo poco que se movían las plantas", pero bueno, el que algo tiene, algo le cuesta. Yo, como fiel descendiente de esta sagrada tradición, prefiero la carne. No por facilidades digestivas. Tampoco aduce esto al placer de la caza o a que quiera que maten animales. Esto último sólo me afectaría en caso de ser yo el que tuviera que cazar, que ya no se hace, o matar a los animalejos. En ese caso podría echar la pota como un niño pequeño y volverme vegetariano, o decir con una sonrisa ilusionada en el rostro "¡otro, otro! ¡quiero matar otro!". Algún día lo probaré. De cualquier modo, como dije, no es por esto sino por una mera cuestión de gusto. Sé que debería comer más vegetales y cosas por el estilo, pero el equilibrio en la dieta es algo a lo que, de momento, voy renunciando sin excesiva pena.
Hasta ahora he tratado sobre todo a nuestras amigas con cuernos por mis preferencias culinarias, como ha quedado bien demostrado. Ahora toca meternos con los amigos porcinos. Como ya les pasara a los pollos (no confundir con el femenino, que la mente tiende a despistarse a estas alturas de texto), los cerdos sufren ahora acoso y derribo. El ganado vacuno tuvo su periodo de demencia, el pollo su gripe y, por no ser demasiado original, el cerdo también la gripe. Esta gripe, que nos hace ponernos mascarillas como gilipollas, no es la pandemia del siglo, ni siquiera la del año (aunque puede que algo así no estuviera de más), es una enfermedad más, que en principio no reviste una excesiva gravedad. Digo como gilipollas por dos motivos, el primero es este último, que la alarma causada es absurda y desmedida cuando los estragos causados por nuestra gripe de toda la vida (véase: anda, tienes algo de fiebre, quédate en la cama y tómate algo) son cuantitativamente mucho mayores y, de hecho, los de la gripe porcina son totalmente irrisorios frente a las, según he leído 500.000 muertes al año de nuestra amiga humana. Ya ven, nuestra propia gripe tiene más peligro que la del inocente cerdo. Quizá sea porque nosotros también somos más peligrosos que el propio cerdo. Por otro lado, la otra razón para la estupidez (en este ámbito, si tuviera que mentar todos probablemente no acabaría el post) es que la gente, con su pragmatismo irrisorio y absurdo, compra mascarillas baratas que, si bien son un alivio mayor para el bolsillo en tiempos de crisis, tienen una utilidad nula o aproximadamente nula. Falsa seguridad, ¿hay algo más importante?
¿Qué conclusión podemos extraer de todo esto? Fácil, que más nos valía habernos quedado con un estómago más grande. Pensaríamos menos y esto no nos preocuparía, y comeríamos plantas, dejando en paz al pobre cerdo y su gripe.

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