Entró el payaso en la sala llena de niños.
-¿Qué os gusta niños?
-¡Un unicornio! -dijo uno.
-¡Caramelos! -intentó imponerse otro.
-¡Dinosaurios! -agregó interesado un tercero.
-Los payasos muertos... -dejó ir uno más.
El payaso se pegó un tiro y murió.
El niño se murió de risa en medio de un pegajoso y semicoagulado charco de sangre de payaso.
jueves, 2 de diciembre de 2010
miércoles, 1 de diciembre de 2010
Trets al cor
De su humilde corazón caían dos gotas, negras, negras. Negras como la pez, heladas como el rocío de cuando el sol arrebujado en abrigo de nubes rompe por el horizonte. Aquellos finos cristales, puro hielo, resbalaban por arterias que las recibían encogidas, ateridas del glaciar sentimiento que las acompañaba. Su temblor reverberaba como el necio encogerse de piernas ante el ser querido, pero en desigual temperatura. Sufrían su suave paso, su etéreo contacto, tan físico como insustancial, tornando en témpano el cuerpo.
Lenta era esta transformación, lenta como los latidos del agonizante. Crujían los músculos con el graznido de algo muerto, se enlentecían en la letanía de sombras y el desmigajarse de todas y cada una de sus fibras. Padecían los esterterores del oprobio no escrito los tendones, que se agarraban a una mueca fija, esteril por inmóvil. El cerebro, fuente de ímprobos desmanes e ideas de contrabando se afincaban en lo usual, cotidiano y aburrido.
Y por fin, las lágrimas volvieron al corazón, monstruo en letargo que, quizá, algún día vuelva a despertar.
Lenta era esta transformación, lenta como los latidos del agonizante. Crujían los músculos con el graznido de algo muerto, se enlentecían en la letanía de sombras y el desmigajarse de todas y cada una de sus fibras. Padecían los esterterores del oprobio no escrito los tendones, que se agarraban a una mueca fija, esteril por inmóvil. El cerebro, fuente de ímprobos desmanes e ideas de contrabando se afincaban en lo usual, cotidiano y aburrido.
Y por fin, las lágrimas volvieron al corazón, monstruo en letargo que, quizá, algún día vuelva a despertar.
martes, 30 de noviembre de 2010
A vosotros, los ellos
¿Qué sabéis vosotros
necios, sordos, avinagrados?
¿Qué creéis conocer
absurdos intentos de personas?
El frío os llena y colma
de vanidad el pellejo,
firmes se ajustan las gomas
de hipocresía en el pelo.
¡Ya cantan las pléyades vuestros desmanes!
¡Aún se escriben veladas las verdades!
Vuestro arrebujado corazón,
músculo de atrofia y deseo,
en venas de cava sirve
sucedáneos sentimientos.
Por una arroba de suerte
darías del alma el peso,
por evitar a la muerte
moriríais en el proceso.
Y es que el señalar ya mata,
callando de honestidades,
lo que expresais con el habla:
contradicciones formales.
Acaso sea el miedo,
o el exceso de valor,
que os dejan juzgar al mundo
excluyéndoos.
En sangre estanca muráis,
pues de sangre estanca venís,
y si de bilis tragáis
no me roguéis a mí.
necios, sordos, avinagrados?
¿Qué creéis conocer
absurdos intentos de personas?
El frío os llena y colma
de vanidad el pellejo,
firmes se ajustan las gomas
de hipocresía en el pelo.
¡Ya cantan las pléyades vuestros desmanes!
¡Aún se escriben veladas las verdades!
Vuestro arrebujado corazón,
músculo de atrofia y deseo,
en venas de cava sirve
sucedáneos sentimientos.
Por una arroba de suerte
darías del alma el peso,
por evitar a la muerte
moriríais en el proceso.
Y es que el señalar ya mata,
callando de honestidades,
lo que expresais con el habla:
contradicciones formales.
Acaso sea el miedo,
o el exceso de valor,
que os dejan juzgar al mundo
excluyéndoos.
En sangre estanca muráis,
pues de sangre estanca venís,
y si de bilis tragáis
no me roguéis a mí.
lunes, 1 de noviembre de 2010
El pulpo de dos brazos
Os voy a contar, como hiciera mi madre conmigo, la historia del pulpo de dos brazos.
Como no puede ser de otra manera, esta historia empieza con nuestro querido protagonista apareciendo por arte de magia (esta no es otra de esas historias sórdidas que se recrean en tentáculos y gónadas) en el mundo. Y así, él, rodeado de sus semejantes, los veía y se veía. Se sentía diferente a ellos, sí, pero no por ello peor. Ni ellos lo pensaban. Todo era como querría nuestra ex-querida Bibiana Aido (o al menos como debería haber querido), un mundo multicolor de felicidad y piruletas.
El querido pulpo (no os desviéis del tema) pronto descubrió las maravillas de la vida, y se vio rodeado de cosas bonitas. Cosas bonitas para los pulpos, tampoco vio uno de nuestros preciosos monumentos (aunque quizá así fuera mejor para él). Estando en esto, quiso cogerlas. Extendió su brazo y ¡plop! en su poder tenía una brillante concha, algo nacarada por dentro, sin duda un tesoro. El pulpo estaba contento con su tesoro, pero de pronto vio para su disfrute una moneda antigua, algo oxidada, pero bonita, y la cogió también. El pulpo enseñaba orgulloso sus dos pertenencias a todo pulpo que veía, y ellos contentos también le mostraban las suyas.
La vida siguió así, hasta que el pulpo vio un bonito trozo de coral. Sin pensarlo siquiera, el cerebro del pulpo dio la orden de cogerlo. Apenas entrado en su regocijo, el pulpo vio que había perdido su concha. Alarmado, la cogió de nuevo, pero ahora desaparecida estaba la moneda. Cuando tuvo la moneda, el coral volvía a estar fuera de su alcance. Y así siguió, alternándose a duras penas para poder mantener lo que tenía y tanto le gustaba.
Su encuentro con un trozo de porcelana derivó, de un modo semejante, en más problemas para el pobre pulpo, que apenas conseguía apañárselas. Con tesón, sin embargo, fue llevándolo a buen puerto. Pero poco a poco, el pulpo se iba pareciendo más a un malabarista que a un verdadero pulpo.
Su cerebro, diseñado para tener ocho brazos, le iba jugando malas pasadas, mientras se veía al pulpo atareado, sin tiempo siquiera para distraerse.
¿El final?
Ah, no, no me gustan los finales tristes, y a vosotros tampoco, así que aquí se acabó.
Como no puede ser de otra manera, esta historia empieza con nuestro querido protagonista apareciendo por arte de magia (esta no es otra de esas historias sórdidas que se recrean en tentáculos y gónadas) en el mundo. Y así, él, rodeado de sus semejantes, los veía y se veía. Se sentía diferente a ellos, sí, pero no por ello peor. Ni ellos lo pensaban. Todo era como querría nuestra ex-querida Bibiana Aido (o al menos como debería haber querido), un mundo multicolor de felicidad y piruletas.
El querido pulpo (no os desviéis del tema) pronto descubrió las maravillas de la vida, y se vio rodeado de cosas bonitas. Cosas bonitas para los pulpos, tampoco vio uno de nuestros preciosos monumentos (aunque quizá así fuera mejor para él). Estando en esto, quiso cogerlas. Extendió su brazo y ¡plop! en su poder tenía una brillante concha, algo nacarada por dentro, sin duda un tesoro. El pulpo estaba contento con su tesoro, pero de pronto vio para su disfrute una moneda antigua, algo oxidada, pero bonita, y la cogió también. El pulpo enseñaba orgulloso sus dos pertenencias a todo pulpo que veía, y ellos contentos también le mostraban las suyas.
La vida siguió así, hasta que el pulpo vio un bonito trozo de coral. Sin pensarlo siquiera, el cerebro del pulpo dio la orden de cogerlo. Apenas entrado en su regocijo, el pulpo vio que había perdido su concha. Alarmado, la cogió de nuevo, pero ahora desaparecida estaba la moneda. Cuando tuvo la moneda, el coral volvía a estar fuera de su alcance. Y así siguió, alternándose a duras penas para poder mantener lo que tenía y tanto le gustaba.
Su encuentro con un trozo de porcelana derivó, de un modo semejante, en más problemas para el pobre pulpo, que apenas conseguía apañárselas. Con tesón, sin embargo, fue llevándolo a buen puerto. Pero poco a poco, el pulpo se iba pareciendo más a un malabarista que a un verdadero pulpo.
Su cerebro, diseñado para tener ocho brazos, le iba jugando malas pasadas, mientras se veía al pulpo atareado, sin tiempo siquiera para distraerse.
¿El final?
Ah, no, no me gustan los finales tristes, y a vosotros tampoco, así que aquí se acabó.
lunes, 16 de agosto de 2010
Calientes valientes
Porque leí mal, por ejemplo. Lo que varía el -lien- en los cantes una expresión. Lo cierto es que me gustaría hacerle más honor a la segunda palabra. Perderle el miedo al cuerpo a cuerpo, a las proposiciones indecentes, aún sin el vaso en la mano. Perderle el arrepentimiento a haber tentado, a seguir tentando. A jugar con las manos, con los dedos, a caer y a tirarse. No tener respeto ni falta de sorna, y ser más cara dura para aguantar los bofetones.
Me gustaría.
Me gustaría.
domingo, 8 de agosto de 2010
De pega
-Eres... algo así como mi novio de repuesto.
-No, no, si fuera tu novio le rompería la cara a ese gilipollas creído. Digamos simplemente que soy el que te folla y te dice cosas bonitas de vez en cuando.
-No, no, si fuera tu novio le rompería la cara a ese gilipollas creído. Digamos simplemente que soy el que te folla y te dice cosas bonitas de vez en cuando.
domingo, 18 de julio de 2010
After the storm, behind the calm
Frenético, demoledor, sorprendente y poco convencional. Palos a mi cuerpo por todos y cada uno de los frentes, y mañana más y peor, como no puede ser de otra manera. Seguir tragando sin atragantarse, Zirrosis. Sigo donando pedazos de locura a mis noches, parches de sinrazón a las horas muertas, originalidad al momento presente y un ramillete de egoismo al querer. Recojo el significado de ver amanecer, destilando hasta el dolor de un "toca madrugar". El papel de lija para escribir los versos de tormento ha ido raspando la dura historia hasta quedar menos que un dibujo, más que un bosquejo de sinsabor. Se fríen al sol del desierto la prudencia y el prudente, machacados por la tórrida desesperación de una huida hacia adelante. Del frío trae el instante congelado la memoria, ese punto de vergüenza que diferencia noche y desenfreno, actividad y epilepsia. Y yo, ¿qué queda de mí, exprimido hasta pulpa de sueños?
viernes, 16 de julio de 2010
Vuelvo a traficar
Esta recurrente frase de una canción de Melendi, poso de una etapa oscura, o quizá mucho más clara, de mi vida, no es del todo cierta. En cambio, sí vuelvo a trasnochar. Por decreto, por gusto, porque me apetece ponerme a las letras, compartidas y propias, dejarme por motor un pedazo de música. Porque me debo mis, como poco, dos páginas que sean granito de arena para la novela.
Sin embargo, también vuelvo a traficar. A traficar con sueños e ilusiones.
No suelo escribir por, para o acerca de la gente. Lo he hecho en contadas ocasiones, y por mal llamado amor. La mayoría de mis poemas de amor son huérfanos de madre. Se vuelca un sentimiento que no sé si he tenido ni si tendré. Contadas con los dedos de una mano, y si no recuerdo mal me sobran tres, son las veces que he escrito como dije. Voy a robarme un dedo.
Porque sí, es una princesita, pajarito o personita, a mi gusto y discrección, según mis ganas de molestar. Es bajita (en realidad no tanto, pero no se lo digáis, lo leerá sola) y frágil. Al menos esto último se empeña en repetirme cuando la agredo, de forma cariñosa y suave (no admito correción en este punto). Pero el caso es que, frágil o no, lleva años aquí, a mi lado, y siempre la he visto entera. Siempre escuchando, aunque las más de las veces contando. Esto en realidad es culpa mía, si es que es culpa alguna, no me gusta hablar más allá de lo que considero banal las más de las veces. Aún así, es una de las personas a las que más confesiones le he hecho. También aprecio el hecho de que sea una de las personas que, en la sombra al principio, luego no tanto, me ha leído.
Quiero considerar también que me ha apoyado, a su manera, peculiar en algunos casos, pero apoyado al fin y al cabo. Quiero agradecerle también el ser borde, aunque nunca llegará a mi nivel cuando me harto. Resulta bastante complicado, y me siento honrado de ostentar tal nivel de bordería como para espantar a las moscas. También sus paseos, tonterías, múltiples momentos pasados, las conversaciones acerca de la vida (no lo niegues, te has reído) y un sinfín de momentos que, de momento, acaban en hoy. Las lágrimas y confesiones forman parte de este elenco de pensamientos y recuerdos a agradecer, y, creo, a este bicho le queda poco más que desear que se alargue esta estela de abrazos, canciones que hablan de asesinatos, golpes de ego y sonrisas mal disimuladas.
Gracias, espero que recojas ese corazón aplastado y pisoteado del suelo, que por lo que habrás leído no hace falta. Pátata, y lo sabes.
PD: sí, soy lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor y en aumento, pero también soy genial, y cuando dices "es que es jodidamente listo" le quitas credibilidad a cuando me llamas idiota, así que lo siento.
Sin embargo, también vuelvo a traficar. A traficar con sueños e ilusiones.
No suelo escribir por, para o acerca de la gente. Lo he hecho en contadas ocasiones, y por mal llamado amor. La mayoría de mis poemas de amor son huérfanos de madre. Se vuelca un sentimiento que no sé si he tenido ni si tendré. Contadas con los dedos de una mano, y si no recuerdo mal me sobran tres, son las veces que he escrito como dije. Voy a robarme un dedo.
Porque sí, es una princesita, pajarito o personita, a mi gusto y discrección, según mis ganas de molestar. Es bajita (en realidad no tanto, pero no se lo digáis, lo leerá sola) y frágil. Al menos esto último se empeña en repetirme cuando la agredo, de forma cariñosa y suave (no admito correción en este punto). Pero el caso es que, frágil o no, lleva años aquí, a mi lado, y siempre la he visto entera. Siempre escuchando, aunque las más de las veces contando. Esto en realidad es culpa mía, si es que es culpa alguna, no me gusta hablar más allá de lo que considero banal las más de las veces. Aún así, es una de las personas a las que más confesiones le he hecho. También aprecio el hecho de que sea una de las personas que, en la sombra al principio, luego no tanto, me ha leído.
Quiero considerar también que me ha apoyado, a su manera, peculiar en algunos casos, pero apoyado al fin y al cabo. Quiero agradecerle también el ser borde, aunque nunca llegará a mi nivel cuando me harto. Resulta bastante complicado, y me siento honrado de ostentar tal nivel de bordería como para espantar a las moscas. También sus paseos, tonterías, múltiples momentos pasados, las conversaciones acerca de la vida (no lo niegues, te has reído) y un sinfín de momentos que, de momento, acaban en hoy. Las lágrimas y confesiones forman parte de este elenco de pensamientos y recuerdos a agradecer, y, creo, a este bicho le queda poco más que desear que se alargue esta estela de abrazos, canciones que hablan de asesinatos, golpes de ego y sonrisas mal disimuladas.
Gracias, espero que recojas ese corazón aplastado y pisoteado del suelo, que por lo que habrás leído no hace falta. Pátata, y lo sabes.
PD: sí, soy lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor de lo peor y en aumento, pero también soy genial, y cuando dices "es que es jodidamente listo" le quitas credibilidad a cuando me llamas idiota, así que lo siento.
