"Respiro el aire de noche
que enturbia la luna clara
luna de rojo y celeste
luna que aún triste me ampara.
Me acuna en su dulce filo
que más que cortar me ama
reluce el ópalo brillante
y a la noche, en su noche espanta.
Pasa las horas en vela
desfila, por el cielo marcha
entre vapores se escuda
la sigue una gran comparsa.
Voluble cuál solo amante
su amor para mí no cambia
la mire cuando la mire
su sonrisa no me falla.
Y aquestos versos comidos
arrancados a mi alma
que le dedique a la luna
se hacen a sí mismos falta.
Bailo y el aire cruje
se estiliza el perfil del alba
y tras una sutil vuelta
se esfuma la luna adorada..."
Con aquella canción, una de las tantas que había compuesto para sí, pues el rey lejos de gustar de este tipo de cosas se aferraba a gracias clásicas y a cantares que ensalzaran sus virtudes y las de antiguos caballeros y señores, despreciando las "ñoñerías" típicas de las damas y gente demasiado débil y sensible, pasó la noche, escondiéndose poco después en una pequeña cueva, y guareciéndose en ese mundo gris, rugoso, y casi demasiado pequeño para él mismo, se echó a dormir.
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