... en el psiquiátrico, absurdo invento.
En estas fiestas tan señaladas (señaladas porque alguien hace más de 2000 años las quiso poner ahí), fiestas de una abstinencia no practicada y de milagros religiosos, sólo me queda celebrar lo que creo. Y realmente creo que me voy a quedar sólo desde el jueves santo hasta el lunes providencial. Providencial es que no haya clase y pueda dormir después del fin de semana. Intentaré beber por tres (por dos ya lo tengo muy visto) y, si sigo vivo o resucito, estudiar cuando vuelva a estar entre los vivos. He dicho.
martes, 23 de marzo de 2010
Arrancando
Suena el motor con una monótona mezcla de metal, plástico, y compuestos que no tienes muy claro que sean uno u otro. La maquinaria arranca, arranca contigo o sin ti. Es la fábrica la que llama a un nuevo día, que no se diferencia mucho de la noche. Ratas de noche roen, ratas de día roen. El cielo sigue encapotado. Hace más de un siglo que no llueve. Que no llueven sueños ni esperanzas. No llueven pasiones elevadas ni promesas de salvación. Ya no caen sobre esta tierras las plegarias, tan vanas como placenteras. Nadie cree en una vida mejor cuando a cada día se siente un poco más hundido en el infierno, simplemente te preguntas qué has hecho para merecer esto, y si eres capaz de hallar una respuesta no tardas en apretar el gatillo, eso sí es fácil. Si no eres capaz de llegar a una conclusión que te tranquilice, también gatillo. No te apures, no tiene que ser para ti, simplemente para lo que más rabia te dé. Literalmente. En este mundo, si algo realmente abunda, realmente "llueve", es el plomo y la ira. Nadie está contento y todos creen que la culpa de todo está ahí fuera. Sí, en ese estercolero al que se atreven a llamar calle. En ese cubil, más grande, y por lo tanto trampa mayor, que éste en el que nos encontramos, sienten que reside su infelicidad. Sólo tienen que coger algo y volarlo en pedazos para sentirse por unos momentos más vivos, más felices, sólo necesitan pensar que todo ha acabado y sólo queda un camino cuesta arriba. Sólo necesitan engañarse a sí mismos o a sus cuerpos unos minutos para hacerse sentir vivos. Luego volverán a morir en el pantano de las emociones, que hunde al ser humano en lo más deleznable, lo más repulsivo y asqueroso. Y ahí ya no hay salvación posible. A cada paso con que trituran el suelo para intentar salir de su propia ponzoña, se hunden un poco más. A cada jadeo que les impulsa se quedan sin aire. A cada latido en qué confían un corazón les traiciona. Entenderás por tanto que no te vayan a ofrecer nada. Que no les vayas a importar nada. Que la vida cotiza a la baja en esta vida del color de un otoño. Porque los otoños hace más de un siglo que no son marrones.
El dolor y el sufrimiento están tras cada esquina. Diría que se esconden, pero es mentira, ya ni siquiera hace falta. La gente ya no se oculta, no hay conciencia social, ni nada que se le parezca. Cuando ves cómo pisotean a tu vecino de toda la vida entre cuatro niñatos a los que no habías visto antes, te limitas a apartar la vista. No quieres que te pisen a ti. Nos hemos rebelado contra el propio mundo, contra nuestros amigos, nuestros compañeros. El trabajo no abunda y ya nadie sabe si es derecho, deber, hecho o privilegio. La mayoría de los que ganan algo de una forma medianamente lícita son llamados los comadrejas. Parte de culpa de este nombre viene dada porque el tener una fuente de ingresos mínimamente fiable. Cuando tienes unos pavos en el bolsillo no puedes menos que desconfiar de todo y todos y correr a guardarlos a tu madriguera lo antes posible. La otra parte la tiene la envidia, otro de los sentimientos que causan sensación en este tendencioso mundo que agoniza por méritos propios. La gente piensa que al trabajar, estos les sustraen lo que les es propio. No ya la posibilidad de tener sus honorarios, sino ese dinero en sí mismo. Se lo podría denominar prácticamente el culmen de la degeneración en cuanto a la conciencia social, pero lo cierto es que la decadencia es al nota imperante en el mundo.
