sábado, 14 de abril de 2012

El frío se la estaba comiendo, diría que lentamente, pero mentiría. Lo cierto es que el viento helado la esquivaba a duras penas, y sus caricias ella las sentía como cortes. Los colores del invierno lo envolvían todo, perlandolo todo con sus azul hielo, su blanco horchata, su verde fantasmal... y sobre todo su ausencia de sentimientos. La naturaleza no es cruel, no es sabia, simplemente tiene sus leyes y deja vivir a los que saben adaptarse a ellas. Aunque allí había algo más. Tenías que pararte a buscarlo muy detenidamente y, aún así, es posible que no lo encontraras. Podías mirar y mirar y no parabas de ver blanco, y un poco de azul, reflejos en una grieta nada más, luego sólo era blanco. Seguías mirando y seguías en blanco, ora un poco de azul y, de cuando en cuando, el verde de una planta aletargada por tiempo indefinido. Seguías mirando y seguía una sucesión tricolor, el viento, copos de nieve haciendo filigranas y, si te fijabas mucho, podías hasta distinguir alguna figura geométrica o patrón en sus aparentemente aleatorio aleteo. Pero claro, si te parabas a fijarte estabas muerto. Y después de todo esto, sólo falta una cosa... vida. No había nada vivo, el negro de la muerte lo envolvía todo. Todo tenía un matiz más oscuro, la luz apenas traspasaba el denso tapiz de capas de hielo que lo envolvía todo en aquella gruta. Las facetas muy pulidas que componían paredes, suelo y techo apenas bastaban para reflectar la luz, y parecían absorber más de la que dejaban ir.
Y ella seguía allí, parada, dejándose consumir. Sus esperanzas se habían ido con los primeros vahos de humo que escapaban de su cuerpo aún cálido cuando vio que no se podía apenas mover. Se dejó ir a ese mundo de neblina y ensueño, de delirio y calma que atrapa a los que se han dejado de sí mismos. Flotaba en lo onírico, ora pensando en su familia, ora en una cama caliente hasta que acababa por un delirio extrañamente tranquilizador, de esos que te dejan calmado sin saber realmente por qué, y cuando "despiertas" te sientes completamente desorientado.
Sus divagaciones sin embargo se vieron interrumpidas por una luz, pequeña al principio, pero que comenzaba a crecer en intensidad. Representaba una gama extraordinaria de colores, luminosidad, brillo... la llamaba, y ella no pudo ni quiso desoír esa llamada. Con un gran esfuerzo levantó una pierna, bregando por ponerse en pie y avanzar y, mientras extendía su mano hacia aquél deleite visual, todo acabó. Sonó como un "crack", y se quedó de pronto inmóvil, inerte. Sus ojos se quedaron fijos en esa mirada de esperanza, azul dentro de azul, vidriados, apagados y aún así vívidos. Dos pequeñas lágrimas cristalizaron en sus mejillas, y de no haber ya acabado todo le habrían quemado la piel, pero ahora permanecían como piedras preciosas.
En definitiva, el palacio del corazón helado contaba con una nueva estatua...

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