domingo, 7 de junio de 2009

Votar, y los gilipollas

Primera vez en mi vida que puedo votar, y que voto. No diré a qué o a quién, ya que eso me atañe tan solo a mí, y a quién me haya insistido tanto como para que se lo cuente. No es que sea un secreto, pero considero que el voto privado es necesario totalmente. Y cómo no, ocasión no exenta de anécdotas que poder reseñar.
La primera, no en orden cronológico, pero sí en el que a mí me apetece ponerla, es que estaba mi entrenador de rugby. No creo que le hiciera mucha gracia, pero estaba allí sentado en una de las mesas, no la que a mí me tocaba, y me preguntó si tenía claro lo que iba a votar. Cosa curiosa, no dijo nada de mi corte pelo (curiosa para cómo es él). Supongo que mejor así que no la cara que puso cuando fui al partido con el pelo blanco y rojo, me doy por satisfecho. Espero esta vez sí ir a rugby el jueves, que llevo tiempo sin poder ir (por causas ajenas, que la pereza no tira en contra del deporte, milagrosamente).
Siguiente anécdota: lo gilipollas que es la gente I. Para votar, como me dijo mi madre, decidí coger un puñado de papeletas y en su momento decidir cuál coger, en parte para que no se sepa qué voy a votar. Pues bien, cogí, me acerqué a una mesa, y me puse a mirar las opciones que había, cogiendo en primer lugar un sobre. A mi izquierda un señor mayor con pinta de despistado, la que podía ser su hija, y el hijo de esta. El mocoso (sí, mocoso) en cuestión tendría unos diez años (salvando mi mal cálculo de edades) y estaba allí mirando papeletas. Al margen de lo incómodo que suponía tener a un niño al lado que no pinta nada curioseando, mientras oigo la cháchara insulsa de la feliz familia, estaba yo desesperado, encajando que se presentaran partidos como la FE de las jons o Falange nosequémás, cuando mi madre salvadora llegó y me dijo: vete a esa otra mesa, que está libre. En efecto, los anteriores ocupantes se habían ido y yo, dichoso entre los dichosos, avanzaba raudo hacia esas papeletas libres de niños. O eso creía yo. A los tres segundos de reloj de estar mirando me encuentro con que la familia me ha seguido. Sus maquiavélicas intenciones de tortura debían consistir en amargar mi primer voto en unas elecciones políticas, porque se habían movido de mesa para ver las mismas malditas papeletas, mientras se oía al niño "cuántos partidos". Solventado el trámite como pude, seguí en la votación. Cuando dije que "por muy extendida que esté la estupidez, esta no debería ser más tolerada" mis padres repusieron que debía de ser menos crítico. Por mi parte, me remitiré para contestar al reno renardo "me suda la polla ser intransigente", si la gente no sabe leer ni comportarse en un sitio público que no vaya a estos.
Última pero no menos importante: gilipollas II. Esto ya tiene poco de anecdótico y mucho de descorazonador. Cuestionarse el sentido del voto puede ser muy desmoralizante. Sí, votaré lo que crea conveniente. Como yo otras muchas personas, también es cierto. Pero... ¿cuántos hay que no? El bipartidismo (turnismo al cambio más 'legal') es un asco. Es un asco no porque no deba haber dos partidos mayoritarios. Estoy de acuerdo en que los más capaces sean los más votados, pero entonces carece de toda lógica la elección de los votantes. No entiendo que la gran mayoría pueda preferir a unos u otros después de haber visto cómo se han dado las cosas. Estoy harto de ese juego absurdo secundado por un 80% del electorado que ya sabe lo que va a votar de aquí a la eternidad. Y aquí, aunque sea lícito mentar el "hasta la polla" del reno también, me quedaré con Ska-p y su "hasta las pelotas de tanta p, de tanta gaviota, de tanto puño y de tanta rosa".

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