Un brillo azul, ¿lo has visto? Espero que sí. Ese es uno de los cielos más azules que he visto en mi vida. Probablemente tú y yo seamos los únicos que nos hayamos dado cuenta de ello. La gente no tiene tiempo a mirar al cielo. De hecho, si lo hubiera hecho alguien, habría bajado al instante la mirada para ver como sus tripas se escapaban con un sonido acuoso y de succión de su lugar habitual en el interior del abdomen. Una dosis de líquido de frenos bien merece la pena ensuciarse las manos con la sangre de un infeliz cuyo crimen recayó, únicamente, en haber pensado que sería bonito abandonarse sin ayuda artificial. Luego limpiaría la navaja, ya que vale casi más que la persona en sí misma. Con el coste de la vida actualmente y la cantidad de muertos naturales, tan natural es morir aplastado por una scooter aerodeslizada como por encontrar una bala perdida con otro dueño que ya casi se ha olvidado que la gente muere al alcanzar cierta edad, el precio de los órganos y cadáveres en general es bien poco. Sin embargo aún puede alcanzarte para un paquete de goma negra. Es un derivado de la nicotina, alquitrán y otras sustancias químicas. Mucho más tóxico que el antiguo tabaco que se masca directamente. Pero, realmente, ¿quién tiene miedo hoy en día miedo a morir de cáncer?
El dolor y el sufrimiento están tras cada esquina. Diría que se esconden, pero es mentira, ya ni siquiera hace falta. La gente ya no se oculta, no hay conciencia social, ni nada que se le parezca. Cuando ves cómo pisotean a tu vecino de toda la vida entre cuatro niñatos a los que no habías visto antes, te limitas a apartar la vista. No quieres que te pisen a ti. Nos hemos rebelado contra el propio mundo, contra nuestros amigos, nuestros compañeros. El trabajo no abunda y ya nadie sabe si es derecho, deber, hecho o privilegio. La mayoría de los que ganan algo de una forma medianamente lícita son llamados los comadrejas. Parte de culpa de este nombre viene dada porque el tener una fuente de ingresos mínimamente fiable. Cuando tienes unos pavos en el bolsillo no puedes menos que desconfiar de todo y todos y correr a guardarlos a tu madriguera lo antes posible. La otra parte la tiene la envidia, otro de los sentimientos que causan sensación en este tendencioso mundo que agoniza por méritos propios. La gente piensa que al trabajar, estos les sustraen lo que les es propio. No ya la posibilidad de tener sus honorarios, sino ese dinero en sí mismo. Se lo podría denominar prácticamente el culmen de la degeneración en cuanto a la conciencia social, pero lo cierto es que la decadencia es al nota imperante en el mundo.
Un brillo azul, ¿lo has visto? Espero que sí. Ese es uno de los cielos más azules que he visto en mi vida. Probablemente tú y yo seamos los únicos que nos hayamos dado cuenta de ello. La gente no tiene tiempo a mirar al cielo. De hecho, si lo hubiera hecho alguien, habría bajado al instante la mirada para ver como sus tripas se escapaban con un sonido acuoso y de succión de su lugar habitual en el interior del abdomen. Una dosis de líquido de frenos bien merece la pena ensuciarse las manos con la sangre de un infeliz cuyo crimen recayó, únicamente, en haber pensado que sería bonito abandonarse sin ayuda artificial. Luego limpiaría la navaja, ya que vale casi más que la persona en sí misma. Con el coste de la vida actualmente y la cantidad de muertos naturales, tan natural es morir aplastado por una scooter aerodeslizada como por encontrar una bala perdida con otro dueño que ya casi se ha olvidado que la gente muere al alcanzar cierta edad, el precio de los órganos y cadáveres en general es bien poco. Sin embargo aún puede alcanzarte para un paquete de goma negra. Es un derivado de la nicotina, alquitrán y otras sustancias químicas. Mucho más tóxico que el antiguo tabaco que se masca directamente. Pero, realmente, ¿quién tiene miedo hoy en día miedo a morir de cáncer?
domingo, 21 de marzo de 2010
Salir, beber
Puedo engañarme, pero creo que no puedo cambiar. Al menos no tan fácilmente. Me siento a gusto con el royo alternativo, aunque no tenga claro exactamente a qué se refiere este tér. Me gusta un estilo de vestir bastante informal, royo camisas, converse, camisetas, vaqueros y demás. Son propuestas interesantes también propuestas alternativas como conciertos poco conocidos, tertulias, alguna presentación de libros o charlas de escritores. Creo que más o menos ha quedado definido el concepto "alternativo".
