domingo, 21 de marzo de 2010

Salir, beber

Puedo engañarme, pero creo que no puedo cambiar. Al menos no tan fácilmente. Me siento a gusto con el royo alternativo, aunque no tenga claro exactamente a qué se refiere este tér. Me gusta un estilo de vestir bastante informal, royo camisas, converse, camisetas, vaqueros y demás. Son propuestas interesantes también propuestas alternativas como conciertos poco conocidos, tertulias, alguna presentación de libros o charlas de escritores. Creo que más o menos ha quedado definido el concepto "alternativo".
Sin embargo, y pese a que de vez en cuando escuche lo que he dicho, sigo adorando esa música tremenda, infernal y trepidante. Esa música que, cuando la escuchas desde lejos puede parecer ruido. Esas voces cargadas de botellas de alcohol, gargantas doloridas, humo de la noche. Ese doble bombo apedreado incesantemente y esas letras que hablan de apedrear, de violencia y cosas bonitas. Sigo vistiendo con mis camisetas negras, que tienden a ser infinitas, y con mis pantalones militares (a veces negros) que casi también. Y sí, también sigo sin saber en general del tipo de acontecimientos mencionados antes o, por lo general, no tengo con quién ir o ganas de ello.

Del mismo modo, no puedo escapar de mi naturaleza (o una parte de ella) autodestructiva. Autodestructiva o extrema o cómo quiera llamarla. Me gusta jugar al billar y al fútbol, ver partidos por la tele, salir más tarde y estar un rato vagueando, algunos otros planes y alternativas. He estado haciendo esto últimamente y no me ha disgustado. Pero todo tiene un límite.
Y el límite ha sido volver al pasado. Con la llegada de la primavera llega la primera espichas, las primeras luces de sol que cruzan al general invierno y, pese a traer indicios de lluvia, llaman a formar bajo el vasto cielo y tenderse a beber mientras el cuerpo aguante. Todo vale, todo con tal de acaparar emociones. Ir de un lado a otro, saludar, conocer gente y olvidarla en el mismo día. Pasear en otros momentos y no conocer a la mitad de la gente que te ha saludado efusivamente por la calle, a veces con un "¿Qué tal le va a Juan?", e intentando que no se note que ni siquiera sabes si te acuerdas de ese Juan. Levantarse al día siguiente, haya partido de rugby, de fútbol, o haya que dormir como si una apisonadora se hubiera cebado con tus huesos, y sentirte bien pese a ello. Y al día siguiente, más. Más cacharros, más gente, quizá alguna del día anterior. Más risas. Si ya soy un tanto prepotente (me lo guardo para mí las más de las veces, a la gente no le gusta que les recuerden que son inferiores, sea cierto o no), lo soy tres veces más. Reírte de todo, amigos, amigas o desconocido. Acabar evitando un jaleo que ha buscado tu amigo, o intentando encontrar el jaleo que otro parece que te ha escondido.

Levantarte un domingo y decir: "Amo y odio el vodka"

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