La lámpara de día
Pues sí, fue frotar el día y salir el genio. Bueno, más que frotar, joder. Como me viene pasando dos veces esta semana, me despierta el 1004 a las 11, privándome de horas de sueño que yo me había encargado de sepultar convenientemente en la noche. Bien, tras esta oportuna llamada que, tras descolgar, fue repentinamente interrumpida, empezó mi día. Unos primeros compases en los que me dediqué a leer y revisar cosas por internet y, en definitiva, a concretar planes para por la tarde y hacer tiempo para ir al centro de salud. Una vez allí, me abre mi madre la puerta, y tras quitarme la venda, con un sonoro "click-click" van cayendo una a una las grapas. Ya soy un poco menos metálico, sólo tengo un tornillo en la muñeca. Vuelve mi vendaje y vuelvo yo a casa. Destilo unos minutos por el inframundo y me hago la comida. Sí, sé que es muy generoso decir que hago la comida cuando en realidad caliento y sirvo, pero si ya soy bastante nulo con dos brazos, con uno iba a ser un espectáculo impresionante. Completado el trámite de alimentarme, ya que mi pereza me había privado del desayuno, me duché y cogí el bus para ir al hospital. De mi presencia allí, diré que fue breve, y es lo mejor.
Para comenzar la tarde, la alegría de ir en coche. Ya no tendría que meterme en una lata de sardinas que algunos quieren llamar autobús. Con una sola vez que me sienta un judío a la espera del Ciclon B sobra, no necesito más calor, cuerpos pegados y sensación de agobio. Una vez en la semana, tour de libros. Sol, mucho sol. Seis personas de tienda en tienda, mirando. Yo, sin acabar de convencerme de qué comprar y con libros en casa, me acabé yendo de manos vacías. Y tras el devenir de los acontecimientos lógicos, el hambre entra. "Vamos a tomar algo" dice alguien. Yo retomo mi búsqueda de Miguel, a quién le había dicho que iría a la feria, y por fin lo hallo sentado de tertulia, como no podía ser de otra manera. Me presenta a Elía y a Carlos, y una por otra, hablando con ellos, dicen de tomar algo y que vaya. Tampoco soy yo quién para negarme, y ni corto ni perezoso a ello me meto. Una cervecita, conversación que empieza a versar sobre hijos, tema que me pilla demasiado encima, y demasiado lejos, y una llamada. Visita de Avilés en la noria, logro entender por encima del ruido. De nuevo en ruta, me abro paso entre la muchedumbre de forma menos violenta de lo que me gustaría, nótese el estado maltrecho de mi brazo, y llego. Saludos, chanzas y un vamos a tomar algo después de un poco. Yo suelto un "igual encontramos a mis amigos y todo". Mi yo profeta sale a relucir por primera vez, que no última. Dicho y hecho, sin haber encontrado un sitio convincente, pasan por delante de mis narices a lo lejos. Saludos, despedidas, y me voy con ellos. Voy pensando "llamo a Gabi cuando esté en el puesto de camisetas a ver donde anda". Yo profético 2, mundo 0. Gabi está en el puesto de camisetas. De nuevo formalidades, dar la mano, metafóricamente hablando, que solo tengo una, y seguimos. Al poco hablan de retirada, y a ella que vamos. No me apetece otro chigre infame en lo bueno y en lo barato. Bajamos en coche hasta el Le Monde, donde el divertiequipo, formado por Bea, Richi y servidor, consigue la victoria al trivial. Una grimbergen triple después estoy cenando en mi casa y, para completar el cuadro, dicen que soy genial y molo.
Pues, por qué no, quizá sea verdad. En caso contrario, problema del resto.
Para comenzar la tarde, la alegría de ir en coche. Ya no tendría que meterme en una lata de sardinas que algunos quieren llamar autobús. Con una sola vez que me sienta un judío a la espera del Ciclon B sobra, no necesito más calor, cuerpos pegados y sensación de agobio. Una vez en la semana, tour de libros. Sol, mucho sol. Seis personas de tienda en tienda, mirando. Yo, sin acabar de convencerme de qué comprar y con libros en casa, me acabé yendo de manos vacías. Y tras el devenir de los acontecimientos lógicos, el hambre entra. "Vamos a tomar algo" dice alguien. Yo retomo mi búsqueda de Miguel, a quién le había dicho que iría a la feria, y por fin lo hallo sentado de tertulia, como no podía ser de otra manera. Me presenta a Elía y a Carlos, y una por otra, hablando con ellos, dicen de tomar algo y que vaya. Tampoco soy yo quién para negarme, y ni corto ni perezoso a ello me meto. Una cervecita, conversación que empieza a versar sobre hijos, tema que me pilla demasiado encima, y demasiado lejos, y una llamada. Visita de Avilés en la noria, logro entender por encima del ruido. De nuevo en ruta, me abro paso entre la muchedumbre de forma menos violenta de lo que me gustaría, nótese el estado maltrecho de mi brazo, y llego. Saludos, chanzas y un vamos a tomar algo después de un poco. Yo suelto un "igual encontramos a mis amigos y todo". Mi yo profeta sale a relucir por primera vez, que no última. Dicho y hecho, sin haber encontrado un sitio convincente, pasan por delante de mis narices a lo lejos. Saludos, despedidas, y me voy con ellos. Voy pensando "llamo a Gabi cuando esté en el puesto de camisetas a ver donde anda". Yo profético 2, mundo 0. Gabi está en el puesto de camisetas. De nuevo formalidades, dar la mano, metafóricamente hablando, que solo tengo una, y seguimos. Al poco hablan de retirada, y a ella que vamos. No me apetece otro chigre infame en lo bueno y en lo barato. Bajamos en coche hasta el Le Monde, donde el divertiequipo, formado por Bea, Richi y servidor, consigue la victoria al trivial. Una grimbergen triple después estoy cenando en mi casa y, para completar el cuadro, dicen que soy genial y molo.
Pues, por qué no, quizá sea verdad. En caso contrario, problema del resto.
jueves, 15 de julio de 2010
Trasnochando
"Y ahora este sitio está lleno de noches sin arte, de abrazos vacíos, de mundos aparte...". Casi profético, me recibe después de un cambio más, y ya van unos cuantos, en la música y la estética del blog. La verdad es que me siento más cómodo en este nuevo formato, que investigaré un poco más en futuras visitas, siempre me sentí más cómodo con el negro y los tonos oscuros que así.
Y hoy me han recibido el día como un oso panda, con ojeras no farloperas, al contrario que lo que dijeran Lehendakaris. Trasnochar siempre fue malo, y siempre me gustó. Siento una particular atracción por esas horas de nadie, de quién las quiera coger. Esas horas en que la gente normal duerme, la gente menos normal trabaja, y algunos estamos en vela. El sostenerse hasta que ves más lejos el anochecer que el amanecer. Esa extraña claridad de ideas, esa paz, el saber que nadie, quitando telefónica, te molestará. Un vodka en la mesilla y mecer en arrumacos las palabras. Sí, me gusta trasnochar, no me convencen las mañanas.
Y hoy me han recibido el día como un oso panda, con ojeras no farloperas, al contrario que lo que dijeran Lehendakaris. Trasnochar siempre fue malo, y siempre me gustó. Siento una particular atracción por esas horas de nadie, de quién las quiera coger. Esas horas en que la gente normal duerme, la gente menos normal trabaja, y algunos estamos en vela. El sostenerse hasta que ves más lejos el anochecer que el amanecer. Esa extraña claridad de ideas, esa paz, el saber que nadie, quitando telefónica, te molestará. Un vodka en la mesilla y mecer en arrumacos las palabras. Sí, me gusta trasnochar, no me convencen las mañanas.
Melancolía
Quiero despertar y ver tu mano en la almohada. Ver tu mano en la almohada y sonreírte. Sonreírte y aprehender esa mano. Aprehender esa mano y disfrutar su suave tacto. Disfrutar su suave tacto y besarla. Besarla a ella y besarte a ti. Besarte y perderme en el olor de tu pelo. Perderme en el embriagador olor de tu pelo y abandonarme en la calidez de tu cuerpo. Abandonarme en la calidez de tu cuerpo y oírte decir te quiero. Oírte decir te quiero y no despertar…
Me reciben
Las mismas canciones que traje me sorprenden ahora. Me obligan a cerrar Spotify (buen invento) y dejar que lo que yo dejara como bienvenida me salude. Siento como si pisara mi casa después de bastante tiempo, y ciertamente podría considerarse así. Aspiro el olor a viejo, el mismo tapizado que yo llegara, el mismo rock español del que extrajera las estridentes, para algunos, notas de metal extremo, las mismas entradas que dejara a recibirme...
Todo en su sitio, cogiendo polvo, que cuidadosamente voy limpiando, voy limpiando y recuperando mi identidad, mi lugar. Vuelvo a acoger estas teclas que se habían escapado de este cerco color salmón y domarlas en palabras. Siento el peso del insomnio bien empleado en esta excesivamente cálida noche, la brisa y el brillo de mi lámpara sobre el cristal de la ventana que me impide ver la noche. Siento cómo el vagabundeo me ha hecho, sin quererlo, volver a mi papel. Y es que los pasos siempre siguen las mismas calles, la misma ruta, hacia la misma brisa marina de sal y temple.
Y sólo me queda decir bienvenidos. Bienvenidos a los que habéis entrado aquí antes, a los que os habéis apuntado a la pequeña lista que guardo a la izquierda. A los que hayan entrado y los que no lo hayan hecho, y a los que nunca van a entrar. Volvais o no, lo haga yo o no, gracias y bienvenidos.
Todo en su sitio, cogiendo polvo, que cuidadosamente voy limpiando, voy limpiando y recuperando mi identidad, mi lugar. Vuelvo a acoger estas teclas que se habían escapado de este cerco color salmón y domarlas en palabras. Siento el peso del insomnio bien empleado en esta excesivamente cálida noche, la brisa y el brillo de mi lámpara sobre el cristal de la ventana que me impide ver la noche. Siento cómo el vagabundeo me ha hecho, sin quererlo, volver a mi papel. Y es que los pasos siempre siguen las mismas calles, la misma ruta, hacia la misma brisa marina de sal y temple.
Y sólo me queda decir bienvenidos. Bienvenidos a los que habéis entrado aquí antes, a los que os habéis apuntado a la pequeña lista que guardo a la izquierda. A los que hayan entrado y los que no lo hayan hecho, y a los que nunca van a entrar. Volvais o no, lo haga yo o no, gracias y bienvenidos.
domingo, 23 de mayo de 2010
Rústico
No era bonito, no era especial, pero se recreaba en el impacto de la mediocridad. Sus bondades, cogidas con las pinzas más minúsculas que una mano pudiera coger, no bastaban para hacerl un lugar deseable. Ni siquiera para hacerlo agradable en algún modo que permitiera soñar con la permanencia pero, ¿qué diversión se encuentra en lo imperecedero?
Así pues, es lo caduco, lo marchito y lo decadente lo que hacía sonar el timbre último de aquél lugar. Aquella tibia melodía de altibajos capaz de tocar el alma con dos pasadas, y atesorar un recuerdo, un ideal y una ilusión cuya naturaleza efímera es puesta en tela de juicio.
Quizá sea porque el punk exije eso: una pizca de decadencia, mucha autodestrucción, un tono lacónico y grandes dosis de inconformismo, aderezado todo ello con la miríada de símbolos que hacen de este un movimiento singular.
Y es que es eso lo primero que uno se encuentra, símbolos. La bandera inglesa que abanderaba a los 'Sex Pistols' y a tantos otros se asomaba día sí y día también a la única ventana que se le conocía al local. La puerta, siempre cerrada, no hacía más que invitar a continuar el paseo. Pero a veces la tendencia se esfuma en el dulce humor de la novedad. El aire viciado y cálido del interior recibía al incauto visitante, cargado de historias de redención de la gente que aún intentaba conservarse en lo artificial. Miradas carentes de interés, agridulces, se deslizan sobre los recién llegados, dejando una pátina de incomodidad que se desliza lentamente distraída la atención de nuevo. Los primeros pasos y se inspecciona el local. Una diana aquí, un poster allí y la barra, amplia, al fondo. El camarero con un aire distraído. Esa no era la hora del bar. No era la hora de nada más que unas cervezas sin preguntar.
Pedidas estas, bajamos. La escalera, de raída madera, recorre dos de las paredes del local deslizándose en el abismo humeante. Dos viejos diablos se dejan acompañar por delirios de humo, con una cerveza a cada lado. El futbolín, viejo pero funcional, acompaña con el inequívoco ruido de golpes bien entonados. Rudo y rápido, life fast die young. Sentados ya, la charla se ve acompañado por un fondo de Extremoduro, La polla, Boikot y demás perlas que complementan la indumentaria del local. Del baño, estrecho y humedo, el agudo sonido del romperse el tedio, con un billete de veinte como puente entre la monotonía y la felicidad.
Unas partidas de futbolín más tarde te fundes con la languided y decadencia, descubriendo que no son tal. La charla es animada, la brutalidad en el aspecto de todo, deja de chocar y se convierte en patrón general. Las ropa raída, las hijas del chimbo, imperdibles de símbolos perdidos y demás ángulos demasiado agudos se vuelven calma y normalidad.
Al final, cuando sales por la puerta, al mundo le falta un color, una vuelta más a un pasado que indica el futuro inmediato.
Cuando ves que defintivamente ha muerto, que la puerta no está echada, sino cerrada, sientes que te han arrancado algo más, y el motor ruge en busca de combustible que devorar en busca de otra huída hacia adelante, lejos del vaivén letánico.
Así pues, es lo caduco, lo marchito y lo decadente lo que hacía sonar el timbre último de aquél lugar. Aquella tibia melodía de altibajos capaz de tocar el alma con dos pasadas, y atesorar un recuerdo, un ideal y una ilusión cuya naturaleza efímera es puesta en tela de juicio.
Quizá sea porque el punk exije eso: una pizca de decadencia, mucha autodestrucción, un tono lacónico y grandes dosis de inconformismo, aderezado todo ello con la miríada de símbolos que hacen de este un movimiento singular.
Y es que es eso lo primero que uno se encuentra, símbolos. La bandera inglesa que abanderaba a los 'Sex Pistols' y a tantos otros se asomaba día sí y día también a la única ventana que se le conocía al local. La puerta, siempre cerrada, no hacía más que invitar a continuar el paseo. Pero a veces la tendencia se esfuma en el dulce humor de la novedad. El aire viciado y cálido del interior recibía al incauto visitante, cargado de historias de redención de la gente que aún intentaba conservarse en lo artificial. Miradas carentes de interés, agridulces, se deslizan sobre los recién llegados, dejando una pátina de incomodidad que se desliza lentamente distraída la atención de nuevo. Los primeros pasos y se inspecciona el local. Una diana aquí, un poster allí y la barra, amplia, al fondo. El camarero con un aire distraído. Esa no era la hora del bar. No era la hora de nada más que unas cervezas sin preguntar.
Pedidas estas, bajamos. La escalera, de raída madera, recorre dos de las paredes del local deslizándose en el abismo humeante. Dos viejos diablos se dejan acompañar por delirios de humo, con una cerveza a cada lado. El futbolín, viejo pero funcional, acompaña con el inequívoco ruido de golpes bien entonados. Rudo y rápido, life fast die young. Sentados ya, la charla se ve acompañado por un fondo de Extremoduro, La polla, Boikot y demás perlas que complementan la indumentaria del local. Del baño, estrecho y humedo, el agudo sonido del romperse el tedio, con un billete de veinte como puente entre la monotonía y la felicidad.
Unas partidas de futbolín más tarde te fundes con la languided y decadencia, descubriendo que no son tal. La charla es animada, la brutalidad en el aspecto de todo, deja de chocar y se convierte en patrón general. Las ropa raída, las hijas del chimbo, imperdibles de símbolos perdidos y demás ángulos demasiado agudos se vuelven calma y normalidad.
Al final, cuando sales por la puerta, al mundo le falta un color, una vuelta más a un pasado que indica el futuro inmediato.
Cuando ves que defintivamente ha muerto, que la puerta no está echada, sino cerrada, sientes que te han arrancado algo más, y el motor ruge en busca de combustible que devorar en busca de otra huída hacia adelante, lejos del vaivén letánico.
lunes, 17 de mayo de 2010
De noches de princesas
Me llaman dandy
me llaman crápula
y si en una esquina lloro
en la otra río con ganas.
No es por estilo
es por defecto
siento el dulce cosquilleo
no sé cómo estarme quieto.
