Fuckencio Ingenuez era un ciudadano cualquiera, como tú y como yo, es decir, jodido. Fuckencio era bastante infeliz, para qué negarlo, pero aún así conservaba sus momentos de lucidez. Tanto era así que veneraba los domingos sobre cualquier otra cosa, de forma totalmente lógica. No era devoto, ni siquiera se podría decir que creyera en dios, más que de una forma totalmente banal e incuestionada. No, los domingos hay algo mucho más sagrado, el deporte.
Porque si un lugar encontraba Fuckencio para librarse de sus problemas era ver a su equipo todos los fines de semana. A su equipo, al rival, y algún otro partido interesante también, por descontado. En esos momentos era cuando más feliz se sentía, sintiendo que de esa forma se olvidaba de todos sus problemas. Nada de preocupaciones ni de enfados.
Así era, pese a que Fuckencio no pudiera evitar pensar que algunos de sus ídolos ganaban en un mes casi mil veces su sueldo. Ese sueldo que, por otro lado, le traía de cabeza y hacía que se empufara con su banco, bien publicitado eso sí por otra sonrisa de uno de sus jugadores. Seguía siéndolo a pesar de que cada vez que oía hablar de un romance de aquellos jugadores con una supermodelo, él no podía dejar de pensar en su insípido matrimonio, y eso que no sabía que su mujer pretendía pedirle el divorcio. Cada celebración de un gol, por otro lado, le hacía acordarse de su hijo, que ni les visitaba, ni les apreciaba lo más mínimo. Debía, se dijo, pedir en su testamento que acudiera a su funeral para, al menos, guardar las apariencias.
Pero, si algo sí que conseguía sacar un domingo de sus casillas a Ingenuez, eso era precisamente qeu su equipo perdiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario