Parto en bote de cristal,
el cielo por techo,
la brisa será mi despertar,
no me someteré a crítica fugaz
ni a menciones de absurdo caminar.
Se esconderán las palabras
tras un manto de papel,
incómodas las páginas
entre la pirueta del tango
que a altura las sitúa.
Se removerán sus párpados,
siluetas de mi sueño,
en cuanto el compás de una pelota
entre dos paredes lo marque.
Al fin de la partida,
cuando mueran por peteneras
que devoren mis oídos,
cundiendo su suave son en tañidos de otros grillos,
marginados y relegados, queden a estación en tierra
sufrirán el amargo decoro
de verse relegadas a adorno.
Y cuando se crean espantadas,
crueles víctimas cuasi humanas,
verán que la partida regresa,
que lo que fue noche ahora es día,
y que en claridad de venas de ciudad hallarán refugio.
Articulado brazo
de aquellos que moran bajo tierra,
de brillos y oscuridad, de gris y ruido,
que marca el son del reloj.
Toque de demonio,
nota infame.
El reclamo del fugaz refugio de imaginación
que amarga me embarga
y halla en mí recipiente de sedas entretejidas
que en fino hilo deshilacho.
Tiro anudados requiebros
que no acierto a desligar,
no temo perder el sentido,
sé que el camino que escoja resolverá la madeja
y no alojará en mí sombra.
Brillen pues de albor los mares
y me sumerja yo en ellos.
Trinen sirenas audaces,
¡y se me permita mojarme cuanto quiero!
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