Y es que hieren las mañanas
hiere el sentirse atrapado
las raíces no me atan,
mata quién me ha abandonado.
Aún así sigo dejando
piedras en este camino
si algún día alguien me sigue
siempre digo "yo no he sido".
Y es que para abrir las puertas
siempre pico a las ventanas
bailo cuando no me gusta
paro cuando alguien me baila
que no soy yo de seguir
esas aguas de corriente
prefiero seguir en baile
dos lenguas intransigentes.
Si la falta de decoro
se considera pecado
he caído en los abismos
aunque fondo no he tocado.
Y es que me queda cien duros
ponme un whisky barato
un litro de amor en vena:
ya estoy para ti, encanto.
me llaman crápula
y si en una esquina lloro
en la otra río con ganas.
No es por estilo
es por defecto
siento el dulce cosquilleo
no sé cómo estarme quieto.
Y es que hieren las mañanas
hiere el sentirse atrapado
las raíces no me atan,
mata quién me ha abandonado.
Aún así sigo dejando
piedras en este camino
si algún día alguien me sigue
siempre digo "yo no he sido".
Y es que para abrir las puertas
siempre pico a las ventanas
bailo cuando no me gusta
paro cuando alguien me baila
que no soy yo de seguir
esas aguas de corriente
prefiero seguir en baile
dos lenguas intransigentes.
Si la falta de decoro
se considera pecado
he caído en los abismos
aunque fondo no he tocado.
Y es que me queda cien duros
ponme un whisky barato
un litro de amor en vena:
ya estoy para ti, encanto.
sábado, 15 de mayo de 2010
Del cielo la envidia era blanca
Brilla la luna en su entierro,
que las luces dan mal fario
se relame el olmo viejo
del astro presa de escarnio.
Decantados ancestrales celos
en matraz secundario
no valieron ya los lamentos
deslizado ya el sudario
Manto del frío negro,
el color da mal fario.
Manto de olor a muerto,
sin remilgos sepultadlo.
Que no haya de ser el cielo
mientras concibe su parto
quién llore lo que yo veo
quemen mis carnes el llanto.
Nace la luna en el ciego
firmamento desnudo y descalzo
otra vez sale a paseo
su sino ya está marcado
En sucinto silencio leo
en los ojos díafanos
el sutil, ruín anhelo,
nacido en dársena el barco,
de robarle miradas a un sueño.
Y así poner cerco al marco
pintado ya el lienzo
amores de verdad matan al cielo.
que las luces dan mal fario
se relame el olmo viejo
del astro presa de escarnio.
Decantados ancestrales celos
en matraz secundario
no valieron ya los lamentos
deslizado ya el sudario
Manto del frío negro,
el color da mal fario.
Manto de olor a muerto,
sin remilgos sepultadlo.
Que no haya de ser el cielo
mientras concibe su parto
quién llore lo que yo veo
quemen mis carnes el llanto.
Nace la luna en el ciego
firmamento desnudo y descalzo
otra vez sale a paseo
su sino ya está marcado
En sucinto silencio leo
en los ojos díafanos
el sutil, ruín anhelo,
nacido en dársena el barco,
de robarle miradas a un sueño.
Y así poner cerco al marco
pintado ya el lienzo
amores de verdad matan al cielo.
martes, 23 de marzo de 2010
Resucité al tercer día...
... en el psiquiátrico, absurdo invento.
En estas fiestas tan señaladas (señaladas porque alguien hace más de 2000 años las quiso poner ahí), fiestas de una abstinencia no practicada y de milagros religiosos, sólo me queda celebrar lo que creo. Y realmente creo que me voy a quedar sólo desde el jueves santo hasta el lunes providencial. Providencial es que no haya clase y pueda dormir después del fin de semana. Intentaré beber por tres (por dos ya lo tengo muy visto) y, si sigo vivo o resucito, estudiar cuando vuelva a estar entre los vivos. He dicho.
En estas fiestas tan señaladas (señaladas porque alguien hace más de 2000 años las quiso poner ahí), fiestas de una abstinencia no practicada y de milagros religiosos, sólo me queda celebrar lo que creo. Y realmente creo que me voy a quedar sólo desde el jueves santo hasta el lunes providencial. Providencial es que no haya clase y pueda dormir después del fin de semana. Intentaré beber por tres (por dos ya lo tengo muy visto) y, si sigo vivo o resucito, estudiar cuando vuelva a estar entre los vivos. He dicho.
Arrancando
Suena el motor con una monótona mezcla de metal, plástico, y compuestos que no tienes muy claro que sean uno u otro. La maquinaria arranca, arranca contigo o sin ti. Es la fábrica la que llama a un nuevo día, que no se diferencia mucho de la noche. Ratas de noche roen, ratas de día roen. El cielo sigue encapotado. Hace más de un siglo que no llueve. Que no llueven sueños ni esperanzas. No llueven pasiones elevadas ni promesas de salvación. Ya no caen sobre esta tierras las plegarias, tan vanas como placenteras. Nadie cree en una vida mejor cuando a cada día se siente un poco más hundido en el infierno, simplemente te preguntas qué has hecho para merecer esto, y si eres capaz de hallar una respuesta no tardas en apretar el gatillo, eso sí es fácil. Si no eres capaz de llegar a una conclusión que te tranquilice, también gatillo. No te apures, no tiene que ser para ti, simplemente para lo que más rabia te dé. Literalmente. En este mundo, si algo realmente abunda, realmente "llueve", es el plomo y la ira. Nadie está contento y todos creen que la culpa de todo está ahí fuera. Sí, en ese estercolero al que se atreven a llamar calle. En ese cubil, más grande, y por lo tanto trampa mayor, que éste en el que nos encontramos, sienten que reside su infelicidad. Sólo tienen que coger algo y volarlo en pedazos para sentirse por unos momentos más vivos, más felices, sólo necesitan pensar que todo ha acabado y sólo queda un camino cuesta arriba. Sólo necesitan engañarse a sí mismos o a sus cuerpos unos minutos para hacerse sentir vivos. Luego volverán a morir en el pantano de las emociones, que hunde al ser humano en lo más deleznable, lo más repulsivo y asqueroso. Y ahí ya no hay salvación posible. A cada paso con que trituran el suelo para intentar salir de su propia ponzoña, se hunden un poco más. A cada jadeo que les impulsa se quedan sin aire. A cada latido en qué confían un corazón les traiciona. Entenderás por tanto que no te vayan a ofrecer nada. Que no les vayas a importar nada. Que la vida cotiza a la baja en esta vida del color de un otoño. Porque los otoños hace más de un siglo que no son marrones.
El dolor y el sufrimiento están tras cada esquina. Diría que se esconden, pero es mentira, ya ni siquiera hace falta. La gente ya no se oculta, no hay conciencia social, ni nada que se le parezca. Cuando ves cómo pisotean a tu vecino de toda la vida entre cuatro niñatos a los que no habías visto antes, te limitas a apartar la vista. No quieres que te pisen a ti. Nos hemos rebelado contra el propio mundo, contra nuestros amigos, nuestros compañeros. El trabajo no abunda y ya nadie sabe si es derecho, deber, hecho o privilegio. La mayoría de los que ganan algo de una forma medianamente lícita son llamados los comadrejas. Parte de culpa de este nombre viene dada porque el tener una fuente de ingresos mínimamente fiable. Cuando tienes unos pavos en el bolsillo no puedes menos que desconfiar de todo y todos y correr a guardarlos a tu madriguera lo antes posible. La otra parte la tiene la envidia, otro de los sentimientos que causan sensación en este tendencioso mundo que agoniza por méritos propios. La gente piensa que al trabajar, estos les sustraen lo que les es propio. No ya la posibilidad de tener sus honorarios, sino ese dinero en sí mismo. Se lo podría denominar prácticamente el culmen de la degeneración en cuanto a la conciencia social, pero lo cierto es que la decadencia es al nota imperante en el mundo.
Un brillo azul, ¿lo has visto? Espero que sí. Ese es uno de los cielos más azules que he visto en mi vida. Probablemente tú y yo seamos los únicos que nos hayamos dado cuenta de ello. La gente no tiene tiempo a mirar al cielo. De hecho, si lo hubiera hecho alguien, habría bajado al instante la mirada para ver como sus tripas se escapaban con un sonido acuoso y de succión de su lugar habitual en el interior del abdomen. Una dosis de líquido de frenos bien merece la pena ensuciarse las manos con la sangre de un infeliz cuyo crimen recayó, únicamente, en haber pensado que sería bonito abandonarse sin ayuda artificial. Luego limpiaría la navaja, ya que vale casi más que la persona en sí misma. Con el coste de la vida actualmente y la cantidad de muertos naturales, tan natural es morir aplastado por una scooter aerodeslizada como por encontrar una bala perdida con otro dueño que ya casi se ha olvidado que la gente muere al alcanzar cierta edad, el precio de los órganos y cadáveres en general es bien poco. Sin embargo aún puede alcanzarte para un paquete de goma negra. Es un derivado de la nicotina, alquitrán y otras sustancias químicas. Mucho más tóxico que el antiguo tabaco que se masca directamente. Pero, realmente, ¿quién tiene miedo hoy en día miedo a morir de cáncer?
El dolor y el sufrimiento están tras cada esquina. Diría que se esconden, pero es mentira, ya ni siquiera hace falta. La gente ya no se oculta, no hay conciencia social, ni nada que se le parezca. Cuando ves cómo pisotean a tu vecino de toda la vida entre cuatro niñatos a los que no habías visto antes, te limitas a apartar la vista. No quieres que te pisen a ti. Nos hemos rebelado contra el propio mundo, contra nuestros amigos, nuestros compañeros. El trabajo no abunda y ya nadie sabe si es derecho, deber, hecho o privilegio. La mayoría de los que ganan algo de una forma medianamente lícita son llamados los comadrejas. Parte de culpa de este nombre viene dada porque el tener una fuente de ingresos mínimamente fiable. Cuando tienes unos pavos en el bolsillo no puedes menos que desconfiar de todo y todos y correr a guardarlos a tu madriguera lo antes posible. La otra parte la tiene la envidia, otro de los sentimientos que causan sensación en este tendencioso mundo que agoniza por méritos propios. La gente piensa que al trabajar, estos les sustraen lo que les es propio. No ya la posibilidad de tener sus honorarios, sino ese dinero en sí mismo. Se lo podría denominar prácticamente el culmen de la degeneración en cuanto a la conciencia social, pero lo cierto es que la decadencia es al nota imperante en el mundo.
Un brillo azul, ¿lo has visto? Espero que sí. Ese es uno de los cielos más azules que he visto en mi vida. Probablemente tú y yo seamos los únicos que nos hayamos dado cuenta de ello. La gente no tiene tiempo a mirar al cielo. De hecho, si lo hubiera hecho alguien, habría bajado al instante la mirada para ver como sus tripas se escapaban con un sonido acuoso y de succión de su lugar habitual en el interior del abdomen. Una dosis de líquido de frenos bien merece la pena ensuciarse las manos con la sangre de un infeliz cuyo crimen recayó, únicamente, en haber pensado que sería bonito abandonarse sin ayuda artificial. Luego limpiaría la navaja, ya que vale casi más que la persona en sí misma. Con el coste de la vida actualmente y la cantidad de muertos naturales, tan natural es morir aplastado por una scooter aerodeslizada como por encontrar una bala perdida con otro dueño que ya casi se ha olvidado que la gente muere al alcanzar cierta edad, el precio de los órganos y cadáveres en general es bien poco. Sin embargo aún puede alcanzarte para un paquete de goma negra. Es un derivado de la nicotina, alquitrán y otras sustancias químicas. Mucho más tóxico que el antiguo tabaco que se masca directamente. Pero, realmente, ¿quién tiene miedo hoy en día miedo a morir de cáncer?
domingo, 21 de marzo de 2010
Salir, beber
Puedo engañarme, pero creo que no puedo cambiar. Al menos no tan fácilmente. Me siento a gusto con el royo alternativo, aunque no tenga claro exactamente a qué se refiere este tér. Me gusta un estilo de vestir bastante informal, royo camisas, converse, camisetas, vaqueros y demás. Son propuestas interesantes también propuestas alternativas como conciertos poco conocidos, tertulias, alguna presentación de libros o charlas de escritores. Creo que más o menos ha quedado definido el concepto "alternativo".
Sin embargo, y pese a que de vez en cuando escuche lo que he dicho, sigo adorando esa música tremenda, infernal y trepidante. Esa música que, cuando la escuchas desde lejos puede parecer ruido. Esas voces cargadas de botellas de alcohol, gargantas doloridas, humo de la noche. Ese doble bombo apedreado incesantemente y esas letras que hablan de apedrear, de violencia y cosas bonitas. Sigo vistiendo con mis camisetas negras, que tienden a ser infinitas, y con mis pantalones militares (a veces negros) que casi también. Y sí, también sigo sin saber en general del tipo de acontecimientos mencionados antes o, por lo general, no tengo con quién ir o ganas de ello.
Del mismo modo, no puedo escapar de mi naturaleza (o una parte de ella) autodestructiva. Autodestructiva o extrema o cómo quiera llamarla. Me gusta jugar al billar y al fútbol, ver partidos por la tele, salir más tarde y estar un rato vagueando, algunos otros planes y alternativas. He estado haciendo esto últimamente y no me ha disgustado. Pero todo tiene un límite.
Y el límite ha sido volver al pasado. Con la llegada de la primavera llega la primera espichas, las primeras luces de sol que cruzan al general invierno y, pese a traer indicios de lluvia, llaman a formar bajo el vasto cielo y tenderse a beber mientras el cuerpo aguante. Todo vale, todo con tal de acaparar emociones. Ir de un lado a otro, saludar, conocer gente y olvidarla en el mismo día. Pasear en otros momentos y no conocer a la mitad de la gente que te ha saludado efusivamente por la calle, a veces con un "¿Qué tal le va a Juan?", e intentando que no se note que ni siquiera sabes si te acuerdas de ese Juan. Levantarse al día siguiente, haya partido de rugby, de fútbol, o haya que dormir como si una apisonadora se hubiera cebado con tus huesos, y sentirte bien pese a ello. Y al día siguiente, más. Más cacharros, más gente, quizá alguna del día anterior. Más risas. Si ya soy un tanto prepotente (me lo guardo para mí las más de las veces, a la gente no le gusta que les recuerden que son inferiores, sea cierto o no), lo soy tres veces más. Reírte de todo, amigos, amigas o desconocido. Acabar evitando un jaleo que ha buscado tu amigo, o intentando encontrar el jaleo que otro parece que te ha escondido.
Levantarte un domingo y decir: "Amo y odio el vodka"
Sin embargo, y pese a que de vez en cuando escuche lo que he dicho, sigo adorando esa música tremenda, infernal y trepidante. Esa música que, cuando la escuchas desde lejos puede parecer ruido. Esas voces cargadas de botellas de alcohol, gargantas doloridas, humo de la noche. Ese doble bombo apedreado incesantemente y esas letras que hablan de apedrear, de violencia y cosas bonitas. Sigo vistiendo con mis camisetas negras, que tienden a ser infinitas, y con mis pantalones militares (a veces negros) que casi también. Y sí, también sigo sin saber en general del tipo de acontecimientos mencionados antes o, por lo general, no tengo con quién ir o ganas de ello.
Del mismo modo, no puedo escapar de mi naturaleza (o una parte de ella) autodestructiva. Autodestructiva o extrema o cómo quiera llamarla. Me gusta jugar al billar y al fútbol, ver partidos por la tele, salir más tarde y estar un rato vagueando, algunos otros planes y alternativas. He estado haciendo esto últimamente y no me ha disgustado. Pero todo tiene un límite.