Sin embargo, y pese a que de vez en cuando escuche lo que he dicho, sigo adorando esa música tremenda, infernal y trepidante. Esa música que, cuando la escuchas desde lejos puede parecer ruido. Esas voces cargadas de botellas de alcohol, gargantas doloridas, humo de la noche. Ese doble bombo apedreado incesantemente y esas letras que hablan de apedrear, de violencia y cosas bonitas. Sigo vistiendo con mis camisetas negras, que tienden a ser infinitas, y con mis pantalones militares (a veces negros) que casi también. Y sí, también sigo sin saber en general del tipo de acontecimientos mencionados antes o, por lo general, no tengo con quién ir o ganas de ello.
Del mismo modo, no puedo escapar de mi naturaleza (o una parte de ella) autodestructiva. Autodestructiva o extrema o cómo quiera llamarla. Me gusta jugar al billar y al fútbol, ver partidos por la tele, salir más tarde y estar un rato vagueando, algunos otros planes y alternativas. He estado haciendo esto últimamente y no me ha disgustado. Pero todo tiene un límite.
Y el límite ha sido volver al pasado. Con la llegada de la primavera llega la primera espichas, las primeras luces de sol que cruzan al general invierno y, pese a traer indicios de lluvia, llaman a formar bajo el vasto cielo y tenderse a beber mientras el cuerpo aguante. Todo vale, todo con tal de acaparar emociones. Ir de un lado a otro, saludar, conocer gente y olvidarla en el mismo día. Pasear en otros momentos y no conocer a la mitad de la gente que te ha saludado efusivamente por la calle, a veces con un "¿Qué tal le va a Juan?", e intentando que no se note que ni siquiera sabes si te acuerdas de ese Juan. Levantarse al día siguiente, haya partido de rugby, de fútbol, o haya que dormir como si una apisonadora se hubiera cebado con tus huesos, y sentirte bien pese a ello. Y al día siguiente, más. Más cacharros, más gente, quizá alguna del día anterior. Más risas. Si ya soy un tanto prepotente (me lo guardo para mí las más de las veces, a la gente no le gusta que les recuerden que son inferiores, sea cierto o no), lo soy tres veces más. Reírte de todo, amigos, amigas o desconocido. Acabar evitando un jaleo que ha buscado tu amigo, o intentando encontrar el jaleo que otro parece que te ha escondido.
Levantarte un domingo y decir: "Amo y odio el vodka"
Sin embargo, y pese a que de vez en cuando escuche lo que he dicho, sigo adorando esa música tremenda, infernal y trepidante. Esa música que, cuando la escuchas desde lejos puede parecer ruido. Esas voces cargadas de botellas de alcohol, gargantas doloridas, humo de la noche. Ese doble bombo apedreado incesantemente y esas letras que hablan de apedrear, de violencia y cosas bonitas. Sigo vistiendo con mis camisetas negras, que tienden a ser infinitas, y con mis pantalones militares (a veces negros) que casi también. Y sí, también sigo sin saber en general del tipo de acontecimientos mencionados antes o, por lo general, no tengo con quién ir o ganas de ello.
Del mismo modo, no puedo escapar de mi naturaleza (o una parte de ella) autodestructiva. Autodestructiva o extrema o cómo quiera llamarla. Me gusta jugar al billar y al fútbol, ver partidos por la tele, salir más tarde y estar un rato vagueando, algunos otros planes y alternativas. He estado haciendo esto últimamente y no me ha disgustado. Pero todo tiene un límite.
