viernes, 8 de mayo de 2009

Traición es numeral cardinal

Hoy va sobre el odio. No por ser un sentimiento noble, que lo es, no por influencia divina, sino por mala leche. Si ayer me habían alegrado un poco el día con ciertos comentarios, hoy tocó el examen. Me levanté medio muerto (no es una novedad muy grande) a las 8 de la mañana. Empaqué el sueño que pude agarrar y lo dejé ir por el lavabo junto con mis legañas. Leí los chistes mañaneros de algún que otro webcomic sin mucho interés, y cuando me quedaban menos de diez minutos para irme. Acabé un cartón de leche y fui a por otro a la despensa, metiendo en el microondas el potingue resultante, para aderezarlo con un cereales y un pastel de crema que muy amablemente me habían dejado mis padres. Recogí las cosas para el examen, me puse la sudadera al hombro (puesto que en mí su función es más de adorno que otra cosa, salvo casos relacionados con el cambio climático) y salí a la calle. Ahí ya me empecé a cagar en dios, estaba lloviendo. No es que me moleste particularmente la lluvia, pero a las hojas que llevaba en la mano no les hacía mucha gracia mojarse. Eso, juntado al ir pillado de tiempo, se resumió en una palabra: correr. No hay nada como una carrera temprano por la mañana, con el desayuno aún haciendo aparición en el estómago para empezar bien el día, y si llueve mejor que mejor. Esperé los 5 minutos de rigor a la puerta del examen, y luego los otros 10 de empezar tarde, y por fin dio comienzo la desesperación. El primer ejercicio no tenía tan mala pinta, eran 13, con sus correspondientes y pseudo infinitos apartados, pero fuimos a ello. Tras pasar los tres siguientes, el ánimo empezó a fallar. A los veinte minutos de examen la cabeza decidió empezar a doler, y cuando remitió casi había pasado una hora más, y mi examen era un fondo blanco salpicado de gotitas de tinta azul espontáneamente, página sí, página no. Recorridos veinticinco minutos más, a falta de un cuarto de hora para el final teórico, mi mente fue reaccionando, y durante ese cuarto de hora "final" mis neuronas, con alguna conexión más, empezaron a cruzar aquél tapiz de números y letras que poco tenían que ver con lo que había dado hasta entonces, que es lo mismo que hasta ahora, los dos años de bachillerato. Arañando quince minutos más, y haciendo que el examen tendiera a la infinidad, ya que nos podíamos haber quedado (sí, he dicho podíamos) mirando el papel como gilipollas durante cinco horas, y difícilmente habríamos encontrado mucho más, apareció la inspiración. Los últimos cinco minutos para resolver entre quince y veinte puntos (sobre 120) del examen tirando de muñeca para acabar el puñetero ejercicio. Salir del examen con la impresión de que se acaban de ir a la mierda tus opciones de tener una nota decente en matemáticas, para encontrar con tus compañeros (amigos pocos) de mismo panorama. Aún con la decepción, eso sirvió para convencerme de no destrozar algo.
Puedo parecer en esta última parte algo cabrón, y podéis aludir al coloquial "mal de muchos, consuelo de tontos", pero cuando la nota la determinan por campana de Gauss, parece que tientan a pisar al prójimo. Así que, pese o sea políticamente incorrecto, es un consuelo, magro, pero consuelo, y ayuda un poco a diluir mi ya de por sí magníficado odio contra el BI. Para más reseñas sobre esto último, preguntar al autor.


PD: lo único salvable (creo) del día es el poema, que en breves instantes aparecerá ahí arriba. La inspiración llegó antes del examen, y se escribió con la decepción posterior.

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