Y el límite ha sido volver al pasado. Con la llegada de la primavera llega la primera espichas, las primeras luces de sol que cruzan al general invierno y, pese a traer indicios de lluvia, llaman a formar bajo el vasto cielo y tenderse a beber mientras el cuerpo aguante. Todo vale, todo con tal de acaparar emociones. Ir de un lado a otro, saludar, conocer gente y olvidarla en el mismo día. Pasear en otros momentos y no conocer a la mitad de la gente que te ha saludado efusivamente por la calle, a veces con un "¿Qué tal le va a Juan?", e intentando que no se note que ni siquiera sabes si te acuerdas de ese Juan. Levantarse al día siguiente, haya partido de rugby, de fútbol, o haya que dormir como si una apisonadora se hubiera cebado con tus huesos, y sentirte bien pese a ello. Y al día siguiente, más. Más cacharros, más gente, quizá alguna del día anterior. Más risas. Si ya soy un tanto prepotente (me lo guardo para mí las más de las veces, a la gente no le gusta que les recuerden que son inferiores, sea cierto o no), lo soy tres veces más. Reírte de todo, amigos, amigas o desconocido. Acabar evitando un jaleo que ha buscado tu amigo, o intentando encontrar el jaleo que otro parece que te ha escondido.
Levantarte un domingo y decir: "Amo y odio el vodka"
Cuerpos
Bolsas de agua y moléculas orgánicas, que cuentan con una estructura ósea y muscular que les permite mantener su forma, con ciertas conexiones entre sus células para realizar unas funciones muy concretas, rodeados de una barrera tan frágil como efectiva. Esas puede ser una perfecta descripción de un cuerpo (podría haber sido más meticuloso, pero creo que la idea está bien plasmada) o una perfecta equivocación, porque no es lo que quiero.
Realmente me resulta muy curiosa esta sensación de que hay cuerpos mejores que otros. No hablo de funcionalidad, cada uno tiene sus virtudes, ni tampoco del aspecto físico, ya que es fácil ver que las personas tienen distintos atractivos. No, en este caso me refiero a cuerpos mejores para ser abrazados.
Para quién no me conozca, no soy una persona muy dada a muestras de cariño de este tipo, siendo sinceros. No porque no me gusten, sino quizá una mezcla entre timidez y sensación de que puede resultar chocante y/o incómodo para la otra persona. Sea como fuere, y pese a esto, he dado/recibido suficientes abrazos para poder hablar de ello.
Nacemos, de hecho, entre los brazos de un ser querido, al menos en la mayoría de los casos. He recibido abrazos de madre que me han hecho enternecer, abrazos de madre que he olvidado, abrazos de madre que me recuerdan lo que es la familia y, cómo no, abrazos de madre que me han hecho sentir incómodo o avergonzado. Me han abrazado para felicitarme y para consolarme. Me han abrazado después de un tiempo sin verme. Me han abrazado debido al amigo etanol. Me han abrazado después de ensayar, zarandeándome como un muñeco. Me han abrazado novias y amigas. Me han abrazado antes y después de hacerlo. Me han abrazado con fuerza y sin ella. Y espero que me abracen muchas veces, sobre todo, cuando yo no sea capaz de abrazar a esa persona.
Sin embargo, después de tantos abrazos, muy pocas veces me he sentido realmente bien. No es cuestión de malinterpretar esto, como ya dije, en general, me gustan los abrazos, pero algunos más que otros. Y son precisamente estos que más, los que menos abundan. Es irónico que me resulte extraño sentirme bien pero, de vez en cuando, encuentro unos brazos en los que no me importaría quedarme. Diría "Yo quiero vivir aquí" y quedaríamos anclados, uno y otro, otro y uno. La sensación recíproca de tener a alguien y ser tenido, sentir como ambos cuerpos se amoldan, se acomodan y finalmente se abandonan el uno en el otro. Sentir como la respiración, instintivamente, casi sin querer, se va acompasando a un solo ritmo, y poder cerrar los ojos sin miedo. Poder recorrer la espalda entre caricias, simplemente por el placer de descubrir, y emancipar tu calor en la otra persona.
Sí, quiero un abrazo que no se acabe nunca.
Realmente me resulta muy curiosa esta sensación de que hay cuerpos mejores que otros. No hablo de funcionalidad, cada uno tiene sus virtudes, ni tampoco del aspecto físico, ya que es fácil ver que las personas tienen distintos atractivos. No, en este caso me refiero a cuerpos mejores para ser abrazados.
Para quién no me conozca, no soy una persona muy dada a muestras de cariño de este tipo, siendo sinceros. No porque no me gusten, sino quizá una mezcla entre timidez y sensación de que puede resultar chocante y/o incómodo para la otra persona. Sea como fuere, y pese a esto, he dado/recibido suficientes abrazos para poder hablar de ello.
Nacemos, de hecho, entre los brazos de un ser querido, al menos en la mayoría de los casos. He recibido abrazos de madre que me han hecho enternecer, abrazos de madre que he olvidado, abrazos de madre que me recuerdan lo que es la familia y, cómo no, abrazos de madre que me han hecho sentir incómodo o avergonzado. Me han abrazado para felicitarme y para consolarme. Me han abrazado después de un tiempo sin verme. Me han abrazado debido al amigo etanol. Me han abrazado después de ensayar, zarandeándome como un muñeco. Me han abrazado novias y amigas. Me han abrazado antes y después de hacerlo. Me han abrazado con fuerza y sin ella. Y espero que me abracen muchas veces, sobre todo, cuando yo no sea capaz de abrazar a esa persona.
Sin embargo, después de tantos abrazos, muy pocas veces me he sentido realmente bien. No es cuestión de malinterpretar esto, como ya dije, en general, me gustan los abrazos, pero algunos más que otros. Y son precisamente estos que más, los que menos abundan. Es irónico que me resulte extraño sentirme bien pero, de vez en cuando, encuentro unos brazos en los que no me importaría quedarme. Diría "Yo quiero vivir aquí" y quedaríamos anclados, uno y otro, otro y uno. La sensación recíproca de tener a alguien y ser tenido, sentir como ambos cuerpos se amoldan, se acomodan y finalmente se abandonan el uno en el otro. Sentir como la respiración, instintivamente, casi sin querer, se va acompasando a un solo ritmo, y poder cerrar los ojos sin miedo. Poder recorrer la espalda entre caricias, simplemente por el placer de descubrir, y emancipar tu calor en la otra persona.
Sí, quiero un abrazo que no se acabe nunca.
...y explicaciones
Voy a escribir
Sí, últimamente ha estado muy abandonado (siendo generosos) el blog. No porque esté "trabajando" en alguna otra historia, de esas que cojen polvo entre cuatro paredes de bytes, en espera de ver la luz algún día, en algún concurso, o ser rescatadas en algún libro que quizá nunca llegue. Esta vez, simple y llanamente, no he estado escribiendo. No me siento orgulloso, quizá sí algo culpable, porque al fin y al cabo me llama este lienzo en blanco de la red, y lo bien que se amolda a mis manos mi pluma, mis 33 plumas, y alguna más de vez en cuando.
El problema llegó cuando no sentí esa llamada. No sentí esa motivación, que casi nunca me ha faltado desde que empecé a escribir. Tampoco, quizá en mi defensa, quizá como anécdota, sentí ninguna otra motivación. Tinta sin tintero, serrín sin prensar, agua sin río, potencia sin forma, que diría Aristóteles.
Hoy vuelvo a escribir como empecé, entres las brumas añoradas de un domingo, vapores de alcohol que se resisten a abandonarme y la melancolía del sin rumbo. Entre meditaciones de lo vaga que es la vida, y lo vago que soy yo. medio tirado medio echado, echando de más la televisión, echando de menos personas.
Quizá sea una forma de llenar vacíos, quizá sea un vacío en sí mismo que yo deba llenar. Sólo espero que no me vuelvan a abandonar las fuerzas que me hacen llenar estos falsos renglones de esta falsa tinta que tan real es.
Nunca he sentido el cepo del bloqueo del que muchos escritores hablan. Es más, al contrario, siempre me resultó muy fácil decir "Voy a escribir", pero si me faltan las fuerzas para pronunciar esas tres palabras no puedo.
Ahora, como capitán sin remos, me queda esperar que el viento sople en mi dirección e impulse el resto de mi ser. Sólo espero ser capaz de volar con él.
Sí, últimamente ha estado muy abandonado (siendo generosos) el blog. No porque esté "trabajando" en alguna otra historia, de esas que cojen polvo entre cuatro paredes de bytes, en espera de ver la luz algún día, en algún concurso, o ser rescatadas en algún libro que quizá nunca llegue. Esta vez, simple y llanamente, no he estado escribiendo. No me siento orgulloso, quizá sí algo culpable, porque al fin y al cabo me llama este lienzo en blanco de la red, y lo bien que se amolda a mis manos mi pluma, mis 33 plumas, y alguna más de vez en cuando.
El problema llegó cuando no sentí esa llamada. No sentí esa motivación, que casi nunca me ha faltado desde que empecé a escribir. Tampoco, quizá en mi defensa, quizá como anécdota, sentí ninguna otra motivación. Tinta sin tintero, serrín sin prensar, agua sin río, potencia sin forma, que diría Aristóteles.
Hoy vuelvo a escribir como empecé, entres las brumas añoradas de un domingo, vapores de alcohol que se resisten a abandonarme y la melancolía del sin rumbo. Entre meditaciones de lo vaga que es la vida, y lo vago que soy yo. medio tirado medio echado, echando de más la televisión, echando de menos personas.
Quizá sea una forma de llenar vacíos, quizá sea un vacío en sí mismo que yo deba llenar. Sólo espero que no me vuelvan a abandonar las fuerzas que me hacen llenar estos falsos renglones de esta falsa tinta que tan real es.
Nunca he sentido el cepo del bloqueo del que muchos escritores hablan. Es más, al contrario, siempre me resultó muy fácil decir "Voy a escribir", pero si me faltan las fuerzas para pronunciar esas tres palabras no puedo.
Ahora, como capitán sin remos, me queda esperar que el viento sople en mi dirección e impulse el resto de mi ser. Sólo espero ser capaz de volar con él.
Deudas...
Bailamos
Se abrió en dos
la puerta del ayer,
recuerdos que guardó
mi mano en un papel.
Quise encerrar el sol
con un paraguas gris,
lágrimas de cartón
que no eran para ti.
Y así en agua de mar
construí mi jardín,
dejé flotar mi altar,
mi fe se hundió sin mí.
Se abrió en dos
la puerta del ayer,
recuerdos que guardó
mi mano en un papel.
Voló pena el mirar
el frío fondo añil,
un vestido de sal
lo último que yo vi.
Y es el recuerdo,
una nota sin su par,
sé que me pierdo,
he vuelto a mirar atrás.
Ahora sueno roto,
una nota en carne viva,
siento un poco
tristeza de juguete.
Niño que llora,
roto el tiovivo,
hasta la hora
de resarcirlo.
Vuelvo al aire,
mi quinto elemento,
me pongo un traje,
bailo, estoy como nuevo.
¿Quién dijo
que no bastaba tan poco?
Me miras fijo,
sí, yo también te adoro.
Respuestas de cristal
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a sentir bien.
Me acerco, sonrío, la cojo del talle,
se ríe, me mira, la tengo delante,
se acerca su amiga, demasiado tarde,
aquí estoy otra vez.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a entorpecer.
Llamo al camarero, que en mi vaso no falte,
casi ni conozco a quien tengo delante,
la copa de un trago, ¿alguien quiere imitarme?
Bebo sin querer.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a sentir mal.
La vida da vueltas, me enferma el aire,
no aguanto de pie, risas de alambre,
me siento otro rato, espero que pase,
vuelvo a tropezar.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
empiezo a vomitar.
Otro vidrio más, tirado en la calle,
lleno de alcohol, vacío de arte,
pienso: ojalá me maten,
el día muere ya.
Se abrió en dos
la puerta del ayer,
recuerdos que guardó
mi mano en un papel.
Quise encerrar el sol
con un paraguas gris,
lágrimas de cartón
que no eran para ti.
Y así en agua de mar
construí mi jardín,
dejé flotar mi altar,
mi fe se hundió sin mí.
Se abrió en dos
la puerta del ayer,
recuerdos que guardó
mi mano en un papel.
Voló pena el mirar
el frío fondo añil,
un vestido de sal
lo último que yo vi.
Y es el recuerdo,
una nota sin su par,
sé que me pierdo,
he vuelto a mirar atrás.
Ahora sueno roto,
una nota en carne viva,
siento un poco
tristeza de juguete.
Niño que llora,
roto el tiovivo,
hasta la hora
de resarcirlo.
Vuelvo al aire,
mi quinto elemento,
me pongo un traje,
bailo, estoy como nuevo.
¿Quién dijo
que no bastaba tan poco?
Me miras fijo,
sí, yo también te adoro.
Respuestas de cristal
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a sentir bien.
Me acerco, sonrío, la cojo del talle,
se ríe, me mira, la tengo delante,
se acerca su amiga, demasiado tarde,
aquí estoy otra vez.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a entorpecer.
Llamo al camarero, que en mi vaso no falte,
casi ni conozco a quien tengo delante,
la copa de un trago, ¿alguien quiere imitarme?
Bebo sin querer.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a sentir mal.
La vida da vueltas, me enferma el aire,
no aguanto de pie, risas de alambre,
me siento otro rato, espero que pase,
vuelvo a tropezar.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
empiezo a vomitar.
Otro vidrio más, tirado en la calle,
lleno de alcohol, vacío de arte,
pienso: ojalá me maten,
el día muere ya.
Pintura que suena a mermelada de fresa
Eso es exactamente lo que busco, lo que anhelo, lo que deseo con la fuerza de las mil y un almas que hasta ahora he devorado, al menos parcialmente. Me desconcierta la constancia de mi propio rechazo al mundo, al menos a una parte muy significativa de él, y cómo la realidad se troca un puzzle maldito en el que sólo algunas piezas aisladas parecen encajar. Ves como la esquina de un poema enlaza perfectamente con el devenir de un verso y te aferras a ese pedacito de sentimiento que acabas de construir y definir. Encuentras Los Decadentes y añoras carruajes casi con la misma intensidad que la necesidad de adrenalina, emociones fuertes y una vida totalmente desdichada y devaluada que te ofrece cyberpunk, ¿al fin y al cabo no es lo mismo? Tensas las cuerdas de un instrumento, agarras con fuerza ese balón y te lanzas hacia la melodía, sintiendo como surca el aire hasta atravesar los tres palos, te relajas después contrayendo todos los músculos de tu cuerpo, ¿irónico verdad?
Después de que hubiera terminado de compilar, metódica y caóticamente, todas las pinceladas que había ido dando a lo largo de su vida, se paró a mirar el cuadro. Estructuró cada pieza en su concepto, y observó el cielo. El cielo nocturno, concretamente. Tan solo unos puntos separaban lo que había logrado extraer de sí mismo de la nada más absoluta. Sí, brillaban con fuerza, pero no había constelaciones que hicieran de aquella aleatoria distrubución un mapa.
Ahora nos preguntamos, mis almas y yo, si algún día la luna se dignará a regalar su luz en mi cuerpo. Nunca creí en el sol.
Después de que hubiera terminado de compilar, metódica y caóticamente, todas las pinceladas que había ido dando a lo largo de su vida, se paró a mirar el cuadro. Estructuró cada pieza en su concepto, y observó el cielo. El cielo nocturno, concretamente. Tan solo unos puntos separaban lo que había logrado extraer de sí mismo de la nada más absoluta. Sí, brillaban con fuerza, pero no había constelaciones que hicieran de aquella aleatoria distrubución un mapa.
Ahora nos preguntamos, mis almas y yo, si algún día la luna se dignará a regalar su luz en mi cuerpo. Nunca creí en el sol.
jueves, 4 de febrero de 2010
Sigo vivo
Aún no he muerto, aunque alguien pueda (o quiera) pensar lo contrario. Sigo aquí, estudiando para exámenes menos de lo que debería, saliendo de casa de vez en cuando, a veces hasta haciendo deporte. Me quedan menos de 27 horas para dejar de preocuparme. Menos de 27h para acabar el 4º examen de los 5 que son. Después, quedará para el martes informática. No sé exactamente qué estudiar, tampoco sé qué va a preguntar. Sé que tengo un 5.09 sobre 6, y que aún sin presentarme ya es suficiente. En espera de dos notas más y la tercera de mañana, supongo que volveré en cuanto se terminen los exámenes, espero que con 18 créditos en el bolsillo, y la mitad de otros 24.
Agur.