Y el límite ha sido volver al pasado. Con la llegada de la primavera llega la primera espichas, las primeras luces de sol que cruzan al general invierno y, pese a traer indicios de lluvia, llaman a formar bajo el vasto cielo y tenderse a beber mientras el cuerpo aguante. Todo vale, todo con tal de acaparar emociones. Ir de un lado a otro, saludar, conocer gente y olvidarla en el mismo día. Pasear en otros momentos y no conocer a la mitad de la gente que te ha saludado efusivamente por la calle, a veces con un "¿Qué tal le va a Juan?", e intentando que no se note que ni siquiera sabes si te acuerdas de ese Juan. Levantarse al día siguiente, haya partido de rugby, de fútbol, o haya que dormir como si una apisonadora se hubiera cebado con tus huesos, y sentirte bien pese a ello. Y al día siguiente, más. Más cacharros, más gente, quizá alguna del día anterior. Más risas. Si ya soy un tanto prepotente (me lo guardo para mí las más de las veces, a la gente no le gusta que les recuerden que son inferiores, sea cierto o no), lo soy tres veces más. Reírte de todo, amigos, amigas o desconocido. Acabar evitando un jaleo que ha buscado tu amigo, o intentando encontrar el jaleo que otro parece que te ha escondido.
Levantarte un domingo y decir: "Amo y odio el vodka"
Cuerpos
Bolsas de agua y moléculas orgánicas, que cuentan con una estructura ósea y muscular que les permite mantener su forma, con ciertas conexiones entre sus células para realizar unas funciones muy concretas, rodeados de una barrera tan frágil como efectiva. Esas puede ser una perfecta descripción de un cuerpo (podría haber sido más meticuloso, pero creo que la idea está bien plasmada) o una perfecta equivocación, porque no es lo que quiero.
Realmente me resulta muy curiosa esta sensación de que hay cuerpos mejores que otros. No hablo de funcionalidad, cada uno tiene sus virtudes, ni tampoco del aspecto físico, ya que es fácil ver que las personas tienen distintos atractivos. No, en este caso me refiero a cuerpos mejores para ser abrazados.
Para quién no me conozca, no soy una persona muy dada a muestras de cariño de este tipo, siendo sinceros. No porque no me gusten, sino quizá una mezcla entre timidez y sensación de que puede resultar chocante y/o incómodo para la otra persona. Sea como fuere, y pese a esto, he dado/recibido suficientes abrazos para poder hablar de ello.
Nacemos, de hecho, entre los brazos de un ser querido, al menos en la mayoría de los casos. He recibido abrazos de madre que me han hecho enternecer, abrazos de madre que he olvidado, abrazos de madre que me recuerdan lo que es la familia y, cómo no, abrazos de madre que me han hecho sentir incómodo o avergonzado. Me han abrazado para felicitarme y para consolarme. Me han abrazado después de un tiempo sin verme. Me han abrazado debido al amigo etanol. Me han abrazado después de ensayar, zarandeándome como un muñeco. Me han abrazado novias y amigas. Me han abrazado antes y después de hacerlo. Me han abrazado con fuerza y sin ella. Y espero que me abracen muchas veces, sobre todo, cuando yo no sea capaz de abrazar a esa persona.
Sin embargo, después de tantos abrazos, muy pocas veces me he sentido realmente bien. No es cuestión de malinterpretar esto, como ya dije, en general, me gustan los abrazos, pero algunos más que otros. Y son precisamente estos que más, los que menos abundan. Es irónico que me resulte extraño sentirme bien pero, de vez en cuando, encuentro unos brazos en los que no me importaría quedarme. Diría "Yo quiero vivir aquí" y quedaríamos anclados, uno y otro, otro y uno. La sensación recíproca de tener a alguien y ser tenido, sentir como ambos cuerpos se amoldan, se acomodan y finalmente se abandonan el uno en el otro. Sentir como la respiración, instintivamente, casi sin querer, se va acompasando a un solo ritmo, y poder cerrar los ojos sin miedo. Poder recorrer la espalda entre caricias, simplemente por el placer de descubrir, y emancipar tu calor en la otra persona.
