miércoles, 4 de marzo de 2009

Alegría con fecha de caducidad

Veía correr las gotas de agua tras el cristal de la ventana. No es el comienzo de un cuento barato (o no), ni una de esas imágenes tópicas para representar la apatía o el encierro en casa, realmente las veía, y veo, pasar. Si ayer, con el sol, vino un ánimo renovado, hoy se ha ido. Tan rápido como vino. Tan fugaz como una llama de vela, con los segundos contados marcandos por una canción (de Iratxo en este caso). Tan desoladora como la droga. Cuando llega ilumina la cara, te hace sonreír (sí, para todos aquellos ateos respecto a mí, sonreía), te anima y te hace pensar que algo bueno puede pasar ese día. Pero también, cómo la droga, deja una sensación de vacío devastadora cuando se marcha. Precisamente las drogas se encargan de eso, de hacer que nuestro cerebro segregue la "sustancia de la felidad". Aún sin droga de por medio, el poder de esta sustancia es tal que, al compás de un cambio climático y anímico, tumbar a alguien en un sillón. Apatía con forma de adulto en ciernes. Desengaño, como tantos otros, mal recibido. Esperanza que se arrastra lejos del que, horas antes, la atesorara con ternura y la arrullara lentamente, al son de una rumbita. Con ganas hasta de bailar, de saltar, de reír. Parece que compré alegría caducada ya. Creo que debería cambiar de supermercado.

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