Agur.
viernes, 15 de enero de 2010
Borde
No siempre cago flores. No siempre meo colonia. De hecho no me gusta hacerlo, pero hay veces que toque tragarse la bilis. No por ellos, por mí. Hay gente que no entendería que soltar medio taco cada frase y ser totalmente franco y crudo es una forma de ser que no menosprecia a su propia persona, sino que, tras tener confianza (o no tenerla y que me caiga mal, en cuyo caso probablemente tenga razón en su parecer), considero lícito quitarle los tapujos a las cosas. ¿Y qué si podía haber dicho: 'me puedes dar eso por favor' en lugar de 'trae acá'? ¿Y qué si mandar a la mierda o decir ya nos veremos tienen tanto que ver?
Enfin, adiós bastardos.
Y me llamaban borde.
Enfin, adiós bastardos.
Y me llamaban borde.
miércoles, 13 de enero de 2010
Cambios
Pues sí, estaba un pelín cansado de la estética del blog en general, a veces uno necesita cambios. Vale que particularmente me guste lo sombrío, y en este caso lo era, pero me resultaba demasiado frío y carente de elementos como para resultar atractivo. Por supuesto, como no tengo ni idea de cómo hacer plantillas, poner imágenes y demás, he decidido buscar otra plantilla que resultara sencilla, cómoda y vistosa. También cambién la lista de reproducción. Hace un tiempo descubrí que tan solo había tres canciones (si no recuerdo mal). Ahí la culpa es mía por no haberlo remediado antes, pero bueno, volvemos a la música española que en otras ocasiones portara el blog.
En lo que respecta a otro tipo de cosas, de momento no va a haber más cambios, y no deberías haber muchas más entradas, en las próximas semanas, aunque el tedio está siempre al acecho.
"Y voló, más allá de la torre del corazón sangrante a las vastas planicies celestiales de cúmulo nimbos. Y allí, soberano sin someter, se comprometió bajo el sol de invierno a firmar cada una de las eras con su divina mano."
En lo que respecta a otro tipo de cosas, de momento no va a haber más cambios, y no deberías haber muchas más entradas, en las próximas semanas, aunque el tedio está siempre al acecho.
"Y voló, más allá de la torre del corazón sangrante a las vastas planicies celestiales de cúmulo nimbos. Y allí, soberano sin someter, se comprometió bajo el sol de invierno a firmar cada una de las eras con su divina mano."
Dioses de más allá del alma.
Responsabilidad
Exámenes y trabajos y ejercicios y exámenes y trabajos y ejercicios y exámenes y trabajos y ejercicios. No tengo duda alguna de que eso es lo que debería estar haciendo ahora mismo en lugar de escribir estas palabras, como tampoco dudo de las ganas que tengo de salir de casa. Aparte de mis ocasionales (no tanto como me gustaría) visitas a la universidad, estoy medio atrapado en casa. Digo medio porque no me retiene otra cosa que la responsabilidad mal atentida. Por un lado, miro a la ventana y no dejo de ver pasar cosas. Saludo a las gaviotas, a los tejados y a los andamios. A las raidas antenas y a las no tan raidas. Saludo al tiempo que debiera emplear en estudiar. Por otro, hago eso mismo. Me pongo al día con lo que debería haber entregado hoy, que es para mañana y que no llegará hasta el lunes, miro y remiro ejercicios como si con ello se fueran a hacer solos y dejo pasar los minutos que se suceden con un tedio digno de mención. Como menciono también que me siento al margen de la vida. Veo como charlas esporádicas pasan gramo a gramo por la pantalla. Siento como tengo veinte historias dentro, tengo tiempo para contar dos y pereza para contar una. Las manos parecen hastiadas de tanto vagar de tecla en tecla, desgastando las letras mal pintadas que ya casi ni se ven. Pero en fin, los granos del tiempo, cada uno de esos segundos, se siguen y se seguirán escurriendo. Llegará el nueve de febrero, volveré a salir. Seguiré teniendo muchas historias, seguiré pudiendo contar menos y contaré aún menos que esas, pero al menos desplazaré este opaco sentimiento de responsabilidad por la simple apetencia, que siempre es más comodad.
martes, 5 de enero de 2010
Crimen y castigo
Este es el título del último libro del año. El último que pasó por mis manos y, a decir verdad, es totalmente recomendable a cualquier no conozca al amigo Dostoyevski (y probablemente al que lo conozca también). Una prosa vibrante, en mi opinión lo más destacable es su capacidad para provacar la tensión en el lector. Cada vez que se lee una línea parece que va a haber una avalancha de acontecimientos, lanzandote a devorar con avidez cada una de las páginas del libro. Podría tratar de venderoslo de muchas otras maneras o con argumentos diferentes, pero tan solo diré que merece la pena.
El asunto que viene ahora a colación es el tema central del libro. ¿Sería capaz de matara una vieja con un hacha? ¿Sería capaz de matar a una vieja rica y totalmente despreciable con un hacha? Y, de hacerlo, ¿Cuál sería el motivo?
A las primeras dos preguntas, la respuesta es un sí con peros. El primero, diferenciar la convicción actual de que me veo capaz de ello, y la hora de la verdad, que suele ser bastante más cruda que las imaginaciones y tribulaciones que pueda hacerme al respecto. La segunda, que no conozco a ninguna usurera ni vieja de semejante calaña, y aún menos con semejante capital guardado en casa como tenía aquella vieja. En fin, de tener que decantarme por una de las posibilidades, imagino que sería capaz de atesorar la suficiente sangre fría para tal acto. El único pero que se podría poner es que mi amor a la vida, a la vida y a la libertad, pues sin libertad es menos vida. Y no creo que nadie me fuera a poner alfombra de plata como a Raskolnikoff.
En el lado contrario tenemos, como ya pregunté, la razón. El dinero en sí mismo es una razón poderosa. La posibilidad de contar con un capital más que notable y despreocuparme o poder emprender alguna empresa que haya soñado parece sin duda tentador. El dinero siempre ha movido a hombres poderosos a bajezas sin nombre, pese a que yo no sea un hombre poderoso. ¿La búsqueda de un mundo mejor entonces? Veo este motivo harto improbable. De hecho, tan improbable que demasiada poca gente mataría a un hombre (o mujer) malo por el mero hecho de serlo. Valdría más a este efecto el desprecio que dicha persona me inspirase. Pese a que varias veces esta idea me ha rondado la cabeza, nunca con suficiente fuerza.
Así pues... ¿suficientes motivos? Probablemente en conjunto sí.
Conclusión: el que me recomendó el libro tenía razón, es con dieciocho años cuando se entiende la idea de abrirle la cabeza a una vieja con un hacha.
El asunto que viene ahora a colación es el tema central del libro. ¿Sería capaz de matara una vieja con un hacha? ¿Sería capaz de matar a una vieja rica y totalmente despreciable con un hacha? Y, de hacerlo, ¿Cuál sería el motivo?
A las primeras dos preguntas, la respuesta es un sí con peros. El primero, diferenciar la convicción actual de que me veo capaz de ello, y la hora de la verdad, que suele ser bastante más cruda que las imaginaciones y tribulaciones que pueda hacerme al respecto. La segunda, que no conozco a ninguna usurera ni vieja de semejante calaña, y aún menos con semejante capital guardado en casa como tenía aquella vieja. En fin, de tener que decantarme por una de las posibilidades, imagino que sería capaz de atesorar la suficiente sangre fría para tal acto. El único pero que se podría poner es que mi amor a la vida, a la vida y a la libertad, pues sin libertad es menos vida. Y no creo que nadie me fuera a poner alfombra de plata como a Raskolnikoff.
En el lado contrario tenemos, como ya pregunté, la razón. El dinero en sí mismo es una razón poderosa. La posibilidad de contar con un capital más que notable y despreocuparme o poder emprender alguna empresa que haya soñado parece sin duda tentador. El dinero siempre ha movido a hombres poderosos a bajezas sin nombre, pese a que yo no sea un hombre poderoso. ¿La búsqueda de un mundo mejor entonces? Veo este motivo harto improbable. De hecho, tan improbable que demasiada poca gente mataría a un hombre (o mujer) malo por el mero hecho de serlo. Valdría más a este efecto el desprecio que dicha persona me inspirase. Pese a que varias veces esta idea me ha rondado la cabeza, nunca con suficiente fuerza.
Así pues... ¿suficientes motivos? Probablemente en conjunto sí.
Conclusión: el que me recomendó el libro tenía razón, es con dieciocho años cuando se entiende la idea de abrirle la cabeza a una vieja con un hacha.
Rumbo a la vida
Tras más de un mes de silencio, que no es poco, aquí dejo lo último que escribí, en algo más de cuatro horas de desvelo y dedos atados a una historia.
Rumbo a la vida
Rumbo a la vida
El carruaje traqueteaba con cada piedra del camino, que no eran pocas, y el viento parecía atravesar las minúsculas y frágiles ventanas del vehículo, dejando ateridos de frío a los ocupantes del mismo. Cada uno de ellos trataba a su manera de superar el frío, creciente a medida que se iba consumiendo su camino como el tabaco de la pipa del señor Lambert, de la mejor manera posible. Esta venerable persona contaba en su haber con sesenta primaveras destinadas íntegramente a la servidumbre, y pretendía acabar sus días con la venerable familia para la que se había ofrecido. Su pelo estaba ya bien entrado en canas, mostrando la sobriedad del buen oficio, bien corto y liso. La carne de su rostro se había cansado de resistir y colgaba flácida de los pómulos, además de contar con una buena papada. Por el contrario, la frente se había librado de la mayoría de las arrugas del paso del tiempo, pues sobrarían dedos en una mano para contar la gente que le había visto reír. La nariz grande parecía la bandera del rostro, pues los ojillos parecían esconderse tras la grasa de que le había proveído su buen oficio. Su cuerpo era un vivo reflejo de su rostro. Bien entrado en carnes, la edad no lo había tratado mal. Tenía la barriga dura de aquellos que han comido más que trabajado, y no han trabajado poco. Un poco patizambo, siempre había intentado disimular esta malformación pues le avergonzaba profundamente.
A su lado se sentaba una tímida muchacha. Rostro pecoso y pelirroja, no era mal parecida. Tenía unos ojos azules bastante vivos aunque tenía tendencia a desviar en exceso la mirada. Los senos bien proporcionados se escondían en el raído vestido que había traído, pues se les había prometido a todos ropa nueva, y la muchacha no contaba con otra cosa en el mundo aparte del vestido, su persona y unos ahorrillos que la habían mantenido hasta encontrar esa destinación. Nada sabían el resto de un pasado bastante truculento. Honor no es una palabra que había valorado, y aún menos bien le hubiera hecho a su alma el que esto fuera así. Lo que había tenido que hacer durante toda su vida por sobrevivir no había permitido que le afectara, aislándose de su propia su propia situación.
El otro escolta de la señorita en ese lado del interior del carruaje era el que parecía más maduro y sereno de todos ellos. Un hombre que rondaría la treintena, cuya fuerza, más que intuirse a través de la camisa blanca que en ese momento llevaba, escapaba a través de sus palabras y de su actitud. Realmente parecía fuera de lugar en aquella procesión de medio desarrapados. Sus músculos se marcaban a través de la ya citada camisa y el chaleco de cuero que portaba sobre la misma. Los pantalones negros, a juego con el chaleco, y los zapatos, daban peso a la idea de que se encontraba fuera de sitio. Del mismo modo, su rostro aparecía sin grandes achaques, simplemente una cicatriz juzgaba el pómulo derecho discretamente, abriendo en dos el lugar destinado a la barba, aunque estaba bien afeitado. Llevaba el pelo en una media melena que no llegaba al cuello de la camisa y le hacía parecer más joven. De un profundo color negro, bailaba ocasionalmente sobre su cara, a modo de cortina entre los dos ojos de avellana. Estilizados aunque duros eran sus rasgos, con una nariz bien proporcionada y una inteligencia que se dejaba entrever, sin un motivo aparente.
Enfrentados a ellos se encontraba una pareja de jóvenes que, si bien parecían conocerse, no parecían llevar la mejor relación del mundo. De hecho, a simple vista, y quizá en profundidad también resultara así, eran antitéticos. Mientras el de la derecha era un joven bien parecido, rubio hasta la extenuación, ojos azules y bastante alto. También suficientemente fornido como para no considerarle débil, y con una lengua que iba leguas por delante de su pensamiento, pese a ser bastante aguda. El de la izquierda parecía la versión del anterior hombre reducida. Contaría, como su compañero, con menos de veinte años. Pelo negro y ojos marrones coincidían a la perfección con Lograine, tal era el nombre del caballero. Jack también tenía una piel ligeramente pálida. Sin embargo, la merma afectaba a la forma física, ya que sin llegar a ser endeble, el hambre parecía haber hecho mella en su cuerpo y en su alma. Estaba falto de esa decisión, de ese valor y aplomo, y apenas se atrevía a dejar entrever los dientes a través de unos finos labios, cuanto más a pronunciar palabra. Resultaba curiosa una pareja tan dispar de compañeros, cuya única coincidencia resultaba de la inicial de sus nombres, John y Jack.
Tanto Jack como la señorita D’Alembert, o al menos así dijo llamarse, no parecían demasiado locuaces ni propensos a participar de una conversación basada en su mayor parte en las baladronadas de John y los reproches y voces de la experiencia de Lambert. Como consecuencia directa de esto, aparte de añorar la conclusión del trayecto, que tantos vaivenes llevaba, lanzaban fugaces por las estrechas y polvorientas ventanas del carruaje. Según la elección del cristal, resultaban dos vistas que parecían no variar lo más mínimo por mucho que se prolongase el viaje.
Siguiendo la mirada de Jack, a su izquierda y por tanto a la diestra del carruaje, estaba la ladera de la montaña. Relativamente escarpada, en la falda de la montaña se encaramaban árboles, en su gran mayoría hayas. De tronco negro, como un corazón sin madre ni sueño, sus fuertes raíces raspaban la árida superficie, puntos mal dados a una herida en la tierra que no se cierra. Sus hojas, perfecto paradigma de tales órganos, estaban proveídas de unos nervios fuertes, pero aún así mostraban la marca de la edad que se encargaba de recordarles el otoño. Muchas habían caído ya, asfaltando el camino peligrosamente. Otras simplemente se veían enrarecidas de su esperanza con un amarillo, un rojo, y hasta un desagradecido marrón. Apiladas sobre la copa, se iban haciendo más escasas al mismo tiempo que sus portadores, los árboles, a medida que iban ascendiendo. Progresivamente también se iba acercando la nieve a la vista, y parecía menos lejana la inaccesible cima del monte, cuna de ríos cuyo verdadero nombre nadie recuerda hoy. El manto blanco parecía captar especialmente la atención de la joven, sin embargo, esta vez su mirada recorría la montaña a l inversa, descendiendo.
Los árboles que aún lado fueran techo y sueño de hastío, al otro profesaban la servidumbre del que sólo muestra una superficie engañosa. Una alfombra de los mismos amarillos desvaídos, rojos de valor marchito y marrones sin nombre adornaba profusamente un descenso engañosamente fácil. La vista pasaba de largo rápidamente ante el desfile vegetal y se derramaba sobre el valle resultante a sus pies. En él se podía observar la herida siempre vibrante de un río sin nombre, y cómo la ciudad de la que habían partido se empequeñecía cada vez más, resultando ahora irrisoriamente pequeña. Tanto había decrecido en su decadencia, que D’alambert trató de aplastarla con sus dedos, en un vano intento de acabar con su pasado lejano y reciente, aunque su acción obtuvo la poca recompensa de un soñador que intenta cambiar el mundo sin estar despierto.
De la profusión de sus ilusiones les sacó una subida particularmente alta de tono en la conversación. Parecía que los dos contendientes estuvieran cerca de llegar a las manos y la alarma hubiera llegado demasiado tarde, sin embargo, Lograine impuso su voz como una espada bien templada, sin fogosidad ni óxido.
-Deberías dejar esos pormenores que no llevan a ninguna parte- además, debemos de estar al llegar.