Sí, quiero un abrazo que no se acabe nunca.
Realmente me resulta muy curiosa esta sensación de que hay cuerpos mejores que otros. No hablo de funcionalidad, cada uno tiene sus virtudes, ni tampoco del aspecto físico, ya que es fácil ver que las personas tienen distintos atractivos. No, en este caso me refiero a cuerpos mejores para ser abrazados.
Para quién no me conozca, no soy una persona muy dada a muestras de cariño de este tipo, siendo sinceros. No porque no me gusten, sino quizá una mezcla entre timidez y sensación de que puede resultar chocante y/o incómodo para la otra persona. Sea como fuere, y pese a esto, he dado/recibido suficientes abrazos para poder hablar de ello.
Nacemos, de hecho, entre los brazos de un ser querido, al menos en la mayoría de los casos. He recibido abrazos de madre que me han hecho enternecer, abrazos de madre que he olvidado, abrazos de madre que me recuerdan lo que es la familia y, cómo no, abrazos de madre que me han hecho sentir incómodo o avergonzado. Me han abrazado para felicitarme y para consolarme. Me han abrazado después de un tiempo sin verme. Me han abrazado debido al amigo etanol. Me han abrazado después de ensayar, zarandeándome como un muñeco. Me han abrazado novias y amigas. Me han abrazado antes y después de hacerlo. Me han abrazado con fuerza y sin ella. Y espero que me abracen muchas veces, sobre todo, cuando yo no sea capaz de abrazar a esa persona.
Sin embargo, después de tantos abrazos, muy pocas veces me he sentido realmente bien. No es cuestión de malinterpretar esto, como ya dije, en general, me gustan los abrazos, pero algunos más que otros. Y son precisamente estos que más, los que menos abundan. Es irónico que me resulte extraño sentirme bien pero, de vez en cuando, encuentro unos brazos en los que no me importaría quedarme. Diría "Yo quiero vivir aquí" y quedaríamos anclados, uno y otro, otro y uno. La sensación recíproca de tener a alguien y ser tenido, sentir como ambos cuerpos se amoldan, se acomodan y finalmente se abandonan el uno en el otro. Sentir como la respiración, instintivamente, casi sin querer, se va acompasando a un solo ritmo, y poder cerrar los ojos sin miedo. Poder recorrer la espalda entre caricias, simplemente por el placer de descubrir, y emancipar tu calor en la otra persona.
Sí, quiero un abrazo que no se acabe nunca.
...y explicaciones
Voy a escribir
Sí, últimamente ha estado muy abandonado (siendo generosos) el blog. No porque esté "trabajando" en alguna otra historia, de esas que cojen polvo entre cuatro paredes de bytes, en espera de ver la luz algún día, en algún concurso, o ser rescatadas en algún libro que quizá nunca llegue. Esta vez, simple y llanamente, no he estado escribiendo. No me siento orgulloso, quizá sí algo culpable, porque al fin y al cabo me llama este lienzo en blanco de la red, y lo bien que se amolda a mis manos mi pluma, mis 33 plumas, y alguna más de vez en cuando.
El problema llegó cuando no sentí esa llamada. No sentí esa motivación, que casi nunca me ha faltado desde que empecé a escribir. Tampoco, quizá en mi defensa, quizá como anécdota, sentí ninguna otra motivación. Tinta sin tintero, serrín sin prensar, agua sin río, potencia sin forma, que diría Aristóteles.
Hoy vuelvo a escribir como empecé, entres las brumas añoradas de un domingo, vapores de alcohol que se resisten a abandonarme y la melancolía del sin rumbo. Entre meditaciones de lo vaga que es la vida, y lo vago que soy yo. medio tirado medio echado, echando de más la televisión, echando de menos personas.
Quizá sea una forma de llenar vacíos, quizá sea un vacío en sí mismo que yo deba llenar. Sólo espero que no me vuelvan a abandonar las fuerzas que me hacen llenar estos falsos renglones de esta falsa tinta que tan real es.
