martes, 16 de diciembre de 2008

La tormenta

Abrió los ojos e instintivamente se intentó llevar la mano a la frente pero las cuerdas se lo impidieron. El dolor de cabeza no le dejó darse cuenta al instante de que estaba atado. Sintió como la sangre corría por una brecha en la cabeza y finalmente se dio cuenta de que se encontraba en medio de un descampado. La hierba verde se mecía al son del viento acompasando la danza de las hojas de los árboles, que se quejaban con crujidos y pareciera que fueran a partirse en dos. Junto con la sangre, el agua al poco hizo su aparición, acompañada de sonoros truenos que servían para empeorar la escena. Comenzó entonces su pugna contra las cuerdas, pero el que le había dejado allí sabía hacer nudos, pues lo intentó durante un buen rato sin éxito. Jadeando, mientras el vaho se escaba de su boca cuál aliento de vida, fue tomando consciencia de que llevaba tan sólo una camisa fina de algodón blanca y unos pantalones vaqueros anchos. Ni siquiera llevaba zapatos y los pies descalzaos, y más helados que el resto del cuerpo, estaban llenos de barro. Pensó que si seguía allí se iba a morir de frío, así que siguió forcejeando, pero ni se le daba bien pensar ni se fijaba demasiado en las cosas pues con un sonoro crujido un rayo le transformó en un cadaver carbonizado y humeante...

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