La tranquilidad en su voz tuvo la propiedad de turbar a los otros dos, sin embargo no llegaron a decidirse a protestar ninguno de ellos, así que la discusión quedó pospuesta. Además, como si sus palabras resultaran proféticas, la ambiguas tribulaciones de todos los presentes fueron cortadas por un repentino frenazo del carromato, que se detuvo de golpe y casi arrojó a los ocupantes de un banco contra los del otro. Las protestas que surgieron a raíz de esta parada fueron desatendidas por el conductor, y al no encontrar respuesta fueron bajando del carro.
Podrían haberse asombrado de que el conductor del vehículo pareciera haberse evaporado en la nada, podrían haber imprecado por ello, y hasta haberse puesto de acuerdo todos por una vez en todo el viaje. Sin embargo, el motivo de su asombro era totalmente diferente. Tras un recodo de la montaña, tan normal como cualquier otro que hubieran superado anteriormente, se habría un mordisco en la tierra de un tamaño tal que allí cabían, y en efecto estaban, tres grandes mansiones, diferentes aunque parecidas. Una de ellas era tan alta que parecía querer alcanzar el techo del mundo, o al menos la altura de la montaña. Torre en madera sólida y sin fisuras, parecía no mostrar signo de junturas entre tablones. Su estilo era muy sobrio y nada rebuscado, ningún adorno en los escasos balcones que presentaba, ni reproches en la puerta ni el porche de la entrada. La siguiente en discordia era todo lo contrario. Varias figuras saludaban burlonamente al visitante a esa casa, esculpidas en piedra arrancada a la montaña. Parecía de forma cúbica, sin embargo no podría asegurarse en ningún caso su geometría, ya que daba una impresión eminentemente extraña al observador. Las ventanas presentaban adorno ora curvos, ora perfectamente rectos y algunas protuberancias extrañas en la madera daban al conjunto una impresión aún más caótica de la que ya tenía. Compartía sustancia con la anterior vivienda y la siguiente, madera de los árboles que debían haber existido en aquél pedazo de mundo, tan apartado del resto. La tercera resultaba ya de una inspiración más clásica, y pese a ser sobria, presentaba algunos detalles, además de las proporciones de una casa de dichas dimensiones. En su conjunto, formaban “El Parnaso”, como advertía un letrero en el centro.
El motivo por el que aquellas tres estructuras pasaban desapercibidas se debía mayormente a que la orientación se había buscado hacia otras cumbres cercanas, de tal forma que sólo algunos escaladores, o los que siguieren aquél camino específico, para nada transitado, podían deducir la existencia de aquellas magníficas y arcanas construcciones. Alguien con un mayor sentido estético se hubiera mostrado hasta agradecido por poder estar ante tal derroche de fastuosidad y poderío ante la naturaleza, pero ellos tan sólo albergaban una aplastante sensación de inferioridad.
Cuando parecía que iban aceptando la evidencia ante ellos, un hombre que pasaba de los cuarenta años, vestido de mayordomo aunque con unas ínfulas que no correspondían a tal posición, se personó ante ellos, tan abstraídos estaban que ni le vieron venir.
-Bueno señores y señorita, imagino que vienen por el anuncio, ¿no es así?
-Sí –fue la respuesta unánimemente aceptada por el resto.
-En ese caso, me ha tocado la labor de repartirles –tosió con suavidad- la señorita D’Alembert acompañará a Lambert a la residencia este, la más alta. –dijo con voz clara- Al señor Lograine le hemos destinado al edificio central, mientras que la oeste corresponderá por tanto a Jack y John. –se puso a andar hacia la residencia central como si tal cosa, pero adelantándose al resto añadió- Sus preguntas serán atendidas en el interior de los edificios, muchas gracias.
Dejándolos aún más pasmados que antes, desapareció de su vista. Sin embargo, no les costó demasiado aceptar que, quisieran o no, debía entrar en los edificios, y accedieron a hacerlo tal y como se les había ordenado. No tenían idea de cómo conocían sus nombres, y era algo que iba reconcomiendo sus mentes y tenían intención de preguntar en cuanto entraran a las residencias. Sus pasos silenciosos fueron la única compañía real que tuvieron a la hora de entrar, pues los gusanos de la inquietud se habían hecho fuertes en sus gargantas, anudados a la tráquea.
Al traspasar la puerta la señorita y su acompañante, se encontraron frente a un caballero bien parecido, vestido a la francesa con un cierto toque de antiguo que no le restaba atractivo. Se sabía superior y eso lo hacía parecer aún más distinguido, sin llegar a resultar desagradable en ningún sentido.
-¿Cuándo nos van a pagar y con qué? El anuncio decía que con lo que necesitáramos –la codicia parecía haber traicionado de pronto al señor Lambert, aunque la expresión de su interlocutor no mostró signo alguno de ofensa.
D’Alembert se mantuvo callada, esperando ver cómo se desarrollaba una escena en la que se sentía mera comparsa de la conversación.
En la mansión opuesta, una escena similar se repitió, pero la persona que se encontraban parecía desenfadada, grosera y hasta violenta. Llevaba un sombrero vaquero que parecía haber atravesado el océano literalmente, tal era su aspecto harapiento. Cubierto de cicatrices y de heridas que más que verse se intuían, irradiaba de todo menos simpatía. Sin embargo, su aspecto de tipo duro no debió impresionar en exceso a John, que con los brazos en jarras se adelantó a su amigo.
-¿Qué es lo que hay que hacer aquí, y a cambio de qué? –seco y directo, aquella especie de cuatrero sonrió, pero su sonrisa no gustó en absoluto a Jack, que empezaba a arrepentirse de haber accedido a ir a aquél remoto lugar.
Por último, Lograine, el único en ir en solitario se encontró frente a un joven de ojos vivos, impulsivos y frescos. Sus gestos, los pocos que le dieron tiempo a medir, resultaban impetuosos, aparentemente poco controlados, al antojo de una voluntad invisible. Parecía llevar el riesgo en sus venas, pero de una forma simplemente despreocupada.
-¿Cuál es la tarea que debo completar? –preguntó sin ambages.
La respuesta a las tres preguntas fue exactamente la misma en todos los casos. Uno con un refinado acento francés, otro escupiendo las palabras y el último casi demasiado rápidamente, pronunciaron al mismo tiempo:
-Recibiréis lo que habéis venido a buscar cuando cumpláis nuestra tarea, sobrevivir.
Lambert acogió esta respuestas con cinismo e incredulidad a partes iguales, acordes con la edad y con un modo de vida poco humano. Puso una cara de enfado que le acercó físicamente a un cerdo, casi dispuesto a gruñir, y protestó -¿Qué clase de broma es esta?- pero pegó un brinco de pronto. Comenzó a sentir humedad en sus pies, y pronto contempló cómo el agua, que parecía brotar de ninguna parte, iba subiendo su nivel por momentos, quedando sin saber qué decir.
Por su parte, la señorita, que ya se había quedado entre el asombro y el terror ante las frías y directas declaraciones anteriores, acogió con aún más miedo e incapacidad para responder aquella repentina inundación que parecía no provenir de ninguna parte.
John lo miró con una sonrisa burlona mientras Jack asistía impasible a la declaración, ambos demasiado escépticos, aunque cada uno a su manera. Con la socarronería que había sacado a relucir durante todo lo que duró el viaje, preguntó sin temor alguno.
-¿Sobrevivir a qué?
-A los que vengan –respondió con una sonrisa similar aquél hombre, consiguiendo quitar la calma que instantes antes mostrara John, aunque sin sentirse atemorizado, sólo desconcertado. –Tomad, -añadió como si recordara algo, lanzándoles a cada uno un revolver plateado, que acertaron a coger con mayor o menor tino.- os harán falta, ah, y no os preocupéis por las balas, hay de sobra.
John fue el primero en probar un disparo, y tras comprobar en el tambor, vio que no faltaba ningún proyectil. Intrigado, cuando iba a alzar la voz para preguntar más a aquél hombre, escuchó como se cerraba una puerta con pestillo, por la que instantes antes había desaparecido el que les diera sus armas.
Quizá el menos impresionado de ellos, aunque otros no llegarían a admitirlo, fuera Lograine, que se limitó a preguntar un llano:
-¿Cuándo empezamos?
-Ahora mismo –fue la respuesta que obtuvo.
Aquél hombre, satisfecho en apariencia por la pregunta, pareció derretirse de golpe en una sustancia color oliva, que empezó a extenderse por toda la habitación, cubriéndola de un barniz en apariencia peligrosa. Antes incluso de que le diera tiempo a Lograine a cerrar la boca, abierta instintivamente por el asombro, aquella sustancia se inflamó y la casa comenzó a arder.
El nivel de agua en la casa alcanzaba ya casi el pecho del señor Lambert, y en el caso de D’Alembert estaba a punto de superarlo, cuando el primero se convenció de la imposibilidad de abrir la puerta de la casa, y la segunda salió un poco de su estado de shock.
-¿Qué se supone que debemos hacer ahora? –inquirió con miedo mal disimulado con mal humor el mayor, señalando al hombre.
-Ya os lo he dicho, sobrevivir –parecía algo hastiado y hasta aburrido, como si las cosas no estuvieran yendo como el quisiera-. Quizá tomaros esto os ayudaría a sobrevivir –sacó un frasquito de color azul, que parecían encerrar los reflejos de todos los mares.
Antes de que la mujer pudiera hacer nada, Lambert ya lo había cogido ansiosamente, y destapándolo sin miramientos y tragándose todo su contenido. Su barriga comenzó entonces a temblar y a hincharse lentamente, hasta alcanzar un tamaño aún mayor. Con aquella suerte de estómago, similar al de una vaca, el señor Lambert flotaba entonces sobre el agua que seguía creciendo en nivel. Comenzó a reír entonces, y cuando iba a decir algo, se dio cuenta de que el hombre no estaba allí.
Aterrorizada por completo, la señorita D’Alembert comenzó a ascender por las escaleras de una torre que parecía aún más alta por dentro que por fuera. Su ejercicio estaba a medio camino entre correr y nadar, y el agua parecía acelerar su crecida en tanto que ella ascendía con más rapidez. Veía cómo, en el centro de la estructura, ya que la escalera y su balconada daban vueltas a las paredes del edificio, riéndose como un demente, casi como si sufriera una alucinación, se dejaba llevar el señor Lambert hacia arriba.
Cuando la señorita comenzaba su huída de las aguas, en la mansión oeste ya había dos cadáveres en el suelo. Ambos con una bala entre pecho y espalda, abatidos por un John que se iba envalentonando, mientras Jack lo seguía con el arma en alto, aunque no había tenido tiempo de disparar.
-Venga piltrafilla, no tenemos todo el día. Apuesto a que hay más cabrones por aquí en esta ratonera, ¿menuda trampa nos han tendido a todos eh? –parecía disfrutar con ello.
-Tenemos que buscar una salida –protestó su compañero.
-Cobarde, ya sé que no vales mucho, pero no temas, mientras estés conmigo seguirás vivo.
Herido en su amor propio, se ahorró una respuesta que no iba a servir para mucho, y resolvió que lo mejor sería seguirle, adonde quiera que llevara aquello.
Lograine se dio cuenta en seguida de que llegar a la puerta resultaba del todo imposible, pues las llamas allí eran muchos más fuertes. No viendo ninguna otra salida aparente, decidió probar suerte escaleras arriba, ya que recordaba vagamente haber visto alguna ventana en el edificio. Confiando en que su premura fuera mayor que la de las llamas, comenzó a ascender las escaleras de madera, que esperaba que guardaran un cielo menos cálido que aquél repentino infierno en que se había convertido el señor, aunque no guardara tiempo para pensar en cosas tan extrañas como esa. Mientras ascendía, uno de sus pies se hundió en un tablón en apariencia igual al resto, y al sacarlo contuvo un grito de dolor, pues su pierna aparecía con un desgarrón merced a las astillas. Sangrando profusamente, siguió ascendiendo, sin imaginar siquiera la siguiente desazón que le esperaba.
Tan preocupada como estaba en subir y subir por aquella interminable escalera, D’Alembert no se había preocupado en mirar más a su inútil acompañante. Sin embargo, pasados unos minutos que parecían interminables, sintió que echaba en falta su risa siniestra, pues el silencio se le antojaba aún más incómodo y macabro. La impresión resultó ser acertada, pues cuando miró hacia al centro, en un primer momento no vio a Lambert. Instantes después, ahogando un grito de pánico, lo vio metros por debajo de las aguas. Su rostro, y el resto de su cuerpo, a excepción del estómago que ya presentaba un buen abombamiento, se habían hinchado. Los labios aparecían amoratados y la piel algo verdosa, todo ello con el estigma del ahogado. Se obligó a sí misma a sobreponerse al horror de perder a alguien, aunque fuera tan repugnante como aquél, y se obligó a continuar el agotador ascenso.
Seguían limpiando la planta baja. Donde quiera que fueran, encontraba gente dispuesta a disparar y, aunque Jack intentara apuntar siempre, la bala de John siempre llegaba antes. Las burlas de este último se iban haciendo cada vez más afiladas. Parecía que aquellas balas inagotables le iban como anillo al dedo, ya que más que apuntar descargaba una salva de proyectiles hacia todo lo que se moviera, sin excesiva precisión, y sin necesitarla. La frustración de Jack aumentaba en tanto seguía sin acertar, y seguían creciendo las pullas. Ambos parecían ajenos a lo extraño y demencial que aquella escena resultaba, cada uno con sus objetivos y reflexiones.
El pasillo superior, al que daba acceso la escalera de madera, parecía igual sino peor que el piso inferior, también con unas llamas anaranjadas que casi parecían tener vida propia, y no se mostraban muy amigables con Lograine. Por si albergaba dudas acerca de regresar por donde había venido, aquella rama del haya que era la escalera se vino abajo en un crepitar de llamas. Lograine entonces, evitando aquellas serpientes que intentaban lamer su cuerpo y consumirlo en ceniza, se había puesto un pañuelo al cuello y trastabillaba por el pasillo. La única puerta estaba al fondo del mismo, y fue la que alcanzó con alguna que otra picadura del fuego. Comprobó, ya sin sorpresa que estaba cerrada, y se lanzó con un hombro sobre ella. Viendo que su camisa se inflamaba al contacto con las llamas que lamían la puerta, y que esta no había llegado a ceder. Se envolvió la mano con una manga arrancada a la prenda y comenzó a golpear la puerta incesantemente, haciendo caso omiso a las llamas que ardían sobre su mano, y al intenso dolor que provocaban. Apretaba los dientes, y gritaba, gritaba contra todo y contra nada. Carruaje, mayordomo, aquél, señor, aquella escalera, el fuego, sobre todo el fuego. Y la puerta cedió.
El cansancio hacía mella en la señorita. Seguía ascendiendo, pero el vestido y las piernas le pesaban cada vez más. Sentía que iba perdiendo la ventaja que pudiera haberle ganado al agua, y cada vez tenía que avanzar entre más líquido, entrando en un bucle de desesperación. Cada vez que buscaba alguna solución, alguna salida, se encontraba lo mismo: los ojos vidriosos de Lambert que la miraban burlones. Cuando el agua volvía a alcanzar su pecho, que subía y bajaba como un tambor aporreado con fuerza y sin tiento, una idea se abrió paso en su acelerada mente. Superando la suprema repugnancia que le producía en muerte Lambert, mayor que en vida, y no era poco, se encaramó a la barandilla y saltó, asiéndose a aquél muñeco enfermizo y asqueroso que era entonces el muerto. Así, agarrada al cadáver, siguió ascendiendo al mismo ritmo que el agua, tratando de mirar lo menos posible a aquél desgraciado.
También una idea se había ido abriendo paso por la mente de Jack. Sus peticiones de abandonar el lugar habían sido desoídas con burlas. Cada vez que lo pedía se sentía más ignorado y herido. Tampoco ayudaba su suerte, ya que ninguna bala les había llegado a tocar, y John parecía disfrutar atendiendo a sus torpes agresores. Así que, tras terminar la parte superior, John se proponía subir a la segunda planta. La sombra de John, Jack, como dijimos, se había ido forjando una idea. Tras una vida de aguantar burlas, quizá pareciera normal otras más, pero sentía que aquél lugar lo cambiara todo. En parte porque era así, porque habían aceptado aquello como normalidad. Así, con una resolución fría, apuntó al único objetivo que sabía que no le iban a quitar. Sonó el disparador, salió una bala, y John no supo nunca cómo había llegado a morir al pie de aquellas escaleras.
En la habitación le esperaba más de los mismo. Hojas de haya amarillas y rojas personificadas en llamas que lamían las paredes del cuarto. Tan solo una diferencia, la ventana. Aquella escapatoria a un mundo menos delirante y doloroso. Acercándose con una cojera acentuada a la ventana, rompió los cristales con el puño en llamas, que pareció estallarle en cada uno de los golpes que dio al cristal. Este cayó sin grandes protestas, aunque el calor de las llamas próximas le sofocaba, y comprobó con pesar, al acercarse a la ventana, que la caída era mayor de lo que esperaba. Siguiendo un súbito impulso, se alejó unos pasos para coger carrerilla, y a la carrera, ignorando aquél sufrimiento que amenazaba con sepultarle bajo una losa en su cárcel de llamas, saltó por la ventana, asiéndose a una de las cortinas inflamadas en aquél infierno líquido.
Parecía imposible, pero D’Alembert había llegado al techo de aquella lanza en la montaña. Aquél pináculo inaccesible estaba coronado por una claraboya, que cuando llegó a una altura suficiente, abrió, escapando al tejado y dejando por fin su inmundo asidero, que comentaba a oler como el cadáver que era. Tras unos instantes respirando en la cima del mundo, la presión resultó excesiva para las paredes. La estructura no resistió, la paredes cedieron con el obsceno quejido de agonía de una bestia herida y se partieron en pedazos. El tejado bajó al mismo ritmo que el agua. Dejando a la señorita aturdida en el suelo, aunque apenas lastimada. Por su parte, el líquido elemento apagó el incendio en la casa próxima que no había llegado a contemplar la chica.
Pese a haber comprobado anteriormente la planta baja, cuando se dirigía de vuelta a la puerta y a punto de entrar en el vestíbulo principal, otros dos hombres aparecieron haciendo frente a Jack. Esta vez no tuvo que apuntar temblorosamente, ni siquiera le hizo falta mirarlos. Movió el arma hacia uno y otro y disparo, sin temor y sin dudas. Ambos cayeron al instante, y tras estas últimas bajas tiró su arma al suelo, con una seguridad que antes no tenía. Se dirigió tranquilo como nunca hasta entonces en aquél disparatado viaje, y traspasó la puerta, justo a tiempo para llegar a contemplar el resultado de los incidentes en los edificios vecinos.
De alguna forma, la cortina en llamas resistió lo suficiente bajo la presa de aquella antorcha que era su mano. Se redujo así la caída, quedando en un costalazo cuyo dolor palidecía al lado del de su pierna, ni qué decir que aquella extremidad que había logrado sacarle de allí. Sin tiempo para pensar, inmediatamente después de caer sintió como una ducha de agua caía sobre él, apagando cualquier fuego menor que pudiera haber quedado en sus prendas, y aliviando en parte el sufrimiento que mostraba su enrojecida piel por el calor. Pudo comprobar tras unos segundos que la herida de su pierna se había cauterizado, y cuando observó con dolor contenido su mano carbonizada, vio como la ceniza se amontonaba sobre el armazón informe que había quedado en lugar de esta, recomponiéndola tan milagrosamente que aquella agrupación de polvo, humo y su propia carne ya no le dolía.
Cuando se incorporó, se encontró con los dos compañero que le restaban a su lado, y ninguno se vio en la tesitura de hacer pregunta alguna. Tanto porque no ansiaban respuesta, como porque ya la conocían de antemano. Así, dejaron pasar unos instantes disfrutando de una sensación que hasta entonces no habían apreciado en toda su magnitud: seguir vivos. Salió entonces de entre las ruinas de la casa chamuscada, un hombre en un traje negro, con una camisa blanca y una corbata de un rojo perfecto. Los mocasines negros resonaban con un perfecto “tap, tap” y llevaba el pelo peinado impecablemente con la raya a la derecha. Todos ellos lo reconocieron al unísono como la persona que se habían encontrado nada más entrar en aquellos edificios.
-Como veréis, he cumplido lo que prometí –comenzó-. Tenéis cada uno lo que os faltaba. Habéis podido limpiar el peso de vuestro pasado, conseguir la confianza y el valor que tanto os echaban atrás o comprobado que os servís a vosotros mismos sin temores. Ya que habéis sobrevivido, imagino que sois capaces de apreciar esto por encima de cualquier cosa, sin embargo, para que no se me tache de avaro o tacaño, aquí tenéis tres bolsas idénticas a la de Fortunato –tendió en este momento tres pequeños saquitos de color marrón a cada uno de ellos-. Son para que podáis seguir construyendo vuestra propia existencia. Ahora el carruaje os está esperando, así que no os demoréis o lo perderéis.
No le dieron un agradecimiento que sabían que no quería ni necesitaba, e hicieron lo que les había recomendado: montaron en aquél carruaje, por primera vez rumbo a la vida.
A su lado se sentaba una tímida muchacha. Rostro pecoso y pelirroja, no era mal parecida. Tenía unos ojos azules bastante vivos aunque tenía tendencia a desviar en exceso la mirada. Los senos bien proporcionados se escondían en el raído vestido que había traído, pues se les había prometido a todos ropa nueva, y la muchacha no contaba con otra cosa en el mundo aparte del vestido, su persona y unos ahorrillos que la habían mantenido hasta encontrar esa destinación. Nada sabían el resto de un pasado bastante truculento. Honor no es una palabra que había valorado, y aún menos bien le hubiera hecho a su alma el que esto fuera así. Lo que había tenido que hacer durante toda su vida por sobrevivir no había permitido que le afectara, aislándose de su propia su propia situación.
El otro escolta de la señorita en ese lado del interior del carruaje era el que parecía más maduro y sereno de todos ellos. Un hombre que rondaría la treintena, cuya fuerza, más que intuirse a través de la camisa blanca que en ese momento llevaba, escapaba a través de sus palabras y de su actitud. Realmente parecía fuera de lugar en aquella procesión de medio desarrapados. Sus músculos se marcaban a través de la ya citada camisa y el chaleco de cuero que portaba sobre la misma. Los pantalones negros, a juego con el chaleco, y los zapatos, daban peso a la idea de que se encontraba fuera de sitio. Del mismo modo, su rostro aparecía sin grandes achaques, simplemente una cicatriz juzgaba el pómulo derecho discretamente, abriendo en dos el lugar destinado a la barba, aunque estaba bien afeitado. Llevaba el pelo en una media melena que no llegaba al cuello de la camisa y le hacía parecer más joven. De un profundo color negro, bailaba ocasionalmente sobre su cara, a modo de cortina entre los dos ojos de avellana. Estilizados aunque duros eran sus rasgos, con una nariz bien proporcionada y una inteligencia que se dejaba entrever, sin un motivo aparente.
Enfrentados a ellos se encontraba una pareja de jóvenes que, si bien parecían conocerse, no parecían llevar la mejor relación del mundo. De hecho, a simple vista, y quizá en profundidad también resultara así, eran antitéticos. Mientras el de la derecha era un joven bien parecido, rubio hasta la extenuación, ojos azules y bastante alto. También suficientemente fornido como para no considerarle débil, y con una lengua que iba leguas por delante de su pensamiento, pese a ser bastante aguda. El de la izquierda parecía la versión del anterior hombre reducida. Contaría, como su compañero, con menos de veinte años. Pelo negro y ojos marrones coincidían a la perfección con Lograine, tal era el nombre del caballero. Jack también tenía una piel ligeramente pálida. Sin embargo, la merma afectaba a la forma física, ya que sin llegar a ser endeble, el hambre parecía haber hecho mella en su cuerpo y en su alma. Estaba falto de esa decisión, de ese valor y aplomo, y apenas se atrevía a dejar entrever los dientes a través de unos finos labios, cuanto más a pronunciar palabra. Resultaba curiosa una pareja tan dispar de compañeros, cuya única coincidencia resultaba de la inicial de sus nombres, John y Jack.
Tanto Jack como la señorita D’Alembert, o al menos así dijo llamarse, no parecían demasiado locuaces ni propensos a participar de una conversación basada en su mayor parte en las baladronadas de John y los reproches y voces de la experiencia de Lambert. Como consecuencia directa de esto, aparte de añorar la conclusión del trayecto, que tantos vaivenes llevaba, lanzaban fugaces por las estrechas y polvorientas ventanas del carruaje. Según la elección del cristal, resultaban dos vistas que parecían no variar lo más mínimo por mucho que se prolongase el viaje.
Siguiendo la mirada de Jack, a su izquierda y por tanto a la diestra del carruaje, estaba la ladera de la montaña. Relativamente escarpada, en la falda de la montaña se encaramaban árboles, en su gran mayoría hayas. De tronco negro, como un corazón sin madre ni sueño, sus fuertes raíces raspaban la árida superficie, puntos mal dados a una herida en la tierra que no se cierra. Sus hojas, perfecto paradigma de tales órganos, estaban proveídas de unos nervios fuertes, pero aún así mostraban la marca de la edad que se encargaba de recordarles el otoño. Muchas habían caído ya, asfaltando el camino peligrosamente. Otras simplemente se veían enrarecidas de su esperanza con un amarillo, un rojo, y hasta un desagradecido marrón. Apiladas sobre la copa, se iban haciendo más escasas al mismo tiempo que sus portadores, los árboles, a medida que iban ascendiendo. Progresivamente también se iba acercando la nieve a la vista, y parecía menos lejana la inaccesible cima del monte, cuna de ríos cuyo verdadero nombre nadie recuerda hoy. El manto blanco parecía captar especialmente la atención de la joven, sin embargo, esta vez su mirada recorría la montaña a l inversa, descendiendo.
Los árboles que aún lado fueran techo y sueño de hastío, al otro profesaban la servidumbre del que sólo muestra una superficie engañosa. Una alfombra de los mismos amarillos desvaídos, rojos de valor marchito y marrones sin nombre adornaba profusamente un descenso engañosamente fácil. La vista pasaba de largo rápidamente ante el desfile vegetal y se derramaba sobre el valle resultante a sus pies. En él se podía observar la herida siempre vibrante de un río sin nombre, y cómo la ciudad de la que habían partido se empequeñecía cada vez más, resultando ahora irrisoriamente pequeña. Tanto había decrecido en su decadencia, que D’alambert trató de aplastarla con sus dedos, en un vano intento de acabar con su pasado lejano y reciente, aunque su acción obtuvo la poca recompensa de un soñador que intenta cambiar el mundo sin estar despierto.
De la profusión de sus ilusiones les sacó una subida particularmente alta de tono en la conversación. Parecía que los dos contendientes estuvieran cerca de llegar a las manos y la alarma hubiera llegado demasiado tarde, sin embargo, Lograine impuso su voz como una espada bien templada, sin fogosidad ni óxido.
-Deberías dejar esos pormenores que no llevan a ninguna parte- además, debemos de estar al llegar.
La tranquilidad en su voz tuvo la propiedad de turbar a los otros dos, sin embargo no llegaron a decidirse a protestar ninguno de ellos, así que la discusión quedó pospuesta. Además, como si sus palabras resultaran proféticas, la ambiguas tribulaciones de todos los presentes fueron cortadas por un repentino frenazo del carromato, que se detuvo de golpe y casi arrojó a los ocupantes de un banco contra los del otro. Las protestas que surgieron a raíz de esta parada fueron desatendidas por el conductor, y al no encontrar respuesta fueron bajando del carro.
Podrían haberse asombrado de que el conductor del vehículo pareciera haberse evaporado en la nada, podrían haber imprecado por ello, y hasta haberse puesto de acuerdo todos por una vez en todo el viaje. Sin embargo, el motivo de su asombro era totalmente diferente. Tras un recodo de la montaña, tan normal como cualquier otro que hubieran superado anteriormente, se habría un mordisco en la tierra de un tamaño tal que allí cabían, y en efecto estaban, tres grandes mansiones, diferentes aunque parecidas. Una de ellas era tan alta que parecía querer alcanzar el techo del mundo, o al menos la altura de la montaña. Torre en madera sólida y sin fisuras, parecía no mostrar signo de junturas entre tablones. Su estilo era muy sobrio y nada rebuscado, ningún adorno en los escasos balcones que presentaba, ni reproches en la puerta ni el porche de la entrada. La siguiente en discordia era todo lo contrario. Varias figuras saludaban burlonamente al visitante a esa casa, esculpidas en piedra arrancada a la montaña. Parecía de forma cúbica, sin embargo no podría asegurarse en ningún caso su geometría, ya que daba una impresión eminentemente extraña al observador. Las ventanas presentaban adorno ora curvos, ora perfectamente rectos y algunas protuberancias extrañas en la madera daban al conjunto una impresión aún más caótica de la que ya tenía. Compartía sustancia con la anterior vivienda y la siguiente, madera de los árboles que debían haber existido en aquél pedazo de mundo, tan apartado del resto. La tercera resultaba ya de una inspiración más clásica, y pese a ser sobria, presentaba algunos detalles, además de las proporciones de una casa de dichas dimensiones. En su conjunto, formaban “El Parnaso”, como advertía un letrero en el centro.
El motivo por el que aquellas tres estructuras pasaban desapercibidas se debía mayormente a que la orientación se había buscado hacia otras cumbres cercanas, de tal forma que sólo algunos escaladores, o los que siguieren aquél camino específico, para nada transitado, podían deducir la existencia de aquellas magníficas y arcanas construcciones. Alguien con un mayor sentido estético se hubiera mostrado hasta agradecido por poder estar ante tal derroche de fastuosidad y poderío ante la naturaleza, pero ellos tan sólo albergaban una aplastante sensación de inferioridad.
Cuando parecía que iban aceptando la evidencia ante ellos, un hombre que pasaba de los cuarenta años, vestido de mayordomo aunque con unas ínfulas que no correspondían a tal posición, se personó ante ellos, tan abstraídos estaban que ni le vieron venir.
-Bueno señores y señorita, imagino que vienen por el anuncio, ¿no es así?
-Sí –fue la respuesta unánimemente aceptada por el resto.
-En ese caso, me ha tocado la labor de repartirles –tosió con suavidad- la señorita D’Alembert acompañará a Lambert a la residencia este, la más alta. –dijo con voz clara- Al señor Lograine le hemos destinado al edificio central, mientras que la oeste corresponderá por tanto a Jack y John. –se puso a andar hacia la residencia central como si tal cosa, pero adelantándose al resto añadió- Sus preguntas serán atendidas en el interior de los edificios, muchas gracias.
Dejándolos aún más pasmados que antes, desapareció de su vista. Sin embargo, no les costó demasiado aceptar que, quisieran o no, debía entrar en los edificios, y accedieron a hacerlo tal y como se les había ordenado. No tenían idea de cómo conocían sus nombres, y era algo que iba reconcomiendo sus mentes y tenían intención de preguntar en cuanto entraran a las residencias. Sus pasos silenciosos fueron la única compañía real que tuvieron a la hora de entrar, pues los gusanos de la inquietud se habían hecho fuertes en sus gargantas, anudados a la tráquea.
Al traspasar la puerta la señorita y su acompañante, se encontraron frente a un caballero bien parecido, vestido a la francesa con un cierto toque de antiguo que no le restaba atractivo. Se sabía superior y eso lo hacía parecer aún más distinguido, sin llegar a resultar desagradable en ningún sentido.
-¿Cuándo nos van a pagar y con qué? El anuncio decía que con lo que necesitáramos –la codicia parecía haber traicionado de pronto al señor Lambert, aunque la expresión de su interlocutor no mostró signo alguno de ofensa.
D’Alembert se mantuvo callada, esperando ver cómo se desarrollaba una escena en la que se sentía mera comparsa de la conversación.
En la mansión opuesta, una escena similar se repitió, pero la persona que se encontraban parecía desenfadada, grosera y hasta violenta. Llevaba un sombrero vaquero que parecía haber atravesado el océano literalmente, tal era su aspecto harapiento. Cubierto de cicatrices y de heridas que más que verse se intuían, irradiaba de todo menos simpatía. Sin embargo, su aspecto de tipo duro no debió impresionar en exceso a John, que con los brazos en jarras se adelantó a su amigo.
