domingo, 21 de marzo de 2010

Cuerpos

Bolsas de agua y moléculas orgánicas, que cuentan con una estructura ósea y muscular que les permite mantener su forma, con ciertas conexiones entre sus células para realizar unas funciones muy concretas, rodeados de una barrera tan frágil como efectiva. Esas puede ser una perfecta descripción de un cuerpo (podría haber sido más meticuloso, pero creo que la idea está bien plasmada) o una perfecta equivocación, porque no es lo que quiero.
Realmente me resulta muy curiosa esta sensación de que hay cuerpos mejores que otros. No hablo de funcionalidad, cada uno tiene sus virtudes, ni tampoco del aspecto físico, ya que es fácil ver que las personas tienen distintos atractivos. No, en este caso me refiero a cuerpos mejores para ser abrazados.
Para quién no me conozca, no soy una persona muy dada a muestras de cariño de este tipo, siendo sinceros. No porque no me gusten, sino quizá una mezcla entre timidez y sensación de que puede resultar chocante y/o incómodo para la otra persona. Sea como fuere, y pese a esto, he dado/recibido suficientes abrazos para poder hablar de ello.
Nacemos, de hecho, entre los brazos de un ser querido, al menos en la mayoría de los casos. He recibido abrazos de madre que me han hecho enternecer, abrazos de madre que he olvidado, abrazos de madre que me recuerdan lo que es la familia y, cómo no, abrazos de madre que me han hecho sentir incómodo o avergonzado. Me han abrazado para felicitarme y para consolarme. Me han abrazado después de un tiempo sin verme. Me han abrazado debido al amigo etanol. Me han abrazado después de ensayar, zarandeándome como un muñeco. Me han abrazado novias y amigas. Me han abrazado antes y después de hacerlo. Me han abrazado con fuerza y sin ella. Y espero que me abracen muchas veces, sobre todo, cuando yo no sea capaz de abrazar a esa persona.
Sin embargo, después de tantos abrazos, muy pocas veces me he sentido realmente bien. No es cuestión de malinterpretar esto, como ya dije, en general, me gustan los abrazos, pero algunos más que otros. Y son precisamente estos que más, los que menos abundan. Es irónico que me resulte extraño sentirme bien pero, de vez en cuando, encuentro unos brazos en los que no me importaría quedarme. Diría "Yo quiero vivir aquí" y quedaríamos anclados, uno y otro, otro y uno. La sensación recíproca de tener a alguien y ser tenido, sentir como ambos cuerpos se amoldan, se acomodan y finalmente se abandonan el uno en el otro. Sentir como la respiración, instintivamente, casi sin querer, se va acompasando a un solo ritmo, y poder cerrar los ojos sin miedo. Poder recorrer la espalda entre caricias, simplemente por el placer de descubrir, y emancipar tu calor en la otra persona.

Sí, quiero un abrazo que no se acabe nunca.

1 comentario:

Miriam. dijo...

No pude evitar firmar en éste... ¡Es que me gusta mucho!
Y tengo que decirte que tus abrazos, por lo general (cuando no intentas matarme en ellos), son geniales. (Pero tampoco te lo creas mucho eh? :P)