Nunca he sentido el cepo del bloqueo del que muchos escritores hablan. Es más, al contrario, siempre me resultó muy fácil decir "Voy a escribir", pero si me faltan las fuerzas para pronunciar esas tres palabras no puedo.
Ahora, como capitán sin remos, me queda esperar que el viento sople en mi dirección e impulse el resto de mi ser. Sólo espero ser capaz de volar con él.
Sí, últimamente ha estado muy abandonado (siendo generosos) el blog. No porque esté "trabajando" en alguna otra historia, de esas que cojen polvo entre cuatro paredes de bytes, en espera de ver la luz algún día, en algún concurso, o ser rescatadas en algún libro que quizá nunca llegue. Esta vez, simple y llanamente, no he estado escribiendo. No me siento orgulloso, quizá sí algo culpable, porque al fin y al cabo me llama este lienzo en blanco de la red, y lo bien que se amolda a mis manos mi pluma, mis 33 plumas, y alguna más de vez en cuando.
El problema llegó cuando no sentí esa llamada. No sentí esa motivación, que casi nunca me ha faltado desde que empecé a escribir. Tampoco, quizá en mi defensa, quizá como anécdota, sentí ninguna otra motivación. Tinta sin tintero, serrín sin prensar, agua sin río, potencia sin forma, que diría Aristóteles.
Hoy vuelvo a escribir como empecé, entres las brumas añoradas de un domingo, vapores de alcohol que se resisten a abandonarme y la melancolía del sin rumbo. Entre meditaciones de lo vaga que es la vida, y lo vago que soy yo. medio tirado medio echado, echando de más la televisión, echando de menos personas.
Quizá sea una forma de llenar vacíos, quizá sea un vacío en sí mismo que yo deba llenar. Sólo espero que no me vuelvan a abandonar las fuerzas que me hacen llenar estos falsos renglones de esta falsa tinta que tan real es.
Nunca he sentido el cepo del bloqueo del que muchos escritores hablan. Es más, al contrario, siempre me resultó muy fácil decir "Voy a escribir", pero si me faltan las fuerzas para pronunciar esas tres palabras no puedo.
Ahora, como capitán sin remos, me queda esperar que el viento sople en mi dirección e impulse el resto de mi ser. Sólo espero ser capaz de volar con él.
Deudas...
Bailamos
Se abrió en dos
la puerta del ayer,
recuerdos que guardó
mi mano en un papel.
Quise encerrar el sol
con un paraguas gris,
lágrimas de cartón
que no eran para ti.
Y así en agua de mar
construí mi jardín,
dejé flotar mi altar,
mi fe se hundió sin mí.
Se abrió en dos
la puerta del ayer,
recuerdos que guardó
mi mano en un papel.
Voló pena el mirar
el frío fondo añil,
un vestido de sal
lo último que yo vi.
Y es el recuerdo,
una nota sin su par,
sé que me pierdo,
he vuelto a mirar atrás.
Ahora sueno roto,
una nota en carne viva,
siento un poco
tristeza de juguete.
Niño que llora,
roto el tiovivo,
hasta la hora
de resarcirlo.
Vuelvo al aire,
mi quinto elemento,
me pongo un traje,
bailo, estoy como nuevo.
¿Quién dijo
que no bastaba tan poco?
Me miras fijo,
sí, yo también te adoro.
Respuestas de cristal
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a sentir bien.
Me acerco, sonrío, la cojo del talle,
se ríe, me mira, la tengo delante,
se acerca su amiga, demasiado tarde,
aquí estoy otra vez.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a entorpecer.
Llamo al camarero, que en mi vaso no falte,
casi ni conozco a quien tengo delante,
la copa de un trago, ¿alguien quiere imitarme?
Bebo sin querer.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a sentir mal.
La vida da vueltas, me enferma el aire,
no aguanto de pie, risas de alambre,
me siento otro rato, espero que pase,
vuelvo a tropezar.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
empiezo a vomitar.
Otro vidrio más, tirado en la calle,
lleno de alcohol, vacío de arte,
pienso: ojalá me maten,
el día muere ya.
Se abrió en dos
la puerta del ayer,
recuerdos que guardó
mi mano en un papel.