-¿Qué es lo que hay que hacer aquí, y a cambio de qué? –seco y directo, aquella especie de cuatrero sonrió, pero su sonrisa no gustó en absoluto a Jack, que empezaba a arrepentirse de haber accedido a ir a aquél remoto lugar.
Por último, Lograine, el único en ir en solitario se encontró frente a un joven de ojos vivos, impulsivos y frescos. Sus gestos, los pocos que le dieron tiempo a medir, resultaban impetuosos, aparentemente poco controlados, al antojo de una voluntad invisible. Parecía llevar el riesgo en sus venas, pero de una forma simplemente despreocupada.
-¿Cuál es la tarea que debo completar? –preguntó sin ambages.
La respuesta a las tres preguntas fue exactamente la misma en todos los casos. Uno con un refinado acento francés, otro escupiendo las palabras y el último casi demasiado rápidamente, pronunciaron al mismo tiempo:
-Recibiréis lo que habéis venido a buscar cuando cumpláis nuestra tarea, sobrevivir.
Lambert acogió esta respuestas con cinismo e incredulidad a partes iguales, acordes con la edad y con un modo de vida poco humano. Puso una cara de enfado que le acercó físicamente a un cerdo, casi dispuesto a gruñir, y protestó -¿Qué clase de broma es esta?- pero pegó un brinco de pronto. Comenzó a sentir humedad en sus pies, y pronto contempló cómo el agua, que parecía brotar de ninguna parte, iba subiendo su nivel por momentos, quedando sin saber qué decir.
Por su parte, la señorita, que ya se había quedado entre el asombro y el terror ante las frías y directas declaraciones anteriores, acogió con aún más miedo e incapacidad para responder aquella repentina inundación que parecía no provenir de ninguna parte.
John lo miró con una sonrisa burlona mientras Jack asistía impasible a la declaración, ambos demasiado escépticos, aunque cada uno a su manera. Con la socarronería que había sacado a relucir durante todo lo que duró el viaje, preguntó sin temor alguno.
-¿Sobrevivir a qué?
-A los que vengan –respondió con una sonrisa similar aquél hombre, consiguiendo quitar la calma que instantes antes mostrara John, aunque sin sentirse atemorizado, sólo desconcertado. –Tomad, -añadió como si recordara algo, lanzándoles a cada uno un revolver plateado, que acertaron a coger con mayor o menor tino.- os harán falta, ah, y no os preocupéis por las balas, hay de sobra.
John fue el primero en probar un disparo, y tras comprobar en el tambor, vio que no faltaba ningún proyectil. Intrigado, cuando iba a alzar la voz para preguntar más a aquél hombre, escuchó como se cerraba una puerta con pestillo, por la que instantes antes había desaparecido el que les diera sus armas.
Quizá el menos impresionado de ellos, aunque otros no llegarían a admitirlo, fuera Lograine, que se limitó a preguntar un llano:
-¿Cuándo empezamos?
-Ahora mismo –fue la respuesta que obtuvo.
Aquél hombre, satisfecho en apariencia por la pregunta, pareció derretirse de golpe en una sustancia color oliva, que empezó a extenderse por toda la habitación, cubriéndola de un barniz en apariencia peligrosa. Antes incluso de que le diera tiempo a Lograine a cerrar la boca, abierta instintivamente por el asombro, aquella sustancia se inflamó y la casa comenzó a arder.
El nivel de agua en la casa alcanzaba ya casi el pecho del señor Lambert, y en el caso de D’Alembert estaba a punto de superarlo, cuando el primero se convenció de la imposibilidad de abrir la puerta de la casa, y la segunda salió un poco de su estado de shock.
-¿Qué se supone que debemos hacer ahora? –inquirió con miedo mal disimulado con mal humor el mayor, señalando al hombre.
-Ya os lo he dicho, sobrevivir –parecía algo hastiado y hasta aburrido, como si las cosas no estuvieran yendo como el quisiera-. Quizá tomaros esto os ayudaría a sobrevivir –sacó un frasquito de color azul, que parecían encerrar los reflejos de todos los mares.
Antes de que la mujer pudiera hacer nada, Lambert ya lo había cogido ansiosamente, y destapándolo sin miramientos y tragándose todo su contenido. Su barriga comenzó entonces a temblar y a hincharse lentamente, hasta alcanzar un tamaño aún mayor. Con aquella suerte de estómago, similar al de una vaca, el señor Lambert flotaba entonces sobre el agua que seguía creciendo en nivel. Comenzó a reír entonces, y cuando iba a decir algo, se dio cuenta de que el hombre no estaba allí.
Aterrorizada por completo, la señorita D’Alembert comenzó a ascender por las escaleras de una torre que parecía aún más alta por dentro que por fuera. Su ejercicio estaba a medio camino entre correr y nadar, y el agua parecía acelerar su crecida en tanto que ella ascendía con más rapidez. Veía cómo, en el centro de la estructura, ya que la escalera y su balconada daban vueltas a las paredes del edificio, riéndose como un demente, casi como si sufriera una alucinación, se dejaba llevar el señor Lambert hacia arriba.
Cuando la señorita comenzaba su huída de las aguas, en la mansión oeste ya había dos cadáveres en el suelo. Ambos con una bala entre pecho y espalda, abatidos por un John que se iba envalentonando, mientras Jack lo seguía con el arma en alto, aunque no había tenido tiempo de disparar.
-Venga piltrafilla, no tenemos todo el día. Apuesto a que hay más cabrones por aquí en esta ratonera, ¿menuda trampa nos han tendido a todos eh? –parecía disfrutar con ello.
-Tenemos que buscar una salida –protestó su compañero.
-Cobarde, ya sé que no vales mucho, pero no temas, mientras estés conmigo seguirás vivo.
Herido en su amor propio, se ahorró una respuesta que no iba a servir para mucho, y resolvió que lo mejor sería seguirle, adonde quiera que llevara aquello.
Lograine se dio cuenta en seguida de que llegar a la puerta resultaba del todo imposible, pues las llamas allí eran muchos más fuertes. No viendo ninguna otra salida aparente, decidió probar suerte escaleras arriba, ya que recordaba vagamente haber visto alguna ventana en el edificio. Confiando en que su premura fuera mayor que la de las llamas, comenzó a ascender las escaleras de madera, que esperaba que guardaran un cielo menos cálido que aquél repentino infierno en que se había convertido el señor, aunque no guardara tiempo para pensar en cosas tan extrañas como esa. Mientras ascendía, uno de sus pies se hundió en un tablón en apariencia igual al resto, y al sacarlo contuvo un grito de dolor, pues su pierna aparecía con un desgarrón merced a las astillas. Sangrando profusamente, siguió ascendiendo, sin imaginar siquiera la siguiente desazón que le esperaba.
Tan preocupada como estaba en subir y subir por aquella interminable escalera, D’Alembert no se había preocupado en mirar más a su inútil acompañante. Sin embargo, pasados unos minutos que parecían interminables, sintió que echaba en falta su risa siniestra, pues el silencio se le antojaba aún más incómodo y macabro. La impresión resultó ser acertada, pues cuando miró hacia al centro, en un primer momento no vio a Lambert. Instantes después, ahogando un grito de pánico, lo vio metros por debajo de las aguas. Su rostro, y el resto de su cuerpo, a excepción del estómago que ya presentaba un buen abombamiento, se habían hinchado. Los labios aparecían amoratados y la piel algo verdosa, todo ello con el estigma del ahogado. Se obligó a sí misma a sobreponerse al horror de perder a alguien, aunque fuera tan repugnante como aquél, y se obligó a continuar el agotador ascenso.
Seguían limpiando la planta baja. Donde quiera que fueran, encontraba gente dispuesta a disparar y, aunque Jack intentara apuntar siempre, la bala de John siempre llegaba antes. Las burlas de este último se iban haciendo cada vez más afiladas. Parecía que aquellas balas inagotables le iban como anillo al dedo, ya que más que apuntar descargaba una salva de proyectiles hacia todo lo que se moviera, sin excesiva precisión, y sin necesitarla. La frustración de Jack aumentaba en tanto seguía sin acertar, y seguían creciendo las pullas. Ambos parecían ajenos a lo extraño y demencial que aquella escena resultaba, cada uno con sus objetivos y reflexiones.
El pasillo superior, al que daba acceso la escalera de madera, parecía igual sino peor que el piso inferior, también con unas llamas anaranjadas que casi parecían tener vida propia, y no se mostraban muy amigables con Lograine. Por si albergaba dudas acerca de regresar por donde había venido, aquella rama del haya que era la escalera se vino abajo en un crepitar de llamas. Lograine entonces, evitando aquellas serpientes que intentaban lamer su cuerpo y consumirlo en ceniza, se había puesto un pañuelo al cuello y trastabillaba por el pasillo. La única puerta estaba al fondo del mismo, y fue la que alcanzó con alguna que otra picadura del fuego. Comprobó, ya sin sorpresa que estaba cerrada, y se lanzó con un hombro sobre ella. Viendo que su camisa se inflamaba al contacto con las llamas que lamían la puerta, y que esta no había llegado a ceder. Se envolvió la mano con una manga arrancada a la prenda y comenzó a golpear la puerta incesantemente, haciendo caso omiso a las llamas que ardían sobre su mano, y al intenso dolor que provocaban. Apretaba los dientes, y gritaba, gritaba contra todo y contra nada. Carruaje, mayordomo, aquél, señor, aquella escalera, el fuego, sobre todo el fuego. Y la puerta cedió.
El cansancio hacía mella en la señorita. Seguía ascendiendo, pero el vestido y las piernas le pesaban cada vez más. Sentía que iba perdiendo la ventaja que pudiera haberle ganado al agua, y cada vez tenía que avanzar entre más líquido, entrando en un bucle de desesperación. Cada vez que buscaba alguna solución, alguna salida, se encontraba lo mismo: los ojos vidriosos de Lambert que la miraban burlones. Cuando el agua volvía a alcanzar su pecho, que subía y bajaba como un tambor aporreado con fuerza y sin tiento, una idea se abrió paso en su acelerada mente. Superando la suprema repugnancia que le producía en muerte Lambert, mayor que en vida, y no era poco, se encaramó a la barandilla y saltó, asiéndose a aquél muñeco enfermizo y asqueroso que era entonces el muerto. Así, agarrada al cadáver, siguió ascendiendo al mismo ritmo que el agua, tratando de mirar lo menos posible a aquél desgraciado.
También una idea se había ido abriendo paso por la mente de Jack. Sus peticiones de abandonar el lugar habían sido desoídas con burlas. Cada vez que lo pedía se sentía más ignorado y herido. Tampoco ayudaba su suerte, ya que ninguna bala les había llegado a tocar, y John parecía disfrutar atendiendo a sus torpes agresores. Así que, tras terminar la parte superior, John se proponía subir a la segunda planta. La sombra de John, Jack, como dijimos, se había ido forjando una idea. Tras una vida de aguantar burlas, quizá pareciera normal otras más, pero sentía que aquél lugar lo cambiara todo. En parte porque era así, porque habían aceptado aquello como normalidad. Así, con una resolución fría, apuntó al único objetivo que sabía que no le iban a quitar. Sonó el disparador, salió una bala, y John no supo nunca cómo había llegado a morir al pie de aquellas escaleras.
En la habitación le esperaba más de los mismo. Hojas de haya amarillas y rojas personificadas en llamas que lamían las paredes del cuarto. Tan solo una diferencia, la ventana. Aquella escapatoria a un mundo menos delirante y doloroso. Acercándose con una cojera acentuada a la ventana, rompió los cristales con el puño en llamas, que pareció estallarle en cada uno de los golpes que dio al cristal. Este cayó sin grandes protestas, aunque el calor de las llamas próximas le sofocaba, y comprobó con pesar, al acercarse a la ventana, que la caída era mayor de lo que esperaba. Siguiendo un súbito impulso, se alejó unos pasos para coger carrerilla, y a la carrera, ignorando aquél sufrimiento que amenazaba con sepultarle bajo una losa en su cárcel de llamas, saltó por la ventana, asiéndose a una de las cortinas inflamadas en aquél infierno líquido.
Parecía imposible, pero D’Alembert había llegado al techo de aquella lanza en la montaña. Aquél pináculo inaccesible estaba coronado por una claraboya, que cuando llegó a una altura suficiente, abrió, escapando al tejado y dejando por fin su inmundo asidero, que comentaba a oler como el cadáver que era. Tras unos instantes respirando en la cima del mundo, la presión resultó excesiva para las paredes. La estructura no resistió, la paredes cedieron con el obsceno quejido de agonía de una bestia herida y se partieron en pedazos. El tejado bajó al mismo ritmo que el agua. Dejando a la señorita aturdida en el suelo, aunque apenas lastimada. Por su parte, el líquido elemento apagó el incendio en la casa próxima que no había llegado a contemplar la chica.
Pese a haber comprobado anteriormente la planta baja, cuando se dirigía de vuelta a la puerta y a punto de entrar en el vestíbulo principal, otros dos hombres aparecieron haciendo frente a Jack. Esta vez no tuvo que apuntar temblorosamente, ni siquiera le hizo falta mirarlos. Movió el arma hacia uno y otro y disparo, sin temor y sin dudas. Ambos cayeron al instante, y tras estas últimas bajas tiró su arma al suelo, con una seguridad que antes no tenía. Se dirigió tranquilo como nunca hasta entonces en aquél disparatado viaje, y traspasó la puerta, justo a tiempo para llegar a contemplar el resultado de los incidentes en los edificios vecinos.
De alguna forma, la cortina en llamas resistió lo suficiente bajo la presa de aquella antorcha que era su mano. Se redujo así la caída, quedando en un costalazo cuyo dolor palidecía al lado del de su pierna, ni qué decir que aquella extremidad que había logrado sacarle de allí. Sin tiempo para pensar, inmediatamente después de caer sintió como una ducha de agua caía sobre él, apagando cualquier fuego menor que pudiera haber quedado en sus prendas, y aliviando en parte el sufrimiento que mostraba su enrojecida piel por el calor. Pudo comprobar tras unos segundos que la herida de su pierna se había cauterizado, y cuando observó con dolor contenido su mano carbonizada, vio como la ceniza se amontonaba sobre el armazón informe que había quedado en lugar de esta, recomponiéndola tan milagrosamente que aquella agrupación de polvo, humo y su propia carne ya no le dolía.
Cuando se incorporó, se encontró con los dos compañero que le restaban a su lado, y ninguno se vio en la tesitura de hacer pregunta alguna. Tanto porque no ansiaban respuesta, como porque ya la conocían de antemano. Así, dejaron pasar unos instantes disfrutando de una sensación que hasta entonces no habían apreciado en toda su magnitud: seguir vivos. Salió entonces de entre las ruinas de la casa chamuscada, un hombre en un traje negro, con una camisa blanca y una corbata de un rojo perfecto. Los mocasines negros resonaban con un perfecto “tap, tap” y llevaba el pelo peinado impecablemente con la raya a la derecha. Todos ellos lo reconocieron al unísono como la persona que se habían encontrado nada más entrar en aquellos edificios.
-Como veréis, he cumplido lo que prometí –comenzó-. Tenéis cada uno lo que os faltaba. Habéis podido limpiar el peso de vuestro pasado, conseguir la confianza y el valor que tanto os echaban atrás o comprobado que os servís a vosotros mismos sin temores. Ya que habéis sobrevivido, imagino que sois capaces de apreciar esto por encima de cualquier cosa, sin embargo, para que no se me tache de avaro o tacaño, aquí tenéis tres bolsas idénticas a la de Fortunato –tendió en este momento tres pequeños saquitos de color marrón a cada uno de ellos-. Son para que podáis seguir construyendo vuestra propia existencia. Ahora el carruaje os está esperando, así que no os demoréis o lo perderéis.
No le dieron un agradecimiento que sabían que no quería ni necesitaba, e hicieron lo que les había recomendado: montaron en aquél carruaje, por primera vez rumbo a la vida.
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