jueves, 4 de junio de 2009

Animalejos, pobres animalejos

Hoy se trata de reflexionar. Volvemos a esas entradas largas (como ha habido pocas), sin sentido (idem) y que llegan a conclusiones absurdas (bueno, era por seguir los otros dos paréntesis). Pensando sobre que escribir, que a la inspiración no le apetece asomarse por aquí todos los días (pero para vuestra desgracia a mí sí), he ido a parar a mi banner. No porque sea de factura de photoshop ni nada parecido, sino por el bichejo. Sé que ya está trillado, pero es el problema de no haber nacido el primero (¿tuvo que ser orignal ser el primer humano en nacer eh?). Así pues vamos con la fauna de este mundejo que tenemos por aquí. El primer repaso vamos a cedérselo a los animales en peligro de extinción. Toma siglos de diversidad para que vengamos aquí a quitarles de en medio sin miramiento ninguno. Lobos, linces, osos y muchos otros se están quedando sin los bosques europeos. Hace no demasiados años, aunque la memoria no alcanzaré a ello, España era prácticamente una extensión boscosa. Ahora lo único que crece es el ladrillo (y con la crisis ni eso), asfalto y carreteras, y a los árboles que no van a plantaciones no se les ven las hojas. El sumun de la hipocresía, o estupidez, prefiero pensar que es la primera a la segunda, es el espectáculo que aquí, por tierras nórdicas, se da con Paca y Tola. Para evitar la extinción, se las tiene como oro y paño en un recinto cerrado, y se pone con ellas a un tal Furaco, que ni siquiera es de la misma raza, para conservarla supuestamente. Más que otra cosa, lo que ha propiciado es un espectáculo vacuo e insulso alrededor, basura de favores que le hacemos a la naturaleza. Siendo así, prefiero que el ser humano me tenga al margen y no me 'ayude'.
Y si ya tenemos que pasar a las mascotas, el registro sigue subiendo. No llegamos a atacar a las especies directa o indirectamente, sino que las amoldamos al propio ser humano. Hacemos que se adapten a nuestras costumbres, que sean monas... todo lo que una persona podría desear, y temer. Si nosotros mismos renegamos muchas veces de adaptarnos, no entiendo por qué ha de ser diferente en los animales. ¿Si te dijeran que fueras esclavo de alguien aceptarías? ¿Si te dijeran que tienes que quedarte en casa, qué comer, cuándo dormir y cuando salir, y a dónde, aceptarías? ¿Por qué lo hacen ellos? Porque no hay otra elección. Porque están obligados por nuestras largas manos. Y la culpa no es de quién adopta, por decirlo de alguna manera, los animales, descontando los casos de abandono y violencia, en los que la degradación llega a límites extremos, sino de quién en su momento decidió comercializarlo, y quién decide que siga siendo así.
Defintiivamente, el peor de todos los animales es el hombre. De la individualidad he podido comtemplar los mayores y más enterencedores rasgos de humanidad, y de la colectividad la brutalidad más aberrante.

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