Quise encerrar el sol
con un paraguas gris,
lágrimas de cartón
que no eran para ti.
Y así en agua de mar
construí mi jardín,
dejé flotar mi altar,
mi fe se hundió sin mí.
Se abrió en dos
la puerta del ayer,
recuerdos que guardó
mi mano en un papel.
Voló pena el mirar
el frío fondo añil,
un vestido de sal
lo último que yo vi.
Y es el recuerdo,
una nota sin su par,
sé que me pierdo,
he vuelto a mirar atrás.
Ahora sueno roto,
una nota en carne viva,
siento un poco
tristeza de juguete.
Niño que llora,
roto el tiovivo,
hasta la hora
de resarcirlo.
Vuelvo al aire,
mi quinto elemento,
me pongo un traje,
bailo, estoy como nuevo.
¿Quién dijo
que no bastaba tan poco?
Me miras fijo,
sí, yo también te adoro.
Respuestas de cristal
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a sentir bien.
Me acerco, sonrío, la cojo del talle,
se ríe, me mira, la tengo delante,
se acerca su amiga, demasiado tarde,
aquí estoy otra vez.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a entorpecer.
Llamo al camarero, que en mi vaso no falte,
casi ni conozco a quien tengo delante,
la copa de un trago, ¿alguien quiere imitarme?
Bebo sin querer.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
me empiezo a sentir mal.
La vida da vueltas, me enferma el aire,
no aguanto de pie, risas de alambre,
me siento otro rato, espero que pase,
vuelvo a tropezar.
Busco mis respuestas donde mira nadie,
intento olvidar, me falta algún detalle,
lamo bien el vaso no sea que luego falte,
empiezo a vomitar.
Otro vidrio más, tirado en la calle,
lleno de alcohol, vacío de arte,
pienso: ojalá me maten,
el día muere ya.
Pintura que suena a mermelada de fresa
Eso es exactamente lo que busco, lo que anhelo, lo que deseo con la fuerza de las mil y un almas que hasta ahora he devorado, al menos parcialmente. Me desconcierta la constancia de mi propio rechazo al mundo, al menos a una parte muy significativa de él, y cómo la realidad se troca un puzzle maldito en el que sólo algunas piezas aisladas parecen encajar. Ves como la esquina de un poema enlaza perfectamente con el devenir de un verso y te aferras a ese pedacito de sentimiento que acabas de construir y definir. Encuentras Los Decadentes y añoras carruajes casi con la misma intensidad que la necesidad de adrenalina, emociones fuertes y una vida totalmente desdichada y devaluada que te ofrece cyberpunk, ¿al fin y al cabo no es lo mismo? Tensas las cuerdas de un instrumento, agarras con fuerza ese balón y te lanzas hacia la melodía, sintiendo como surca el aire hasta atravesar los tres palos, te relajas después contrayendo todos los músculos de tu cuerpo, ¿irónico verdad?
Después de que hubiera terminado de compilar, metódica y caóticamente, todas las pinceladas que había ido dando a lo largo de su vida, se paró a mirar el cuadro. Estructuró cada pieza en su concepto, y observó el cielo. El cielo nocturno, concretamente. Tan solo unos puntos separaban lo que había logrado extraer de sí mismo de la nada más absoluta. Sí, brillaban con fuerza, pero no había constelaciones que hicieran de aquella aleatoria distrubución un mapa.
Ahora nos preguntamos, mis almas y yo, si algún día la luna se dignará a regalar su luz en mi cuerpo. Nunca creí en el sol.
Después de que hubiera terminado de compilar, metódica y caóticamente, todas las pinceladas que había ido dando a lo largo de su vida, se paró a mirar el cuadro. Estructuró cada pieza en su concepto, y observó el cielo. El cielo nocturno, concretamente. Tan solo unos puntos separaban lo que había logrado extraer de sí mismo de la nada más absoluta. Sí, brillaban con fuerza, pero no había constelaciones que hicieran de aquella aleatoria distrubución un mapa.
Ahora nos preguntamos, mis almas y yo, si algún día la luna se dignará a regalar su luz en mi cuerpo. Nunca creí en el sol.
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